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San Andrés se reinventa

Frente a piscinas naturales y en medio de una riqueza ecológica extraordinaria, la población raizal ha levantado nuevos atractivos para el disfrute de isleños y turistas.

Juan David Moreno B. *
08 de octubre de 2014 - 04:35 a. m.
San Andrés se reinventa

La lluvia va y viene, pero es recibida con gracia. Los visitantes se asoman al filo del acantilado y observan con sorpresa la altura que están a punto de desafiar. “Son más de 10 metros”, advierte un joven raizal antes de pegar los brazos contra el cuerpo y saltar al vacío sin titubear. El trampolín de dos metros de largo del que acaba de lanzarse desemboca en un universo azul de aguas cristalinas. Su osadía saca corriendo a más de uno. “Yo a eso no me le mido”, dice uno de los turistas mientras se aleja sonriente. Al salir a la superficie, el bañista se encuentra con un puñado de personas que bucean, caretean o se divierten en esta piscina natural junto a decenas de peces multicolores. “¡Quién más se anima!”, gritan triunfantes los que superaron el reto.

El siguiente turno es para una mujer robusta que, animada por sus amigas, quiere ser la próxima en saltar. Camina a pasitos lentos, tímidos, avanza unos cuantos centímetros sobre la plataforma y se detiene con las rodillas dobladas cuando observa el agua apacible que la va a recibir. Trata de ocultar el miedo que la alberga, pero el sentimiento se acentúa cuando se desprende un nuevo aguacero. La lluvia la hace gritar. Luego de cinco minutos de dudas, cierra los ojos y se lanza al infinito. Alcanza su meta mientras recibe con alborozo los aplausos de sus acompañantes.

Así transcurren los días en West View, un parque ecológico rodeado de mangos, piñas, ciruelos, tamarindos y senderos ecológicos. En el último año se ha convertido en uno de los parajes más visitados de San Andrés. De acuerdo con Mark Andrew Cottrell, secretario de Turismo del departamento, los visitantes están descubriendo nuevos lugares que han sido adecuados por la población para satisfacer los intereses de los turistas, mientras se preserva el ambiente y se cumplen todas las exigencias de las autoridades. “Tenemos inspectores que se encargan de verificar que se mantengan los precios y que además se respeten las medidas de seguridad exigidas”.

En ese proceso por reinventar el archipiélago, los isleños han transformado lugares históricos que habían quedado a merced del olvido. Uno de ellos es la conocida cueva de Morgan. Hace apenas un lustro, los visitantes encontraban sólo una formación coralina, ocupada por una poza oscura sobre la cual revoloteaban murciélagos en medio de la penumbra. Pese a que siempre ha sido un paso turístico obligado, por ser el lugar en donde se dice que el pirata Henry Morgan guardaba los tesoros que adquiría producto del pillaje en el siglo XVII, sólo se escuchaban algunas leyendas que se habían esparcido entre la comunidad.

En los últimos meses los sanandresanos han construido en los alrededores de la misteriosa boca cinco estaciones para dar a conocer las historias fantásticas y reales que han consolidado su presente: el Museo del Coco, el Museo del Pirata, una galería de arte nativo y una réplica de la embarcación emblemática del pirata, el Sea Wolf. En cada uno de estos escenarios se encuentra un guía que recrea con humor la vida de los esclavos, desde que llegaron a la isla y a partir del momento en que fueron obligados por los ingleses a trabajar en las plantaciones de algodón, tabaco y caña de azúcar, en la captura de tortugas y la pesca.

En medio de un entorno natural, relatan el origen del inglés criollo (o creole), la lengua que adoptaron los esclavos para que los británicos no les entendieran una sola palabra. Los visitantes se encuentran con objetos de la época, como balas, armas de fuego y látigos, que contrastan con adornos como afiches de Jack Sparrow, protagonista de Piratas del Caribe.

Todos sus relatos conducen inevitablemente a la vida y andanzas de Morgan, de quien se aseguraba que tuvo 48 mujeres y 120 hijos a los que nunca reconoció. Se habla de su crueldad con sus enemigos, a quienes degollaba sin compasión, y de las batallas que enfrentaba sobre el mar de los siete colores y de las cuales siempre salió victorioso.

* Una isla musical

 Los raizales siguen un ritmo que va en su ser. Lo demuestran en su forma de caminar y de mover las manos. La música hace parte irreductible de su construcción social, de sus relaciones humanas y de su forma de vivir. El reggae y el calypso se escuchan en las calles y en los bares, el góspel se toma las iglesias y los centros comunitarios. En las playas permanecen las agrupaciones que con sus tambores tinajos, guitarras, maracas, quijadas de caballo y mandolinas producen melodías que resultan perfectas para acompañar un refrescante coco fresa.

La máxima expresión musical se manifiesta a través del tradicional Green Moon Festival, una celebración que se realiza desde 1987 (aunque se interrumpió en 1994 y volvió en 2012) para dar a conocer los mejores grupos afrocaribeños. Durante los tres días de la última versión, que se realizó en el estadio de béisbol Wellingwourth May, del 17 al 20 de septiembre, miles de asistentes disfrutaron de solistas como Salua Jackson y agrupaciones como Caribbean New Style, I’Labash, Job Saas & The Heartbeat, que tuvo la presentación especial de Morgan Heritage, de Jamaica.

De esta manera, San Andrés busca aprovechar su entorno y majestuosos paisajes, de la mano de su pasado, para seguir embelesando a sus visitantes. El paraíso se reinventa.

 

 

* Invitación de Fontur.

 

jmoreno@elespectador.com

Por Juan David Moreno B. *

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