La edad de oro del cine mexicano

Hubo un tiempo en que Alfonso Cuarón sostenía el micrófono, Guillermo del Toro maquillaba a los actores e Iñárritu se ganaba la vida como locutor de una emisora musical.

Jan Martínez Ahrens / El País
24 de febrero de 2015 - 12:43 p. m.
Alejandro González Iñarritu y Emmanuel Lubezki. / AFP
Alejandro González Iñarritu y Emmanuel Lubezki. / AFP

Hace tres años, Alejandro González Iñárritu (Ciudad de México, 1963) se separó de sí mismo. Fue durante un retiro. La meditación zen le permitió tomar distancia de sus pensamientos y entender el "flujo desbordante y constante" de la existencia. Había nacido un nuevo Iñárritu. Más hondo, menos caótico. Su cine cambió. Abandonó la fragmentación y apostó por largos planos-secuencia; desechó el artificio y buscó actores tan dolientes como sus personajes.

Pasada la barrera de los 50, aceptó con melancolía que la vida es un permanente fin de fiesta. El fruto de esa transformación fue "Birdman". Una obra de madurez que marca una línea divisoria. Las cuatro estatuillas (mejor película, dirección, guión y fotografía) sitúan al director a la cabeza de una generación áurea que ha llevado al cine de raíz mexicana a cruzar la orilla y convertirse en un fenómeno global. Nunca un grupo de cineastas de habla hispana tuvo tanta influencia. Jamás una cuadrilla de amigos chilangos llevó tan lejos sus postulados.

Hubo un tiempo en que Alfonso Cuarón (Óscar por "Gravedad" en 2014) sostenía el micrófono en filmaciones infames, Guillermo del Toro maquillaba a los actores para hacerles parecer muertos, e Iñárritu se ganaba la vida como locutor estrella de una emisora musical. (Leer perfil Alejandro González Iñárritu, de locutor rockero en México a director consagrado en Hollywood).

Eran los años ochenta en el salvaje Distrito Federal. De aquella época de miserias y alegrías, junto al fotógrafo Emmanuel Lubezki y al ingeniero de sonido Martín Hernández, ha quedado una amistad profunda. Entre ellos se dirigen por apodos. Iñárritu es El Negro, y Lubezki, El Chivo. Sus familias son próximas, se llaman y comparten cuartel en Estados Unidos. Para muchos críticos cristalizan un boom. Un término que odia el creador de "Birdman".

"Qué palabra tan utilizada… El boom siempre trae un tum-tum-tum, como el final de una canción. Lo que hay es una simple sincronía", dice.

Pese a estas reticencias, a nadie se le escapa que forman una camada única, con edades y orígenes similares y visiones profundamente críticas del negocio del cine —"está jodido desde que nació, porque es industria y es arte", afirma Iñárritu—.

Todos ellos, además, exhiben en público su mexicanidad. Pese a estar afincados fuera, cuando visitan su país natal denuncian en público sus problemas medulares. Y en el extranjero, nunca renuncian a sus raíces. El propio Iñárritu lo dejó claro. Subido en el escenario del Teatro Dolby, ante una audiencia mundial, en ese momento de gloria, pidió no solo un "Gobierno que México se merezca" sino un trato justo y digno para sus compatriotas, mil veces estigmatizados más allá del Río Bravo.

Sus palabras, pero, sobre todo, el triunfo de un mexicano que no reniega de serlo, han sido acogidos con un estallido de orgullo en su tierra. Históricamente abrumada por su vecino del norte, con una frontera compartida de 3.185 kilómetros, cerrada una tercera parte con un ignominioso muro, la gran nación hispana lleva meses consumiéndose en una crisis de confianza. La tragedia de Iguala ha resucitado demonios que muchos creían conjurados. Y tanto la anemia económica como los escándalos que han golpeado al Gobierno no han hecho más que azuzar este viento triste.

En este territorio abrupto, la generación que lideran Iñárritu y Lubezki ha mostrado un camino de éxito global. La carrera del primero, hecho a sí mismo, es la búsqueda de una voz universal, un torbellino creativo que se comprende cuando uno se acerca a este director. Iñárritu nunca cede. Poseído, como él mismo reconoce, por un "inquisidor que todo lo tumba", su constante perfeccionismo transforma los rodajes en campos de batalla. El resultado, guste o no, nunca es un lugar común. Ahí están para demostrarlo "Amores Perros" (2000), "21 gramos" (2003), "Babel" (2006), "Biutiful" (2010), "Birdman" y la próxima, "The Revenant", un prewestern protagonizado por Leonardo DiCaprio.

En estas dos últimas obras le ha acompañado el discreto Lubezki, su gran amigo, al que en la noche de los Óscar, llamó "el verdadero artista". Un genio visual que ganó en 2014 la estatuilla a la mejor fotografía con "Gravedad" y ahora con "Birdman". Su técnica asombra. En los lugares de filmación, sabe los nombres de los árboles, el color de sus hojas al atardecer. En Canadá, en el rodaje de "The Revenant", se veía su compenetración con Iñárritu. Negro y Chivo. Ambos, sobre la nieve, se apartaban del equipo en los momentos críticos. Hablaban, se comprendían y volvían a rodar. Sin saberlo, hacían historia. A partir de ahora tendrán que aprender a cargar con ella. El mundo los mira.

 

Por Jan Martínez Ahrens / El País

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