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La ruta mágica de Guainía: entre naturaleza, comunidades indígenas y leyendas

Este departamento forma parte del Escudo Guayanés y destaca por su vasta biodiversidad, al ser una región con numerosos ríos y bosques tropicales.

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Valeria Gómez Caballero
04 de diciembre de 2024 - 03:47 p. m.
Los viajes al Guainía son la oportunidad perfecta para visitar los Cerros de Mavicure.
Los viajes al Guainía son la oportunidad perfecta para visitar los Cerros de Mavicure.
Foto: Valeria Gómez Caballero
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Guainía, el departamento conocido como la “Tierra de Muchas Aguas”, es un lugar donde los ríos, las comunidades indígenas y las tradiciones se entrelazan en un viaje que conecta al visitante con una de las regiones más ricas en cultura y naturaleza del país. Ubicada en el suroriente de Colombia, rodeada por la selva amazónica, se encuentra Inírida, la capital. Este municipio, al que se accede por vía aérea por Bogotá o Villavicencio, guarda entre sus paisajes una leyenda y una flor con su mismo nombre.

Desde la llegada al aeropuerto César Gaviria Trujillo, de Inírida, tuvimos un recibimiento a cargo de la agencia turística Empusanando y de la Alcaldía del municipio con una muestra de danzas tradicionales, pasabocas, mermeladas y vino preparados por comunidades de la región. Nuestra primera parada fue nuestro hospedaje La Cabaña Guainiana, más conocida como la cabaña de Joaco, un lugar que refleja la Amazonia con su ambientación rustica y pinturas de animales, indígenas y otros.

El primer destino fue el Parque Kenke, un espacio natural y cultural administrado por comunidades multiétnicas como puinave, curripaco, cubeo, tucano, guanano, piratapuyo y piapoco, conocido por su jardín de flores de Inírida. Esta especie, exclusiva de la región, destaca por su forma alargada y colores rojo y blanco, siendo un símbolo de la biodiversidad y resiliencia de los ecosistemas amazónicos. Fue reconocida internacionalmente al ser elegida como emblema de la COP16, representando la necesidad de proteger los hábitats únicos y las culturas que los preservan. Allí, la guía de la etnia curripaco compartió su forma de cuidar de esta flor, monitoreando su crecimiento, color y duración cada día, desde el capullo hasta la salida de los pétalos. Mientras caminábamos por un sendero de agua rodeado de vegetación, nos explicaron cómo han adaptado su economía al turismo, utilizando los ingresos para proteger sus recursos naturales y mantener vivas sus tradiciones.

El almuerzo fue un reflejo de la riqueza culinaria de la región: pescado amarillo al moquiado, una técnica ancestral de cocción al humo que realza el sabor del pescado fresco; el mañoco, un polvo de textura fina, obtenido mediante un proceso de rallado, prensado y tostado, utilizado como complemento en sopas y caldos o como base para otros preparados. También sirvieron casabe, un pan crocante y delgado hecho de la misma yuca brava, con un sabor neutro, ideal para combinar con cualquier alimento. Y estuvo presente en la mesa el mojojoy (gusano de palma), por ser de los pequeños, y aunque pocos se atreven a probarlo, su sabor es suave y algo mantecoso, con un ligero toque que recuerda a la nuez.

Luego en una muestra de sus prácticas ancestrales de pesca y caza, fundamentales para su sustento, aprendimos sobre la pesca con arpón y redes tejidas a mano, técnicas que requieren precisión y conocimiento del río y sus especies. En cuanto a la caza, nos mostraron sus flechas y hacer tiro al arco fue toda una experiencia. Además, apuntamos a otro arco en un árbol para usar la cerbatana, un arma hecha de chonta que utiliza dardos impregnados de curare, un veneno extraído de plantas locales. Continuamos caminando por la selva, escuchando historias de los ancestros mientras nos dirigíamos a un nacedero de agua rojiza, donde permiten un baño refrescante o lanzarte de un columpio desde la altura por encima del agua.

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Al día siguiente, a las 5:00 a.m. estábamos en el puerto para irnos en una lancha por el río Inírida durante una hora y media a los cerros de Mavicure: Mono, Pajarito y Mavicure. Según la tradición contada por los abuelos de las comunidades, los cerros tienen su origen en la historia de tres hermanos. Después de la muerte de sus padres en tiempos de guerra, los niños quedaron al cuidado de su abuela, representada en una gran roca blanca conocida como la “piedra de la abuela”, ubicada a orillas del río. Sin embargo, los dos hermanos mayores no se llevaban bien con el más joven, quien era rebelde y guerrero, a diferencia de los otros, que tenían como mascotas uno un pájaro, y el otro un mono. Los dos mayores decidieron asentarse juntos en un lado del río, dejando al menor solo en el lado opuesto. Mavicure, de 170 metros sobre el nivel del mar, hace referencia a las cerbatanas y al curare, símbolos de la valentía y la fortaleza del hermano menor.

Mono y Pajarito pueden ser escalados por profesionales, ya que requiere de otros elementos para ascender, pero Mavicure fue una experiencia desafiante y a su vez gratificante. Su primera parte es la más empinada, en el que el apoyo de cuerdas ancladas en la roca te permite avanzar con seguridad. En este tramo, mantener un ritmo constante y controlar la respiración resulta fundamental. Además, una buena hidratación y pausas estratégicas en los miradores permiten que tanto una persona joven como un adulto mayor puedan superar el reto con éxito.

Tras esta sección inicial, el sendero se adentró en un tramo rodeado de bosque, donde la sombra de los árboles ofrecía un respiro al calor. Aquí, el terreno era más plano, lo que permitía recuperar energías mientras los guías señalaban plantas locales y explicaban su uso en la cultura indígena, como la elaboración de medicinas tradicionales, y veías hormigas cargando sus hojitas.

La tercera etapa implicaba otro ascenso inclinado, pero esta vez facilitado por escaleras artesanales hechas con troncos de árboles y más cuerdas para sujetarse. Desde la cima, la vista era una recompensa al esfuerzo: el río Inírida serpenteaba entre la selva, mientras los cerros Mono y Pajarito se alzaban al frente. Los guías destacaron un detalle único del cerro Pajarito: al mirarlo se podía distinguir una ventana natural, que particularmente vi como una casita, relacionada con la leyenda de la princesa Inírida.

Según las voces de los abuelos, la princesa Inírida era una joven de extraordinaria belleza de la etnia puinave, conocida como Desinkoira, que significa " mujer perfumada”, por el aroma que desprendía. Después de pasar los rituales de su comunidad que marcaban su paso a la adultez, su fama se extendió, atrayendo a un pescador que deseaba conquistarla. Para lograrlo, recurrió a la pusana, una matica de atracción para enamorar profundamente a otra persona. Este hechizo, que puede ser bueno si se usa con respeto o malo si se emplea sin conocimiento, fue colocado en la puerta donde vivía la princesa. Al recibir el rocío del hechizo que había dejado el pescador, la princesa comenzó a sentir debilidad y alucinaciones. En su estado, se sintió atraída hacia los cerros, donde, según la leyenda, dio vueltas alrededor de ellos hasta que finalmente, encontró refugio en una cueva del cerro Pajarito, y las comunidades creen que aún vive allí, fundida con el espíritu de la naturaleza y protegiendo estos lugares sagrados.

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Disfrutar de la vista, meditar, tomarse fotos y aprender a tejer en palma es lo que puedes hacer en la cima. Para descender el cerro, la fuerza en las piernas resulta crucial para sostenerse. Tener buenos zapatos con un agarre adecuado es indispensable para evitar resbalones, además de llevar bloqueador solar para aplicarlo frecuentemente.

Ferney, uno de los guías de la comunidad, con su apodo en su lengua cubeo como Purupupu, recomienda visitarlos durante Semana Santa, que es temporada alta y verano, para aprovechar al máximo las playas. Además, ofrecen servicios de alimentación, alojamiento en camas, camping y hamacas, guianza, senderismo y talleres de artesanías. Según el tamaño del grupo, el costo del alojamiento puede estar alrededor de $40.000 por persona, con desayunos desde $17.000 y almuerzos desde $20.000.

Tras completar el descenso, nos embarcamos nuevamente en la lancha para llegar a la comunidad El Venado en la “cabaña de Juanita”, quien nos esperaba con un buen desayuno. Un lugar en el que también podrás disfrutar de las playas. Nosotros continuamos navegando hacia el caño San Joaquín, una de las playas de agua dulce con arena más blanca de Latinoamérica. Sus aguas rojizas, teñidas por los taninos de la vegetación, te permiten ver los peces desde la orilla. Un chapuzón refrescante en este paraíso fue el broche de oro para la jornada.

En la comunidad La Ceiba, disfrutamos de un almuerzo típico preparado por sus habitantes, quienes también utilizaron ingredientes locales. Durante la visita, aprendimos sobre el proceso tradicional de recolección de miel con abejas meliponas, una especie sin aguijón. La miel, además de ser utilizada en la gastronomía, tiene propiedades medicinales y es considerada un regalo de la naturaleza por las comunidades indígenas. Además, los habitantes ofrecen una amplia variedad de artesanías hechas a mano, utilizando materiales como la fibra de palma y la madera local. Entre los productos disponibles se encuentran manillas, canastos, utensilios tallados y figuras decorativas, junto con mermeladas y miel de alta calidad, lo que brinda a los visitantes la oportunidad de llevarse un pedacito de su cultura.

Un día más en el que visitamos la comunidad Los Cocos, reconocida por sus petroglifos y la calidad de sus artesanías. Los petroglifos, grabados en piedra por los ancestros, representan figuras que evocan el cosmos, relatos de los antepasados y las creencias espirituales. Durante la visita, los artesanos compartieron historias sobre sus creaciones y el éxito que han tenido alrededor del país.

Luego, nos dispusimos a escuchar a nuestros guías y artistas locales: Marge Beltrán en compañía de Joel Gámez con un ukelele, interpretando la canción de su padre Jorge Gámez. “No hay un jardín tan florido en mi Colombia querida, que sea más natural como los hay en Guainía, su flor insignia principal por todos es conocida, son estrellas que cayeron y allí formaron la Inírida. Se da en bancos de sabana sus pétalos son semillas, no nacen en otra parte, pues Dios lo dispuso un día: que solo cayeran luceros en las tierras del Guainía”, dice la canción “Flor de Inírida”.

También conocimos caño Vitina, un rincón para relajarse y disfrutar de un buen chapuzón en sus frescas aguas rodeadas de vegetación. Y como el tiempo apremia, un destino que quedó pendiente es la Estrella Fluvial, punto de confluencia entre los ríos Guaviare, Vaupés e Inírida, que forma una red natural de agua que desde el cielo parece un mapa dibujado por la naturaleza.

La travesía cerró con un recorrido por el malecón de Inírida, un espacio donde disfrutas la vista del río. Allí, con una bebida refrescante en mano, quedó claro que este viaje no solo había sido un recorrido por paisajes, sino también por las historias, costumbres y formas de vida de los pueblos que lo habitan, el 97 % de cuyo territorio es de resguardos indígenas. La conexión con la naturaleza y su gente deja “empusanado” (enamorado) a cada visitante que tiene la oportunidad de adentrarse en esta región.

*Invitación de Fontur.

Por Valeria Gómez Caballero

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Eduardo(34409)04 de diciembre de 2024 - 04:33 p. m.
Tanto los pueblos indígenas nativos de Guainía, como los mestizos que han llegado a la región son ejemplo de pujanza, capacidad para sobrevivir y recrear la cultura, las costumbres, la gastronomía de la región. El sentido profundo de viajar por Guainía, parte de la Orinoquía y este sector de la Amazonía, es desarrollar la ruta de Alejandro Von Humbolt, partiendo de Bogotá, hasta las riberas del río Meta, llegar al Orinoco y por el río arriba llegar hasta Inírida.
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