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Nico Rosberg, el piloto que le ganó a la ambición

La presión por ser campeón de la Fórmula Uno fue tan fuerte que tuvo que buscar en Japón un maestro zen para refugiarse en la meditación. Después de besar la copa anunció su retiro. Para algunos fue una muestra de cobardía; para otros, una señal de su grandeza.

Laura Dulce Romero
10 de diciembre de 2016 - 03:00 a. m.
Nico Rosberg ganó el campeonato de la Fórmula Uno el pasado 27 de noviembre, en Abu Dabi, un sueño que lo había acompañado desde niño.  / Efe
Nico Rosberg ganó el campeonato de la Fórmula Uno el pasado 27 de noviembre, en Abu Dabi, un sueño que lo había acompañado desde niño. / Efe

Abrazar la victoria y soltarla en cuestión de segundos no parece un acto propio del ser humano. Siempre queremos más. La avaricia pareciera ser nuestra principal consejera cada vez que triunfamos y, al final, en eso se nos va la vida, en subir y subir peldaños, muchas veces sin rumbo.

Para algunos, Erick Nico Rosberg fue un cobarde por retirarse de la Fórmula Uno después de ganar el campeonato mundial. “Debía comprobar que era el mejor y defender su título”, reclaman sus críticos. Pero para otros, esa es sólo una muestra de su grandeza. Cumplió con su sueño y el de su papá, Keké Rosberg, también campeón en 1982, y ahora quiere emprender otro camino.

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Uno de los primeros autos de Nico, como le dicen todos, fue un kart amarillo de timón rojo. El casco, que llevaba su nombre, era azul y blanco, los mismos colores de las escuderías en las que correría en la Fórmula Uno: Williams y Mercedes-Benz. El delgado rubio se ponía su traje, se bajaba el visor y esperaba que en pit, un espacio que en realidad se reducía a un hombre, su papá, le llenaran el tanque y revisaran que en términos de seguridad todo estuviera bien.

Empezaba el conteo, arrancaba y con tranquilidad domaba las curvas de una pista casera. Desde la parte superior, Keké, alto, fornido y con bigote abundante, tomaba los tiempos. Luego volvía a pit para el arreglo de las llantas y continuaba la carrera consigo mismo, que por fin terminó hace unos días.

El campeonato mundial lo ganó el pasado 27 de noviembre, en Abu Dabi. Con cinco puntos de ventaja, le arrebató el título a Lewis Hamilton, quien se había llevado las dos copas anteriores y ha sido su principal rival desde que eran adolescentes, a pesar de correr para el mismo equipo.

Nico tiene 31 años, está casado, es padre de un niña y hasta principios de año fue considerado el cuarto piloto mejor pagado de la Fórmula Uno, con 18 millones de euros. Comenzó su carrera a los seis años y desde entonces la presión por ser el mejor la sentía en la yugular.

En el mundo del automovilismo lo conocen por ser estudioso. Se crió entre motores y clases de ingeniería en Mónaco. La técnica siempre ha sido su mayor aliada. La primera vez que se subió a un auto de Fórmula Uno fue en 1992, en competencias francesas. Su primer logro fue en 1996, cuando se proclamó campeón de la liga Côte d’Azur en la categoría de 10 a 12 años.

Y los triunfos no pararon. Después de ganar en el campeonato inaugural de la GP2 Series en 2005, fue elegido piloto oficial del equipo Williams en 2006. En su año debut terminó en el séptimo puesto, justo detrás de su compañero de equipo, Mark Webber, y batió récord en la categoría de vuelta más rápida, convirtiéndose en el piloto más joven en lograrlo.

Hasta 2009 acompañó a Williams. Se retiró y, con la honestidad que lo caracteriza, aseguró que, a pesar de que el equipo lo había apoyado en su carrera, no estaba tan seguro de que pudiera ganar válidas, su sueño.

En noviembre de ese año, Mercedes-Benz lo fichó. Sólo un mes después, la marca llamaría al siete veces campeón del mundo, Michael Schumacher. En ese momento Nico tenía el número 3, pero tuvo que cederlo porque Schumacher era supersticioso y prefería los impares.

Entre 2010 y 2015 tuvo un sinnúmero de altibajos. Sólo en los últimos dos años logró el subcampeonato. Sin embargo, todos esperaban más, añoraban la copa. La presión era más fuerte y por momentos la ansiedad lo agobiaba. Hace poco confesó que viajó a Japón y se reunió con un maestro zen para refugiarse en la meditación porque sentía que la competencia lo absorbía física y psicológicamente.

Se dedicó a analizar las carreras y sobre todo el perfil de su gran competidor, Hamilton. Entendió que el que no arriesga no gana. Entrenó con más frecuencia y hasta compró dos karts, los mismos que utilizaba en sus competencias en la adolescencia, para conducir en sus tiempos libres.

Por fin este año lo logró, pero sorpresivamente también dijo “no más”. Alzó la copa, la besó y se bañó en champaña. La imagen de Nico acostado sobre una nube de manos que se movían de abajo hacia arriba para homenajearlo quedará en la memoria de los aficionados.

“Desde hace 25 años, este ha sido mi sueño, mi obsesión: convertirme en campeón mundial de la Fórmula Uno… A través del trabajo duro, el dolor, los sacrificios, este ha sido mi objetivo. Y ahora lo he conseguido. He escalado mi montaña, estoy en el pico, así que se siente bien”. Y a quienes lo señalan de ser un cobarde e irse justo en el mejor momento les responde: “Podía haber intentado defender el título, pero ¿para qué? Es muy fácil querer más y más, pero tienes que tener cuidado de que no te cambie como persona”.

Un campeonato mundial, 23 victorias, 57 podios, 30 poles, 20 vueltas rápidas y 206 carreras es el saldo que deja este competidor que ahora quiere dedicarse a estar junto a su familia y explorar otras opciones, seguramente relacionadas con el automovilismo.

Mijaíl Nekhemevich Tal, uno de los mejores jugadores de ajedrez del mundo, se hizo famoso, entre otras cosas, por decir que “el título de campeón dura un año, pero ser excampeón dura para toda la vida”. Nico parece haberlo entendido muy rápido.

Por Laura Dulce Romero

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