Turismo

Mompox: un lugar que avanza a cinco kilómetros por hora

Mompox no es solo sinónimo de libertad e independencia. Conocida como la Ciudad Valerosa, esta población de no más de 45.000 habitantes se conserva como una de las capitales culturales más importantes de la región.

Nicolás Fernández Sánchez*
06 de octubre de 2018 - 03:28 p. m.
Getty Images
Getty Images

Mompox es una pequeña caja de sorpresas. Una colorida y carismática que brilla a orillas del río Magdalena, en el interior del departamento de Bolívar. Una que avanza a su propio ritmo, sin prisa, sin preocupaciones, sin estrés. Una en cuyo interior se conservan intactas tradiciones que se hicieron propias tras la llegada del hombre occidental, como la orfebrería y el jazz.

Como si estuviera congelado en el tiempo, los visitantes que llegan a este distrito colonial se transportan a otra época. Las enormes y coloridas casas que parecen florecer en los bordes de las empedradas calles son un espejismo de su realidad. Asomarse en una de sus ventanas es descubrir que cada una lleva un pequeño Mompox en su interior, con artesanías, hamacas, fuentes y jardines, casi la misma impresión que da caminar por La Albarrada, junto al río, presenciando las intenciones de la brisa en el agua y las plantas.

Son estas mismas estructuras las que albergan hornos, mecheros, mazos y alicates de todos los tamaños, con los que los momposinos reviven la técnica de la filigrana, cuyo origen se remonta a la Colonia, cuando este territorio contaba con uno de los puertos más importantes del Magdalena. Fue esta misma condición la que hizo que, aunque Mompox no contara con puntos de extracción de metales, sus habitantes se entrenaran para convertir la plata, llegada desde otras regiones por los comerciantes, en delgados hilos y formar con ellos figuras de todos los tamaños.

Hoy la técnica de la filigrana continúa con vigencia gracias a que sus métodos se transmiten de generación en generación. Es común encontrar talleres en casas, junto a locales donde se comercializan las piezas terminadas en forma de anillos, pulseras, cadenas y aretes; esta actividad cumple un importante papel en la economía de la región.

El arte de los sonidos y los silencios

“Mompox no tiene ritmos autóctonos. La música que siempre ha sonado es el vals, la mazurca, la polca y el pasillo, como aporte criollo”, cuenta Jesús Zapata Obregón, autor de la obra Mompox y su cultura musical, donde registra el trabajo de diferentes intérpretes que en algún momento adornaron con ritmos a esta villa.

Zapata Obregón vive en función de darles visibilidad a los artistas momposinos. Gracias a un trabajo de años, en los que recolectó testimonios por toda la región, este médico veterinario, obsesionado por la música instrumental que floreció en Mompox tras la conquista española, revive la obra de autoras como Josefa Torres, una comerciante que con sus silbidos compuso melodías que llegaron hasta los atriles de los conservatorios bogotanos.

“Josefa Torres fue una humilde mujer, analfabeta literal y musical, quien valiéndose de sus silbidos compuso bellísimas piezas musicales… Sus obras eran pasadas al papel gracias a distinguidos músicos momposinos como Manuel Villanueva y Manuel Esteban Miranda”, cuenta el experto mientras recuerda la vida de algunos de los músicos que reúne en su libro.

Las tradiciones de este distrito, que en algún momento fue un estratégico puerto visitado en ocho ocasiones por Bolívar, toman vida en las celebraciones del 6 de agosto (Independencia de Mompox), Semana Santa y el Festival de Jazz, en las que los músicos exponen sus composiciones de todo tipo y los artesanos exhiben sus creaciones que bien pueden ser prendas, objetos religiosos, quesos formados por largas tiras y vinos de frutos como el corozo y el limón.

Cuando solo la Luna y las estrellas iluminan a la Piedra de Bolívar, a orillas del Magdalena, es fácil darse cuenta de que, como canta una de las flores más bellas de la región en cuyo nombre artístico reposa el gentilicio de Mompox, el pescador tiene una fortuna invaluable, una que no se basa en su chinchorro y atarraya, una que lo hace afortunado de estar ahí, ante esa indescriptible energía que brota de la brisa, de la orilla, del Sol, de los ojos de quienes habitan junto al río, junto al origen.

*Invitado por Fontur.

Por Nicolás Fernández Sánchez*

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar