Turismo

Amazonas, un viaje que estremece la vida

Recorridos por el río, caminatas, visitas a reservas y comunidades indígenas son algunos planes imperdibles.

María Alejandra Moreno Tinjacá*
04 de septiembre de 2018 - 11:18 p. m.
En la comunidad de Mocagua hay un gran lago donde se pueden observar las flores de loto.
En la comunidad de Mocagua hay un gran lago donde se pueden observar las flores de loto.

Sobrevolar el departamento del Amazonas y contemplar las curvaturas del río más largo del mundo es un privilegio maravilloso que, en los últimos años, tienen los turistas nacionales y extranjeros para conectarse con la naturaleza y apreciar las diferentes culturas que habitan en la parte sur de Colombia. Desde que se emprende el aterrizaje es toda una aventura. Se ve un mundo de árboles tupidos que forman un gran tapete verde; la zona selvática es una monstruosidad.

Al llegar al Aeropuerto Internacional General Alfredo Vásquez Cobo, la humedad y el clima cálido empiezan hacer de las suyas. Pero su aroma realmente es cautivante y hace una invitación a dejar el ajetreo de la cotidianidad y disfrutar cada sonido, fragancia y paisajes únicos que deleitan y alimentan el alma. También perderse en las historias de las culturas que relatan la vida misma y sus avatares.

Un ejemplo de ello es Mundo Amazónico, un parque ecológico que está a siete kilómetros de Leticia y surgió hace ocho años, como un proyecto familiar que buscaba hacer reforestación y apostarle a una iniciativa ambiental en el departamento. La reserva es la primera conexión con una parte de la selva. Está dividida por varios senderos: Jardín Botánico, Productos Amazónicos, Villa Cultural, Acuario Amazonas y Sendero de la Selva.

La ruta que elija siempre va a estar acompañada por un guía de la comunidad, quien hace del recorrido una experiencia enriquecedora. En esta ocasión, Darío, un joven de la tribu yukuna, fue quien lideró la caminata por el Jardín Botánico. Entre risas, cantos y la espiritualidad que los caracteriza, explicaba las bondades de las plantas medicinales, las historias de sus ancestros y sus rituales. Por ejemplo, mientras ingresamos a una de las malocas, en su interior hay varios instrumentos con los cuales se anunciaban las fiestas de la comunidad.

También un palo, que no parece muy pesado, es uno de los retos que pone a los turistas. Es sencillo: sostenerlo sin doblar el codo, pero ninguno pasó la prueba, y así mostrar que ya están listos para asumir un compromiso. Durante el recorrido se pueden observar diferentes tipos de aves y guardar silencio para escuchar su canto. En el lugar hay más de 100 aves endémicas, por eso es ideal para hacer avistamiento de aves. Recorrer los senderos requiere un mínimo de esfuerzo físico, están bien demarcados y mientras se transitan se puede hacer tiro al blanco.

En la reserva siempre hay personas de los pueblos indígenas, pues otro de los objetivos es generar trabajo y ser sostenibles. Al finalizar el recorrido Antonio Bolívar, uno de los indígenas de la comunidad ocaina que participó en la película El abrazo de la serpiente, habló de la importancia de proteger la naturaleza y no dejar perder la riqueza cultural, pues señala: “Soy el último de mi raza. Nuestro dialecto se está perdiendo y conocemos cada vez menos los usos de las plantas medicinales. Hay que conocer de dónde viene uno y recorrer los lugares que cuentan la historia, pero así mismo adueñarnos de la tierra, no dejar que esto muera”.

Para entender el territorio, hay que saber escuchar, abrir la mente y el corazón para descubrir qué hay detrás de cada tribu indígena y su cultura. Esto se vive mientras se recorre el río Amazonas con destino a Puerto Nariño. La inmensidad del río es abrumadora y mientras se unen a lo lejos las aguas con el cielo, en la lancha uno de los guías cuenta esas leyendas de cómo las mujeres quedan embarazadas por el delfín rosado y nos alentaba a estar pendientes para observarlo. Esperar su aparición requiere paciencia y agilidad. Para llamar su atención se hace ruido y luego solo queda contemplar cómo juegan en el agua y disfrutan de ese baile que se llama vida.

Antes de llegar a Puerto Nariño, la primera parada que se hace es en la Isla de los Micos; una locura. Antes de ingresar hay dos recomendaciones: no aplicarse repelente, para que los micos no se enfermen, y disfrutar. Apenas se atraviesa por un caminito corto hay unos árboles gigantes que dan paso al centro de reunión de los micos. Todo es bastante tranquilo, se ven los miquitos caminando hasta que entran en confianza y saltan de cabeza en cabeza. Es una sensación extraña pero divertida. Y si alguien quiere tener muchos micos sobre su cuerpo es cuestión de darles un banano. Son unos 20 minutos de diversión y muchas risas.

La siguiente parada se realiza en la comunidad de Mocagua o “Tierra de cazadores y pescadores”. Allí el ecoturismo ha sido una herramienta para mejorar la calidad de vida, conservar la cultura y hacer vivir momentos increíbles a sus visitantes. Mocagua es un lugar de paz y una comunidad que entiende que el trabajo en equipo es la mejor decisión para conseguir buenos resultados. Lo que más sorprende es ver los senderos muy bien cuidados y las casas pintadas de muchos colores. Es limpio por todas partes y, además, tiene un lago donde habitan las flores de loto o victoria amazónica.

Es un espectáculo ver estas plantas verdes y redondas que pueden soportar un peso hasta de tres kilos. Uno de los guías relata que es el más grande de todos los lirios de agua, que es nativo del río Amazonas y su belleza es más intensa cuando las flores están abiertas, pues enamoran con esos tonos blancos y morados. La visita en “Tierra de cazadores y pescadores” es la antesala del recorrido que se hace en el pesebre natural de Colombia, como le llaman a Puerto Nariño. Nombre que toma validez cuando, paso a paso, se recorre el segundo municipio del Amazonas.

Es un lugar acogedor. Solo pasamos unas horas ahí, pero fueron suficientes para deleitarse con el color del cielo, el contraste del verde con el sedimento del río y las casitas de colores que se ven de fondo. La comida exquisita. En un solo plato los sabores de la Amazonia colombiana, brasileña y peruana hicieron de las suyas en nuestro paladar. Lo ideal es volver con más tiempo, pues hay planes para hospedarse y hacer varias actividades turísticas.

De regreso, con los sentidos a mil, nos encaminamos a una última aventura en la Reserva Natural Tanimboca, que queda a 11 kilómetros de Leticia. Allí se puede dormir en casas construidas en los árboles, hacer canopy y largas caminatas y además tener una experiencia de primera en la selva. A nuestra llegada, Rodolfo Mesa, un indígena que dejó la cacería para convertirse en guía turístico, mientras explicaba la actividad nos invitó a escuchar los sonidos de la selva, para hacernos saber que esta tiene vida propia y debemos estar atentos a lo que pase. Resaltó que “el peligro está en el suelo” y advirtió que “los animales siempre nos están observando y que todo puede pasar”. Con estos tips emprendimos una caminata que nos hizo sentir la majestuosidad y fuerza de la selva. Nos adentró en el enigma de la selva.

* Invitación MinCIT y Fontur.

Por María Alejandra Moreno Tinjacá*

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