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Profesores e investigadores

Cartas de los lectores
12 de febrero de 2014 - 03:34 a. m.

En su artículo “Profesores titulares, un problema con solución”, publicado el domingo 9 de febrero, Pablo Correa retoma otro artículo sobre el mismo tema publicado el miércoles 5 de febrero en el New York Times de Adam Grant (“A Solution for Bad Teaching”). La conclusión de los dos artículos es que no existe una relación positiva entre buena investigación y buena docencia, y, por lo tanto, no se debería exigir a los profesores universitarios hacer las dos cosas y menos hacerlas bien. Por el contrario, podría ser recomendable, concluye Correa, que las universidades entiendan que “sencillamente los maestros enseñan y los investigadores investigan.”Pero al mirar las fuentes en las que se basan los periodistas, resulta que la conclusión no es tan sencilla. Los estudios de Hattie y Marsh no proponen que se debería separar la investigación de la docencia porque un buen investigador no es un buen docente o porque un buen docente no es un buen investigador. Lo que muestran sus estudios es que existen académicos que son buenos docentes Y buenos investigadores, pero sobre todo que “(e)l asunto fundamental es lo que deseamos que sea esta relación” para luego diseñar políticas para ponerla en práctica (Hattie y Marsh 2004: 1, traducción propia).

Es decir, el problema no está en que no haya conexión evidente sino en que tenemos unas políticas institucionales que no fomentan la relación entre buena investigación y buena docencia. Los estudios de Hattie y Marsh muestran que existen tres canales de conexión entre las dos actividades: una relación positiva entre habilidades de docencia e investigación, una relación negativa entre tiempo dedicado a docencia y tiempo en investigación, y, un tercer canal entre la motivación y los resultados en cada actividad. La ausencia de relación se puede explicar porque el primer y el segundo canal se equilibran, así que lo que termina definiendo todo es la motivación. Académicos más motivados para investigación son mejores investigadores, aquellos más motivados para docencia son mejores profesores, y en medio están aquellos que son buenos para las dos cosas o, en el peor de los casos, para ninguna de las dos. Es por esto que la motivación, y por lo tanto, las políticas institucionales resultan definitivas.

Además, contrariamente a lo que sugiere Correa, lo de especializarse no parece la mejor alternativa. Hattie y Marsh encuentran que dedicar más tiempo a la investigación lleva a mejores resultados en este frente, pero no pasa lo mismo en docencia: dedicar más tiempo a docencia no se ve reflejado en mejor enseñanza y aprendizaje.

En resumen, Hattie y Marsh no dicen que se deba separar la investigación de la docencia. Lo que dicen es que debemos hacernos la pregunta sobre cuál debería ser esta relación. Y ésta es una pregunta que no se resuelve con modelos ni con más evidencia empírica. Es una decisión política: ¿cuál es el modelo de Universidad que queremos? Dependiendo de la respuesta se deberá construir un sistema de incentivos y políticas institucionales para ponerla en práctica.

Jimena Hurtado Prieto. Bogotá.

 

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