Turismo

La bondad en Tailandia

El colombiano Felipe Villegas nos cuenta cómo una señora le brindó su carro, le dio de comer y hasta le mandó a arreglar su celular.

Felipe Villegas Múnera
30 de agosto de 2017 - 03:40 a. m.
Felipe Villegas Múnera, en su recorrido por Tailandia.  / Cortesía
Felipe Villegas Múnera, en su recorrido por Tailandia. / Cortesía

La primera vez que visité Tailandia pasé dos meses recorriéndola a dedo de norte a sur. Desde el momento en que crucé la frontera de Laos hacia Chiang Rai sentí que iba a vivir grandes experiencias en este país. Viajar a dedo en Tailandia no fue difícil. Normalmente me tomaba entre veinte y treinta minutos conseguir un aventón.

Pasé semanas viajando por el norte de Tailandia, visitando templos budistas, haciendo senderismo por las montañas y voluntariados en algunos pueblos remotos. Conocí personas increíbles que me ayudaron durante mi tiempo en esa zona del país. Me recogían fácilmente, me invitaban a comer e, incluso, me llevaron a una boda, a la cual asistí con una camiseta tipo esqueleto y una bermuda.

De entre todas esas experiencias que viví viajando a dedo por Tailandia, les quiero contar una muy especial que me marcó. Cuando estaba yendo hacia a un pueblo llamado Ayutthaya me recogió una señora llamada Pemlin Oyo. Me dijo que iba camino a Bangkok y que podía llevarme hasta mi destino, pero primero debía acompañarla a un par de reuniones que tenía. Al no tener prisa, acepté y me subí a su carro.

Me sorprendió lo bien que hablaba inglés. Si han viajado por Tailandia, sabrán que los tailandeses no tienen un buen nivel en este idioma y muchas veces es difícil comunicarse con ellos. A pesar de ello, Oyo había aprendido para poder hacer negocios con sus clientes internacionales.

La acompañé a sus reuniones y charlamos durante el camino. Pasé toda la tarde en su carro y a veces durmiendo en él, mientras la esperaba. Cuando estábamos cerca de Ayutthaya, me pidió mi número telefónico para que la visitara en Bangkok y conociera a su familia.

No obstante, le conté que mi celular se había dañado en el norte de Laos y que actualmente no contaba con un número. Quedó sorprendida de que estuviera viajando sin teléfono y creo que, incluso, un poco preocupada. Así que me dijo que sabía dónde podíamos repararlo. Me llevó a una tienda pequeña y entregué mi celular al dueño, quien me dijo que pasara al otro día y estaría reparado.

Luego de ello, Oyo me invitó a una pizzería porque pensó que yo extrañaba la comida occidental. Le dije que prefería la comida tailandesa y nos fuimos de allí. Partimos entonces a un mercado nocturno, en donde comimos algunos platos auténticos de esa región de Tailandia y, aun cuando me ofrecí a invitarla, se negó y pagó por todo. Luego me dejó en mi hostal y se aseguró de que yo estuviera en buenas condiciones.

Al otro día pasé por la tienda para recoger mi celular. El señor me lo entregó reparado y funcionando perfectamente. Cuando le pregunté cuánto debía pagarle, me dijo que Oyo ya lo había hecho el día anterior. Al parecer, luego de dejarme en el hostal ella volvió a la tienda y le pagó al señor por el arreglo. Quedé sorprendido. Esta señora que me había conocido apenas el día anterior, que me recogió en la autopista, me dejó en mi destino, me invitó a comer, me llevó a reparar mi celular y, además de todo eso, pagó por ello sin decírmelo y sin esperar nada a cambio.

La razón por la cual escribo este artículo es para invitarlos (me incluyo) a que ayudemos a alguien de manera desinteresada hoy, y ojalá más a menudo. Algo que puede ser insignificante para unos, puede representar el mundo para otros.

Personas buenas como Oyo existen en todas partes. Probablemente para algunos, lo que ella hizo no sea tan importante, pero para mí significó muchísimo. Esos pequeños gestos, a mi parecer, tienen un gran impacto en la sociedad, ya que, de manera indirecta, hacen que más personas quieran ayudar desinteresadamente. Sin esperarlo, Oyo ha hecho que yo quiera ayudar a alguien más sin esperar nada a cambio.

Por Felipe Villegas Múnera

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