"Salir vivo de un quirófano no debe ser cuestión de suerte"

Lorena Beltrán relata los pormenores físicos y psicológicos de lo que significó una cirugía estética mal hecha. Presentamos su versión y las imágenes de su proceso de reconstrucción.

Lorena Beltrán
16 de octubre de 2017 - 02:03 a. m.
Lorena Beltrán se sometió a una cirugía reconstructiva de senos el 17 de febrero de 2017. / Mauricio Alvarado
Lorena Beltrán se sometió a una cirugía reconstructiva de senos el 17 de febrero de 2017. / Mauricio Alvarado
Foto: MAURICIO ALVARADO

Por más de dos años fui incapaz de verme desnuda frente al espejo, sentí desprecio por mi propio cuerpo, por mis senos deformes y cubiertos de cicatrices. El motivo de esta pesadilla se ha vuelto pan de cada día en Colombia: una mala cirugía plástica.


¿Cuántas veces hemos leído titulares sobre mujeres que pierden la vida o resultan lesionadas en quirófanos? Las víctimas de este tipo de procedimientos, que actualmente no están regulados por la ley, se convierten en simples cifras, sumado al prejuicio de que “eso les pasa por vanidosas”. Entendí la gravedad del vacío legal cuando me ocurrió a mí.


Por dolores en mi espalda y sintiéndome inconforme con el tamaño de mis senos, me sometí a una reducción mamaria con el médico Francisco Sales Puccini. Llegué a su consultorio ubicado en un exclusivo sector de Bogotá, repleto de diplomas que certificaban su experiencia. Uno de esos cartones lo acreditaba como cirujano plástico de la Universidad Veiga de Almeida de Brasil, título actualmente cuestionado por la Fiscalía y las autoridades, pues junto con otro grupo de galenos habría presentado información falsa ante el Ministerio de Educación para convalidar sus supuestos estudios.


Precisamente esta semana Sales Puccini y seis colegas suyos fueron imputados por los delitos de fraude procesal y falsedad en documento privado. Asistió en compañía de su hermano, Carlos Sales Puccini, también imputado por los mismos delitos. No sentí odio ni rencor. Sales Puccini me destrozó los senos, pero no me destrozó la vida. Me senté entre el público y releí una carta que le escribió Carlos Pizarro a su hija: “rebélate contra toda injusticia que veas cometer a tu lado. No importa si sufres un poco por ello, con el tiempo te regocijarás con el orgullo en tu propio valor personal, un orgullo sano, dulce y humano”. Orgullosa escuché los argumentos del fiscal, mencionó algunas pruebas que hace un año ya había revelado a la opinión pública como periodista y víctima. Además les suspendieron los títulos en cirugía plástica, por lo menos hasta que termine el juicio; una medida que sin duda salvará muchas vidas.

Fue inevitable revivir la desastrosa cirugía que me practicó años atrás. Recordé cómo pocos días después de operarme, uno de mis pezones estaba a punto de desprenderse del seno y mis heridas continuaban abiertas. Sales Puccini decía que “todo era normal”, que usara gelatina sin sabor y toallas higiénicas en mi sostén, para no escandalizarme con los líquidos que salían de mis senos. De su quirófano salí viva, por fortuna, pero deforme. Por eso en febrero de este año me sometí a una cirugía reconstructiva a cargo del doctor Hugo Cortés Ochoa, de quien entendí que la bata blanca no es para engañar pacientes, sino para actuar con integridad.

La experiencia fue totalmente distinta: conocí a mi anestesiólogo semanas antes del procedimiento, tuve un equipo médico que no me abandonó en ningún momento, ni siquiera en los meses posteriores al procedimiento. Antes de ingresar al quirófano recibí información precisa sobre toda la intervención. Dibujaron sobre mi piel las incisiones que marcaría el bisturí y aunque nerviosa, sentí que por fin volvería a ser una mujer segura de sí misma. Al otro lado de la puerta me despedí con lágrimas de mi familia, que sufrió como muchas otras, el cuidado de un hijocon depresión. Nadie imagina cómo afecta la vida emocional de una persona el hecho de cargar en el cuerpo las consecuencias de una mala práctica médica. Me pidieron respirar con una máscara de oxígeno y pensar en algo tranquilo, mientras sonaban los monitores y la lámpara del quirófano se hacía cada vez más luminosa. Cerré los ojos con ansiedad, esperando que pronto terminara la pesadilla.

A diferencia de mi primera cirugía, esta vez desperté de la anestesia sin alterarme, no sentí el dolor intenso que padecí en mi primera experiencia, respiré con facilidad.Tras pasar una noche hospitalizada, mi cirujano llegó a primera hora a revisar las heridas. Me retiraron las vendas frente al espejo de la habitación. No pude contener las lágrimas: aún con puntos e inflamación, vi que el resultado había sido exitoso. Las horribles cicatrices que estaban en mis senos eran ahora líneas estéticas, en proceso de cicatrización. El proceso continúa, debo usar cuatro cremas diarias sobre la piel de mis senos. También debo hacerme varias sesiones de un tratamiento láser para disminuir el tamaño y color de mis cicatrices, para que sean casi imperceptibles.


Recuperé la apariencia estética de mis senos y pasar por esta experiencia me hizo concebir mi cuerpo de una manera distinta, me hizo amar la piel que habito. Sin embargo, soy parte de la minoría que puede pagar una reconstrucción, sumado a la batalla jurídica que implica denunciar una mala práctica médica.


Nadie merece vivir algo tan doloroso. Ningún hijo, esposo o madre merece perder sus seres queridos a manos de cirujanos falsos e irresponsables.
Que correr con suerte no sea la única forma de salir vivos del quirófano. El Congreso está en mora de aprobar una ley que dé garantías a los pacientes. ¿Estarán a la altura del debate nuestros congresistas? #CirugíaSeguraYA
 

Por Lorena Beltrán

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