Como muchas islas que se convirtieron en colonias europeas en América y África, las de la Salvación fueron, desde 1852 y por cien años, un lugar remoto hasta donde llegaban prisioneros de Francia a pagar condenas en condiciones inhumanas. Al morir, sus cuerpos eran arrojados al mar. No había forma de escapar.
Hoy, este archipiélago en la Guayana Francesa —conformado por las islas del Diablo, Real y San José— es un exótico destino turístico. Los primeros exploradores lo llamaron las Islas del Triángulo, por la forma geométrica en que se distribuyen. Años después, el fuerte oleaje y las corrientes marinas que hacían antesala en sus costas y volvían esta ruta extremadamente peligrosa para los navegantes de la época, las hicieron merecedoras del nombre las Islas del Diablo.
Luego, una avalancha de epidemias en la parte continental de la Guayana Francesa, como la malaria y la fiebre amarilla, sumada a la escasez de alimentos y agua, enfermó a la población que había llegado desde Francia y este trío de islas, paradójicamente, terminó siendo la salvación.
Las ruinas de muchas de las construcciones del pasado se mantienen, convirtiendo este archipiélago en una especie de museo que no permitirá que se olvide la barbarie de la que fueron víctimas los prisioneros. Gracias a la exuberancia de la naturaleza que las rodea, estas islas se han posicionado como uno de los atractivos imperdibles de quienes visitan la Guyana Francesa.
En cruceros y viajes de bajo costo llegan decenas de pasajeros para disfrutar de un baño en las aguas cristalinas que mojan sus playas y pasar las noches extasiados por las innumerables historias de fantasmas que el voz a voz hace llegar hasta sus oídos.
De los tres pedazos de tierra que sobresalen del mar, a unos 50 kilómetros desde la costa de Cayena, la capital, la más conocida es la isla del Diablo, quizás por Papillón, la novela autobiográfica de Henri Charrière que cuenta sus intentos de escape tras ser condenado por un crimen que no cometió y que inspiró, en 1973, la película del mismo nombre, dirigida por Franklin James Schaffner.
La isla Real es la más grande, con 28 hectáreas, y en los tiempos en que los presos ocupaban estos territorios era el epicentro de la administración de toda la colonia penal. Hoy también es muy visitada gracias al hotel L'Auberge des Îles du Salut, un museo y una amplia zona de camping.
Poblada por una densa vegetación, en la isla San José se encuentran los restos de lo que fue una base de operaciones militares con áreas para el confinamiento solitario, un cementerio y decenas de celdas en las que algunos reclusos duraban hasta once meses en agujeros sin luz ni ventilación.
Por más que estas tierras ofrezcan una belleza natural llena de verde, que se conjuga con las aguas del Caribe, sus suelos no se pueden desligar de las historias desgarradoras de muerte y sufrimiento. Un paraíso maldito del que pocos salieron con vida y al que hoy arriban las visitantes deseosos de encontrarse con el pasado tortuoso promovido por Napoleón III Bonaparte, desde el país en que se firmó la Declaración de los Derechos del Hombre.