Turismo
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Las entrañas de la ciénaga

En una pequeña embarcación y con un guía local se puede descubrir la red de manglares en la zona de La Boquilla.

El Espectador
02 de octubre de 2012 - 10:24 p. m.
La ciénaga grande acoge manglares blancos, rojos y negros en donde viven mapaches, garzas y miles de pájaros.
La ciénaga grande acoge manglares blancos, rojos y negros en donde viven mapaches, garzas y miles de pájaros.

Hay veces en que, a fuerza de ir una y otra vez a un destino, este parece agotarse. Por eso no hay nada más grato que el lugar que creemos conocido, ya suficientemente descubierto, nos espere con una gran sorpresa. Cartagena, siempre admirada y visitada por su historia y ciudad amurallada, por sus islas y su gente, tiene en sus entrañas un tesoro que muchas veces los turistas pasan por alto. Un complejo sistema de manglares se entreteje en su ciénaga grande, creando el lugar propicio para abrir las posibilidades del turismo ecológico.

El Hotel Las Américas cuenta con un pequeño puerto de donde zarpan a lo largo del día pequeñas canoas conducidas por nativos expertos en el complejo ecosistema de los manglares, quienes además de ayudar a los turistas a admirar a los mapaches, garzas, cangrejos y pájaros coloridos que viven entre esa red de raíces, les contarán de las luchas que a diario deben dar para proteger estas zonas siempre amenazadas por la contaminación y el deseo de muchos de secarlas para trazar lotes y construir terrenos.

El paseo de una hora, en promedio, hace necesario dejar atrás el vestido de baño y los atavíos playeros y más bien hacerse a un sombrero y una camisa fresca que proteja al turista contra los insectos. La lancha recorre los recovecos de cuevas creadas por los manglares y les permite a los visitantes ver de primera mano las diferencias entre los manglares blancos, que poseen característicamente dos pequeñas glándulas anaranjadas o rojizas en la base de la hoja; los rojos, cuyas raíces salen del tronco y se hunden en el fango, y el negro, de hojas de forma puntiaguda, tronco de color oscuro y usualmente nevado con granos de sal.

Recorrer los manglares, invitar a los turistas a que se lleven otra visión de la riqueza de estas tierras, se ha convertido en una manera efectiva de ayudar a conservar este ecosistema elegido por miles de especies para poner sus huevos. El guía, que con una pértiga y de pie sobre la canoa pilotea la barca sobre aguas no muy profundas, aprovecha la imponencia del paisaje para explicar a los viajeros las condiciones particulares que se crean en estas tierras intermareales, de una salinidad especial y con un suelo fangoso del que se desprende un cierto olor a metano, fruto de la descomposición de millones de toneladas de materia orgánica.

Así, por unos minutos, Cartagena se sacude su hálito de exclusividad y sofisticación y se aproxima a otro tipo de turismo, uno más consciente y que prefiere la supervivencia de lugares únicos y profundamente vivos, como los manglares, a la construcción de otro imponente edificio.

Por El Espectador

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