Análisis: Reinados de belleza: ¿acabarlos o reformarlos?

Pese a que se han convertido en escenarios que, al parecer, dan mayor reconocimiento a la comunidad LGBTI, estos concursos siguen mostrando como mercancía a las mujeres y vendiendo ideales de belleza que no existen.

Laura Melissa Posada*
03 de diciembre de 2018 - 01:48 p. m.
Ángela Ponce se convirtió en Miss España y la primera transgénero en conseguir ese título. / EFE
Ángela Ponce se convirtió en Miss España y la primera transgénero en conseguir ese título. / EFE

Estos concursos siempre dan de qué hablar. Este año la controversia ha girado en torno a dos temas: la aceptación de candidatas transgénero en el certamen –Miss España y Miss Mongolia– y la pérdida de la corona de Miss Ucrania, pues descubrieron que no cumplía con los requisitos de ser soltera y no tener hijos.

Sobre el caso de Ángela Ponce –Miss España–, inmediatamente salieron los comentarios en su defensa y en contra; sin embargo, muy a pesar de las opiniones a favor o en contra, las mujeres trans, deben ser reconocidas y tratadas con el género con el que se identifiquen, pues justamente han emprendido procesos para su reconocimiento al no sentirse cómodas con el género que les fue asignado en su nacimiento.

(En contexto: Trans en reinados de belleza: mucho más allá de los genitales | La Prohibida)

A raíz de estas controversias, varias personas también querido condenar y juzgar la doble moral de este tipo de certámenes pues, por un lado, reflejan visos de progresismo al permitir la entrada de mujeres trans, pero de otra parte rechazan el hecho de que madres solteras y divorciadas puedan participar.

A pesar de que estas inquietudes sobre la doble moral de los concursos de belleza son completamente válidas, estas controversias deben ser útiles para analizar estos eventos más a fondo, porque si bien es evidentemente cuestionable la mojigatería y la doble moral de estos certámenes, lo cierto es que estos eventos en sí mismos son contradictorios y problemáticos, ya que cargan con un alto componente colonial, clasista y machista. Un machismo que puede que no mate o viole, pero que sí trata a las mujeres como objetos sexuales que merecen ser juzgados, calificados y expuestos por todo un país, e incluso a los ojos del mundo entero.

(Le puede interesar un editorial sobre el tema: De reinas y prejuicios)

Si no es suficiente considerar este tipo de espectáculos por el hecho de que expongan a las mujeres a estándares irreales de belleza, que únicamente se pueden lograr a través de un extenso y tortuoso sacrificio; está el hecho, no menos grave, de obligarlas a salir en trajes de baño diminutos para que la gente, más con morbo que con conocimiento, las juzgue, las critique, las apruebe o las mire, con el agravante de que de que sólo celebra una belleza juvenil, que descalifica y desecha a las mujeres una vez tienen relaciones sentimentales o son madres.

Si continúa siendo insuficiente este contexto, es importante analizar por qué, a pesar de que existen reinados para hombres, poco se conoce de éstos, lo que refleja que a la sociedad no le interesa calificar en la misma medida los estereotipos de belleza en ellos, pues esta dimensión de la vida no ha sido históricamente el elemento calificativo o de aprobación de este género.

La idea que sostiene que las candidatas representan la belleza de una región o un país es una falacia.

Primero, porque para nadie es un secreto que son más bien pocas las mujeres que tienen esa apariencia física; segundo, porque ni siquiera ellas son como se ven en los medios digitales y en el día de la coronación; y tercero, porque al menos en Latinoamérica es imposible que una sola mujer represente a países donde existe multiplicidad de razas y etnias. En suma, los reinados son eventos sumamente problemáticos y que cargan con estereotipos violentos que muchas mujeres intentamos eliminar.

(Lea también: Ángela Ponce, la primera mujer trans en representar a España en Miss Universo)

A pesar de todo esto, hoy en día existen miles de mujeres que continúan participando como candidatas a estos concursos de belleza, a la par que sigue creciendo el interés de las mujeres trans para hacer parte de éstos. En este sentido, si existe una demanda tan alta sobre estos escenarios, lo correcto no es condenarlos de entrada sino problematizarlos para entender el porqué de este fenómeno, al que se puede agregar el de las modelos e influenciadoras digitales.

Si nos adentramos en los problemas culturales, políticos y económicos de un país como Colombia, encontramos que, a pesar de que existan mujeres en espacios políticos e intelectuales, este sigue siendo un escenario mayoritariamente dominado por hombres y al que, las mujeres que han llegado a tener algún tipo de reconocimiento, lo logran gracias a un esfuerzo que no es exigible ni comparable con el del género masculino.

Por ello, los campos de la belleza continúan siendo escenarios en los que las mujeres encuentran salida a sus dificultades económicas y de reconocimiento, pues incluso si no llegan a quedar escogidas, puede ser una plataforma para trabajar en televisión, modelaje, realities o comerciales, muy a pesar de ser lacerantes de su propia autoestima.

En esta misma lógica, las mujeres trans reivindican su participación en los certámenes de belleza, como un acto político, como un derecho y como una forma de darse a conocer. No en vano, Ángela Ponce ha anunciado en diferentes entrevistas que uno de sus objetivos con su participación es hablar de la violencia sistemática y transfobia existente en su país de origen, discriminación que trae como consecuencia que sus oportunidades laborales estén limitadas al mundo de la belleza, la moda y la estética. No en vano, tampoco, como bien lo explica el vídeo del canal “La Prohibida”, los reinados, especialmente los populares, se han erigido como espacios de resistencia y lucha contra la violencia sobre los cuerpos de las personas trans.

Por esto, la única forma en que estos certámenes se extingan es que el público deje de prestarles atención y que las personas dejen de tener aspiraciones por participar en ellos. Esto difícilmente ocurrirá pronto, pues a pesar de que las mujeres y las personas LGBTI han ganado espacios de reconocimiento como sujetos políticos y como personas con derechos, a nivel cultural, político y económico siguen existiendo barreras que implican que un gran sector no encuentre posibilidades de ascenso y prosperidad económica diferentes a los escenarios de belleza y porque existen estructuras sociales que aún le impregnan a las mujeres la idea de que su mayor potencial está en su apariencia.

En esta medida, son más que necesarios los movimientos que buscan que los espacios de la moda y la belleza sean más incluyentes y cercanos a la realidad. Vale la pena recordar el libro ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras de Patricia Soley Beltrán, quien se pregunta si es posible dar cabida a la necesidad humana de belleza y verdad sin caer en el libertinaje visual sujeto a la explotadora economía de consumo y si es posible acomodar las aspiraciones humanas a la belleza y vivencia corporal gozosa sin dictados corporativos universalizantes.

Patricia responde de una forma muy lúcida “la industria de la moda sólo será radical si logra escuchar los discursos críticos y modificar sus propias estructuras y sistemas de producción. Ha llegado el momento de romper encantamientos que tacharíamos de “primitivos” si se dieran en culturas que no son la propia. Es la hora de bajar del pedestal a los ídolos falsos, de aceptar la precariedad y la vulnerabilidad de nuestra existencia, la de todas las personas, al tiempo que honramos nuestra fuerza para la solidaridad y la búsqueda. Descifrado el hechizo, se abren ahora nuevas rutas para un viaje que nos despierte para el sueño, uno más inclusivo y verdadero”.

*Abogada e investigadora de la Universidad Libre.

Por Laura Melissa Posada*

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