El Magazín Cultural

La Esquina Delirante VI (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez cobra más validez que nunca, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Guerra de guerrillas narrativa si se quiere.

Autores varios
23 de abril de 2019 - 12:03 a. m.
Ilustración: Juiián Olarte
Ilustración: Juiián Olarte

El viaje del escritor

El escritor hizo lo que solía hacer cuando tenía la oportunidad de ir en algún vehículo conducido por otro, sacó un libro y se puso a leer. Esta vez, tomado de la mano de su esposa que lo había acompañado a recibir el galardón. Supuso que sería recibido modestamente en el aeropuerto por sus compañeros de universidad y oficio. La posibilidad de ser recibido con una algarabía le pareció remota, al fin y al cabo, no había sido muy leído en el país. Y como lo supuso, así había sido, una recepción sin lectores entusiastas, sin un grupo musical tocando, sin bailes, sin gritos de aclamación. Solo unos viejos felices, abrazos sinceros y reconocimientos de victoria de algunos colegas adversarios.

Sintió algo que puede ser catalogado como algún tipo de tristeza, al saberse no subido en un camión de bomberos seguido por una bulliciosa caravana de carros y motos, saludando como reina de belleza a los transeúntes apostados a lado y lado de la avenida.

Sonrió.

-¿De qué te ríes? 

-De nada negra, algo de lo que me acabo de acordar.

Entonces, volvió a la lectura en ese nivel de concentración que solo una evasión voluntaria puede permitir.

Carlos Alberto Mendoza Vélez

Si está interesado en ler otro capítulo de La esquina delirante, ingrese acá: La esquina delirante IV (Microrrelatos)

***

La despedida

—¿Te vas?

—Sabes que tengo que hacerlo. Ella no me quiere más en la casa.

—Pero ¡yo sí! —Y lo abracé con todas mis fuerzas.

—Gracias por luchar por mí.

—Si no te hubieras comido los zapatos nuevos de mamá.

—Lo sé, no pude evitarlo… se veían deliciosos.

—¡No te abandonaré! Iré a verte cada fin de semana a la finca.

—Allá te esperaré.

Le acaricié su cabeza y sus largas orejas. Él me lamió la cara. Y solo quedó en mi memoria: una cadena y una bola de pelos que se negaban a cruzar la puerta de la casa.

Gloria Beatriz Salazar de la Cuesta

Si desea leer otro capítulo de La esquina delirante, ingrese acá: La Esquina Delirante III (Microrrelatos)

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Las afiladas rocas del fondo

No quedan más que una maraña de recuerdos que caen como una cascada, desde lo alto de un risco, y van a destrozarse contra las afiladas rocas del fondo. Hay filas interminables de automóviles moviéndose lentamente sobre una autopista, de noche, atascados en el tráfico; hay medicamentos y médicos que me hablan y me aconsejan; hay hileras de libros organizados sobre muchos estantes;hay calles húmedas y grisáceas del centro de Bogotá en una tarde de lluvia y las cenicientas construcciones de Soacha, su horda de desconocidos en desbandada sobre el adoquín del Parque Principal; hay un grabado del Dios Varón sobre la superficie llana de una piedra caliza, estudiantes en sus aulas, caballos descendiendo al galope por el flanco de una montaña, un gato ronroneando sobre mi regazo, el aroma del papel y la tinta. Y también estás tú, hay restos de ti.

Rodrigo Guerrero

***

Sola 

Un brazo grueso apretó su cuello. Una mano escurridiza, como una lagartija, le tocó las nalgas. Unos labios de ladrillo besaron su mejilla. Y ella, una vez más, lo tenía que aguantar. Con rabia contenida, se concentró de nuevo en la música y siguió bailando para sí.

Lucas Herrán

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Bíblico

La leche con miel hirvió. Samara despertó a su esposo y señor. El hombretón se desperezó en el lecho. “Es un insulto”, bramó con rabia. “¿Qué se creen, enviándome a un chiquillo?”.Samara tenía otras preocupaciones: el niño se retorcía de dolor en su cuna de paja. “¿Vendrás para comer?”, preguntó. “Seguramente”, bostezó el hombre. “No me llevará mucho tiempo deshacerme de él”. Samara lo ayudó a calzarse la coraza de bronce y se alzó de puntillas para besarlo. El gigante abrió la puerta y se alejó por el pastizal. En la puerta de la choza, como hablando consigo misma, Samara susurró: “Te estaré esperando, Goliat”.

Roberto Herrscher

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Para ser publicado envié su microrrelato a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.

 

 

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