El poder de la sugestión

Como gran alternativa al corcho, los productores están recurriendo cada vez más a la tapa rosca porque es más eficiente a la hora de evitar el ingreso de aire y de mantener la sensación afrutada en los vinos.

Por Hugo Sabogal

14 de julio de 2018

Cortesía

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Cierres como el sintético y el de la tapa rosca se utilizan de manera constante y creciente en la producción de vinos, desde hace más de una década. Sin embargo, todavía dueños de restaurantes, gerentes de hoteles, importadores, distribuidores y usuarios finales rechazan botellas tapadas con estos sistemas amparándose en el argumento de que su calidad es inferior a la de una botella sellada con corcho o tapón natural.

No entro en mayores detalles sobre las razones expuestas por los productores cuando deciden ponerle un tipo específico de cierre a su botella. Para ellos, lo prioritario es proteger el producto del aire y de la oxidación temprana, o sea, del deterioro.

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El mero hecho de que un vino esté cerrado con tapa rosca, material sintético, vidrio o corcho, no lo hace mejor ni peor, porque si la bebida no está bien hecha desde el comienzo, nada la mejorará. Puede ser menos o más compleja, pero nada más.

Como gran alternativa al corcho, los productores están recurriendo cada vez más a la tapa rosca porque es más eficiente a la hora de evitar el ingreso de aire y de mantener la frescura y sensación afrutada en los vinos, dos argumentos ya demostrados científicamente.

Adicionalmente, la tapa rosca disminuye la demanda de alcornoque, factor clave si queremos preservar el ecosistema. También evita tener un sacacorchos a la mano, lo que amplía el espectro de compradores y garantiza un consumo inmediato (un par de vueltas y ya está). Por último, cuesta menos y pone el vino al alcance de más bolsillos.

No menos importante es que la tapa rosca elimina por completo el riesgo de la “enfermedad del corcho” o TCA, causante de la pérdida del 5 % de los vinos sellados con tapón natural. Y eso es plata y puro desperdicio.

Otro aspecto que hace innecesario el uso del corcho (y conste que soy consciente del silogismo del protocolo y demás fascinaciones) es que el 97 por ciento de los vinos producidos anualmente se proyectan para el consumo inmediato, y es aquí donde la tapa rosca, el tapón sintético y el de vidrio resultan insustituibles por eficiencia y por costo.

Sólo el tres por ciento restante está compuesto por vinos complejos y artesanales, en los que el tapón natural tiene todo el sentido. ¿Por qué? Porque la porosidad del corcho facilita la microoxigenación de esos vinos para poder alcanzar una vejez honorable (de ese escaso tres por ciento, solo el uno por ciento corresponde a vinos memorables y coleccionables). O sea que el corcho no les agrega nada a los vinos de la franja dominante.

Por eso quiero aludir un estudio de la Universidad del Estado de Washington (región productora de excelentes vinos), realizado en 2013, para demostrar, justamente, el poder de la sugestión.

La investigación consistió en sentar a un grupo de personas frente a cuatro copas señaladas con las siguientes leyendas: “Vino A”, “Vino B”, “Vino C” y “Vino D”. Detrás de cada vino se puso la foto de una botella con su respectivo sistema de cierre: corcho, tapón sintético, tapa rosca y vidrio.

Después de probarlos, el mejor calificado fue el vino tapado con corcho. Lo que no se les dijo es que tanto este como todos los demás eran vinos ordinarios de Burdeos, extraídos de tanques de almacenamiento, o sea, que ninguno estuvo embotellado ni mantuvo contacto con ningún tipo de cierre.

¿Cómo pudieron decir que el vino con corcho era superior? Pura sugestión. Y pensar que Colombia se mantiene todavía a la cabeza de los mercados que exigen el corcho vs la tapa rosca, en contravía de la tendencia mundial ¿Cree que está listo para el cambio?

Por Hugo Sabogal

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