Der Musikalische Garten: un concierto perfecto

Reseña sobre la presentación de Der Musikalische Garten realizada en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango como parte de la Temporada Nacional de Conciertos del Banco de la República 2019.

Pedro Sarmiento*
25 de septiembre de 2019 - 05:51 p. m.
Der Musikalische Garten durante su presentación en la Sala de Conciertos del Banco de la República.  / Gabriel Rojas © Banco de la República
Der Musikalische Garten durante su presentación en la Sala de Conciertos del Banco de la República. / Gabriel Rojas © Banco de la República

Aunque el título aparentemente es ostentoso, faltaría a la verdad si no considerara que el concierto ofrecido por la agrupación de música antigua Der Musikalische Garten (El jardín musical) en la Sala de Conciertos del Banco de la República, lo fue. (Lea también: Cuarteto Attacca: músicos para el siglo XXI) 

Esto me obliga entonces a exponer cuáles son las razones que hacen que afirme esto sin dudar. Ciertamente, un componente es el grado de satisfacción frente a una expectativa que se generó no por el grupo en sí —pues es la primera vez que asisto a uno de sus conciertos—, sino con base en experiencias previas, tanto por el tipo de repertorio, como por la sabida calidad de intérpretes que presenta el Banco de la República. (Le puede interesar: Ricardo Gallo Cuarteto: el des-concierto)

Vimos entrar al escenario a cuatro jóvenes intérpretes, vestidos descomplicadamente, cuyos gestos correspondieron a la etiqueta propia de la música académica. Podría con esto intentar demostrar la existencia de una ruptura estética que replantea las relaciones entre los músicos y el público, cuando en realidad, fue un asunto que se hizo irrelevante una vez empezaron a tocar. El silencio que reinó en la sala durante el concierto fue la mejor muestra de que el público estuvo totalmente entregado a los artistas. (Además: José Luis Gallo en concierto: entre estrenos y cantos)

Y es que el silencio es un elemento distintivo de los conciertos de música académica, contrario a los de música popular, donde se espera que el público cante, baile, brinque o incluso grite cuando su artista lo complace con su canción favorita. (Lea también: James Johnstone y un concierto inolvidable)

Lo que quiero decir, es que entre los asistentes hay un acuerdo tácito de hacer silencio, pues queremos crear entre y para todos un ambiente que nos permita disfrutar de cada sonido como también de cada gesto que lo acompaña. Este acuerdo, incluso, hace que controlemos nuestra respiración e inhibamos al máximo su sonido. Más allá de ser una muestra de respeto, es una forma de decir que se está disfrutando plenamente de la música y del espectáculo.

Otro elemento fundamental es la afinación, tanto de los instrumentos como del sistema al cual pertenecen. La música antigua, cuando se trabaja con instrumentos de época —como fue el caso— revive, además del repertorio, los problemas de afinación que son connaturales a su construcción. Debo decir que no escuché falla alguna en este aspecto, y si la hubo, pasó totalmente inadvertida.

Se le dice "ensamble" al conjunto de operaciones que generan la ilusión de que todos los músicos operan como si fueran uno solo, pues todo esfuerzo parece naturalmente fluido, unitario, sistémico. Algo por demás difícil, que solamente se logra con muchas horas de ensayo.

Der Musikalische Garten nos mostró un perfecto ensamble. Cada imitación, silencio, entrada, final se hizo con justeza y arte. Cada gesto tuvo un propósito, cada melodía su proporción, cada tempo su razón. Sumado al conocimiento estilístico de cada obra, no se puede esperar otro resultado que la revelación del contenido intrínseco de la música, fundamentado en la teoría de los afectos, y cercano a la ópera y el ballet.

Los intérpretes pueden hacer notar o no, el virtuosismo que requiere tocar una pieza musical, pudiendo incluso mostrar habilidades que la dificultan aún más. Sin embargo, Der Musikalische Garten prefirió una interpretación en la que todas las obras parecieron igualmente difíciles, por lo tanto, se siente que cada obra es trabajada con igual esmero.

Lo anterior va de la mano con su interés manifiesto de interpretar obras que consideran ‘joyas desconocidas del repertorio’. Por ejemplo, el Trío sonata en do menor, Wq. 161/1 de C. P. E. Bach, fue sorprendente por su cercanía estilística con Beethoven; asimismo, lograron que sintiéramos, en las obras de Telemann y Biber, cuán novedoso fue para su momento la inclusión del pizzicato (pellizcado), sumado al cada vez más frecuente uso del violonchelo como parte del continuo o fundamento.

La elección del repertorio y su ordenamiento dentro del programa son también elementos clave. En cada parte del concierto pudimos apreciar obras que, si bien están emparentadas formalmente, no lo están en lo estilístico. Las dos obras de Telemann y la de Brescianello muestran el nivel de desarrollo técnico de la música instrumental para cuerdas, mientras que en Händel y Bach encontramos una serie de arias instrumentales derivadas del teatro musical; de igual forma, el Balletti para dos violines de autor anónimo, nos llevó al mundo de las danzas y bailes cortesanos, reuniéndose todos estos estilos en la Partia V en sol menor del ingenioso Heinrich Biber, como obra de cierre.

Como pasa algunas veces, estuvieron disponibles algunas de sus producciones discográficas recientes, especialmente las de los conciertos de Giuseppe Antonio Brescianello. También, nos dijeron que preparan una nueva producción sobre la obra de Biber, de la que estaremos pendientes. En lo personal, me gustaría que Der Musikalische Garten regresara a la Sala de Conciertos, simplemente para tener nuevamente la oportunidad de volverlos a escuchar, pues me gustó la totalidad de su propuesta artística.

* Compositor y musicólogo.

 

Por Pedro Sarmiento*

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