Turismo

Una noche en la Muralla China

El colombiano Felipe Villegas cuenta su experiencia en una de las Siete Maravillas del Mundo y el símbolo más representativo del país oriental.

Felipe Villegas Múnera
25 de julio de 2017 - 07:07 p. m.
El colombiano Felipe Villegas Múnera, en su visita a la Muralla China.   / Archivo particular
El colombiano Felipe Villegas Múnera, en su visita a la Muralla China. / Archivo particular

Era viernes en la mañana de Pekín, China. Tenía una meta: acampar en la Muralla China. Tomé el metro y dos buses públicos para salir de la ciudad y llegar a la aldea de Xizhazi. En este lugar empezaría la aventura hacia Jiankou, una parte de la Muralla China que aún sigue intacta y no ha sido restaurada para los turistas.

Llegué a Xizhazi a las 6 p.m. y pagué una suma equivalente a US$3 para ingresar a la aldea. Empecé a caminar hasta que vi un letrero que decía “no ingresar, esta parte de la Muralla no está abierta al público”. Me detuve y miré a mi alrededor. No había nadie además de las señoras que me cobraron por entrar, así que decidí seguir. Una alarma se encendió tan pronto crucé el letrero, busqué un lugar para esconderme, pero al percatarme de que nadie salió, decidí continuar con mi camino.

Al ingresar al bosque encontré varios árboles con trapos rojos que indicaban el camino hacia la muralla. Todo parecía muy sencillo hasta que oscureció. Mi única linterna era mi celular, el cual se estaba quedando sin batería a medida que avanzaba. Después de cuarenta minutos, perdí de vista los pañuelos rojos y mi camino. Giré a mi alrededor, pero no se veía nada con claridad.

Por un momento, en mi cabeza rondaron pensamientos con cierta ironía. Me dije: “Ahora voy a salir en los periódicos chinos como el colombiano que se perdió en la Muralla China y murió en un bosque”. Aunque me parecía gracioso, cierta parte de mi decía: “¿Qué pasa si termina siendo cierto?”.

Así que empecé a caminar de regreso, solo para darme cuenta de que estaba más perdido que antes. Tratando de mantener la calma intenté ubicarme, pero no sabía lo que hacía. Caminé unos minutos más, con la mirada fija en el suelo tratando de ver qué pisaba, hasta que levanté la cabeza y la vi. Allí estaba, enfrente mío. La Gran Muralla China. La emoción no me cabía en el pecho. De inmediato busqué una forma de treparme por las rocas y árboles hasta que lo logré.

No lo creía, estaba allí. Empecé a buscar un lugar donde tirar mi saco de dormir. Encontré un par de torres de control donde se veían rastros de personas que habían acampado allí. El viento era tan fuerte que sentía que me podía caer de la muralla. Así que decidí no seguir caminando y acampar en la torre más baja.

No podía hacer mucho a esa hora, ya estaba tarde, así que me preparé un sándwich e intenté dormir. Puede ser una de las noches en que peor he dormido en mi vida, pero al otro día valió la pena. Me desperté a las 5:30 a.m. con las manos hinchadas del frío y la cabeza congelada. No me importó, salí a explorar y me llevé la mejor sorpresa: era el único en la Muralla a esa hora, al menos eso creo. La tenía toda para mí.

Hice el camino del “Cuerno del Buey”, un trayecto hermoso en la sección de Jiankou. El camino era inclinado y casi en ruinas. Se sentía auténtico. El sol salió y todo se hizo más colorido y hermoso. Caminé por horas hasta que decidí regresar a la aldea. Esta vez, con la luz del día, fue casi imposible volver a perderme.

Por Felipe Villegas Múnera

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