Turismo

Taxco, una ciudad luz

Viajé tres horas desde Ciudad de México hasta Taxco para dedicarme a mirar desde un balcón. No todos los destinos se disfrutan de la misma manera. En el mirar estuvo la magia de esta visita.

Marcela Díaz Sandoval *
11 de abril de 2018 - 05:00 p. m.
Taxco hace parte de los pueblos mágicos de México y es uno de los más visitados del estado de Guerrero. / Getty Images
Taxco hace parte de los pueblos mágicos de México y es uno de los más visitados del estado de Guerrero. / Getty Images

En Taxco hice lo que pude haber hecho en cualquier otro destino del mundo: asomarme por un balcón y durar horas mirando el pueblo. Pero es que fue lo único que me exigió Taxco. Guardar silencio y observar sus angostas y empedradas calles que hacen que los taxis sean Volkswagen modelo escarabajo, porque ningún otro vehículo circula con tal facilidad. Fijarme en sus pequeñas y múltiples tiendas de souvenires. En los niños jugando descalzos a las escondidas mientras sus padres venden dulces y artesanías. En los turistas fotografiando cada paso que dan. En la escultura de José de la Borda y en el templo de Santa Prisca.

Antes de continuar, un poco de contexto. Taxco de Alarcón está ubicado en el estado de Guerrero, a casi tres horas en carro desde Ciudad de México. Hace parte de los pueblos mágicos de este país. Es pequeño pero encantador. Tiene subidas y bajadas. Es posible visitarlo en el siglo XXI, pero nos traslada a la época del México virreinal. Está enclavado en una zona rodeada de grandes cerros y montañas, gracias a la intensa explotación de sus yacimientos de plata. Producto de ello, su gente aún vive del comercio y la manufactura de objetos que el preciado metal permite.

Tal es la afluencia de esta actividad que en el pueblo no sólo se encuentran múltiples tiendas de plata que venden desde joyas hasta productos para el hogar e increíbles esculturas, sino que hay almacenes que se dedican a enseñarles a los turistas la historia de este oficio en espacios recreados como una mina de verdad. Es imposible no antojarse y llevarse en la maleta al menos un recuerdo del pueblo de la plata en México.

Aquí puede no haber mucho para hacer, pero una de las mejores actividades es, si el estado físico lo permite, caminar por sus angostas y empinadas calles y descubrir pequeños lugares como cafés, tiendas de souvenires, restaurantes, mercados, de tal belleza que hacen que el corazón se instale sin mucho esfuerzo. No se estrese por buscar adrenalina. Dedíquese a estar y ya. A ver los mariachis que ensayan sus serenatas en las calles. A disfrutar de la blanca arquitectura barroca desde una terraza o a buscar unos minutos de paz en la iglesia con más de 250 años de historia.

Otras opciones son subir en taxi (aproximadamente 15 minutos) hasta el Cristo Redentor, donde se obtiene la mejor vista panorámica del pueblo, visitar el museo Virreinal, la plaza Borda, el zócalo, el museo Spratling, la casa Humboldt, la casa Figueroa, la casa Juan Ruiz de Alarcón, el templo de San Miguel y la antigua hacienda de San Juan Bautista o subir al teleférico que conecta con el hotel Monte Taxco.

Ya estando aquí, vale la pena quedarse al menos una noche. Ya saben que los pueblos muestran una cara de día y otra muy distinta al caer el sol. Las opciones de hospedaje son múltiples. Se estima que en 2016, Taxco contó con 853 habitaciones, un número significativo teniendo en cuenta el tamaño del pueblo (52.217 habitantes). Hay desde hostales hasta reconocidos hoteles. Algunas recomendaciones son el hostel Casa Taxco, la Casa del Laurel, el hotel Monte Taxco y el hotel Agua Escondida.

El título de pueblo mágico también lo hace su gastronomía. Los distintos platillos típicos de esta comunidad guerrerense son un tesoro de exquisitez, tradición y cultura. Aquí se pueden degustar desde sabrosos caldos hasta extraños insectos. Una recomendación personal es el restaurante El Atrio, ubicado en un segundo piso, justo al lado de la iglesia y frente a la plaza Borda. Ordenar una sopa de tomate y un plato de fríjoles refritos es una excelente opción.

Cada vez estoy más convencida de que los destinos, al igual que los libros, nos encuentran y no al revés. Es como si se tratara de una cura para las enfermedades o dolencias que llegan en el momento justo. Si estás cansado de la rutina, el ambiente y la playa son la mejor receta; si estás triste, la naturaleza en muchos casos es el escape perfecto, gracias a la desconexión que incita, y si quieres estar solo, no hay como caminar por un pueblo desconocido.


* Invitación de Wingo.

Por Marcela Díaz Sandoval *

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