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Palma de cera: historia y por qué no debe ser usada el domingo de ramos

Se trata de una palma nativa de los bosques montañosos húmedos andinos.

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23 de marzo de 2024 - 02:30 p. m.
En Tolima se halla la mayor concentración del palma de cera en el país, en el sector de Toche.
En Tolima se halla la mayor concentración del palma de cera en el país, en el sector de Toche.
Foto: Terumoto Fukuda

Seguramente la mayoría de las personas que llegan a este artículo se habrán encontrado alguna vez con la imagen de una palma de cera: un árbol imponente que de tanto en tanto parece solitario conquistando valles, pero siempre con un aire dominante. No es para menos. No solo estamos hablando del árbol nacional de Colombia, sino también de la palma más alta del mundo. La de cera es sin duda un símbolo colombiano característico de algunos de los paisajes más destacados de Colombia.

Pero para comprender su importancia primero debemos entender de qué estamos hablando. Las palmas de cera pertenecen a un género que se denomina Ceroxylon y que comprende 12 especies que se encuentran a lo largo de los Andes. En el caso de Colombia, hablamos de Ceroxylon quindiuense, una palma que puede alcanzar una altura entre 20 y 40 metros (en algunos casos se han documentado palmas de hasta 52 metros). Tiene un tallo solitario con un diámetro promedio de 35 centímetros .

Se trata de una especie del bosque nublado, de hojas pinnadas que pueden tener cerca de 4 metros d largo y con flores pequeñas de color blanquecino. La palma de cera del Quindío es más común en la franja entre 2.000 y 3.000 metros de elevación, alcanzando su máxima abundancia entre 2.500 y 2.900 m, pero asciende hasta 3.100 m en algunos sectores de la Cordillera Central y desciende hasta 1.550 m en la Cuchilla del Ramo, al oeste de Zapatoca, Santander, en la Cordillera Oriental.

Su importancia es tal que la palma de cera del Quindío es la única planta colombiana que está directamente protegida por una ley -la 61 de 1985- que la designó como el árbol nacional. De ahí que en 2015, luego de que fuera incluida como una especie amenazada, el Gobierno presentara un plan de conservación, manejo y uso sostenible de la palma de cera del Quindío enfocado en hacer investigación y monitoreo, promover políticas e instrumentos de gestión, e impulsar mecanismos de educación y comunicación.

La situación de riesgo se explica en que “aunque aún quedan grandes poblaciones en algunos sectores de la Cordillera Central, su hábitat se ha reducido considerablemente y se estima que sus poblaciones han disminuido en más del 50 % en las últimas tres generaciones (210 años). Una porción considerable de los individuos que existen sobreviven en potreros, donde la especie florece y fructifica regularmente pero no logra regenerarse, pues las plántulas no resisten la plena exposición y el pastoreo. Una gran proporción de individuos se encuentra en fragmentos de bosque relativamente pequeños, cuya permanencia a largo plazo no está garantizada”, documentó el plan de conservación.

A estos factores se sumó la explotación no sostenible de las hojas de palma para elaborar los ramos que se utilizan en la celebración del domingo de ramos, lo que derivó en que la especie viera reducida aún más su población. El uso de dichos ramos el sexto domingo de cuaresma corresponde a la conmemoración de la entrada de Jesús en Jerusalén, un hecho que marca oficialmente el inicio de la Semana Santa. Los textos religiosos señalan que en esa oportunidad Jesús fue recibido por una multitud que lo aclamaba y le daba la bienvenida poniendo en su camino ramas de palma. En países como Colombia fue común durante muchos años llevar estos ramos a las ceremonias religiosas del domingo para que fueran bendecidos.

Desde hace algunos años y en medio de la urgencia de proteger la palma de cera, las autoridades han insistido en la necesidad de reemplazar estos ramos por otras alternativas como la palma de areca, follajes de la palma robelina o ramos tejidos en cáscara de amero (el mismo de las mazorcas).

Al tratarse de una especie amenazada, no puede ser usada ni comercializada en el país y hacerlo puede acarrear multas diarias de hasta 5.000 SMLMV y penas de entre cinco y once años de prisión.

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