Las preguntas tras la muerte de Miguel Ángel Barbosa, estudiante de la U. Distrital

Medicina Legal concluyó que fue un homicidio, pero aún no hay pistas contundentes sobre el origen del ataque. En la Universidad el ambiente está enrarecido por el llamado que la Fiscalía le hizo a un docente que habría tratado de interferir en el recaudo de pruebas.

Carlos Hernández Osorio
20 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.
Miguel Ángel Barbosa. / Foto: Tomada de Facebook
Miguel Ángel Barbosa. / Foto: Tomada de Facebook

La foto de Miguel Ángel Barbosa mirando y sonriendo suavemente ante la cámara, mientras un gato le roza el mentón con el hocico, se reproduce más y más después de su muerte. Alguna vez fue su perfil de Facebook, hoy es la primera que sale en internet cuando uno busca su nombre, e ilustra el pendón que sus compañeros colgaron en la sede Tecnológica de la Universidad Distrital en Ciudad Bolívar para bautizar un edificio con su nombre. La vida, la ternura de esa imagen, se desvaneció en 43 días que él duró en un hospital. Al final, los 45 kilos a los que llegó después de tanto deterioro no se compadecían con su 1,73 de estatura.

El 21 de abril pasado cayó herido en una protesta estudiantil que disolvió el Esmad de la Policía. Murió el 3 de junio. Desde entonces, cuando los titulares se llenaron de su nombre y fue tendencia en Twitter, el caso no ha vuelto a sonar.

Dos novedades encontró El Espectador al preguntar por lo ocurrido en estos meses. La necropsia da algunas pistas sobre la herida que sufrió. Por otra parte, en la universidad se habla en voz baja, pero constante, sobre las actuaciones de un reconocido profesor en este caso.

La familia (una madre que corta flores en Madrid, Cundinamarca, una hermana que cursa el colegio y un hermano que se prepara para ser sacerdote) sólo pide celeridad en la investigación. Que esta muerte no caiga en el olvido.

La necropsia

Para el primer informe que publicó este diario, el 13 de mayo (21 días antes de la muerte) sólo se conocía la versión de los estudiantes, que señalaban al Esmad. En un comunicado aseguraron que ese escuadrón había disparado en línea recta un gas lacrimógeno que golpeó a Miguel Ángel. Luego se habló de una granada aturdidora.

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La Policía se negó inicialmente a dar su versión argumentando que esperaría la investigación, pero el 4 de agosto, el general Jorge Enrique Rodríguez, director de Seguridad Ciudadana, afirmó en un debate de control político al Esmad, en la Cámara de Representantes, que al estudiante lo impactó una piedra.

En medio de esa guerra de versiones se ha esperado que la necropsia dé luces. El Espectador conoció sus conclusiones: que fue un homicidio y que Miguel Ángel murió por “trauma craneoencefálico contundente”. La forense, además, enfatizó en que la forma inicial de la herida era difícil de precisar después de las cirugías y del proceso de cicatrización. La funcionaria determinó, sin embargo, que los hallazgos no demuestran “trauma por proyectil de arma de fuego”, o por algún otro cuerpo extraño que se hubiera alojado en la cabeza o la hubiera traspasado.

Un médico legista, que pidió no ser citado, explica que, en palabras simples, esa conclusión no sólo descarta que el estudiante haya muerto de un balazo (algo sobre lo que no se ha especulado), sino que deja por fuera otras posibilidades, como una esquirla, una granada, un cuchillo o una bala de goma.

El análisis forense describe luego que la lesión la produjo un “mecanismo contundente de alta energía”. Se trató, según el médico consultado, de un golpe fortísimo “capaz de causar fracturas”, como “un garrotazo, una pedrada o una fuerte caída”. Aunque la necropsia no apunta a un responsable, el fiscal, por lo pronto, analiza pruebas. Según lo que encuentre, decidirá si el caso sigue en la justicia ordinaria o la lleva a la penal militar.

El profesor

Miguel Ángel fue herido y murió en una época de alboroto político para la Distrital. La protesta en la que cayó, el 21 de abril, pretendía demostrar el inconformismo estudiantil contra el proceso que recién había abierto el Consejo Superior para designar rector. Una semana después los alumnos entraron en paro y se tomaron la universidad.

La Fiscalía asumió la investigación. Sin embargo, parece que el caso no pudo desligarse de los forcejeos internos por el poder que han caracterizado a la Distrital. Esto por cuenta del llamado a versión libre que le hicieron al profesor Pablo Garzón, cuatro días después de que el estudiante fue herido. Aunque, como dicen en la universidad diversas fuentes que han tenido que ver con el caso, el ente acusador “ha llamado a mucha gente”, su caso es particular.

Garzón no es cualquier profesor. Además de sus 20 años en el oficio, fue decano de la Facultad Tecnológica (donde estudiaba Miguel Ángel) entre 2012 y 2015. Salió del cargo tras la llegada a la Rectoría de Carlos Javier Mosquera, que nombró decanos de su confianza. Garzón ha continuado enseñando, al tiempo que lidera un sector que critica la actual administración. Este año se lanzó a la Rectoría y en la consulta entre profesores, estudiantes, egresados y empleados obtuvo el tercer lugar. Posteriormente, el proceso fue declarado desierto porque ganó el voto en blanco en la votación del Consejo Superior.

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¿Cómo resultó metido en la investigación? Un día después de la trifulca, la universidad se aprestó a entregarle a la Fiscalía los videos de las cámaras de seguridad. Esa mañana funcionarios de la institución y empleados de la empresa de seguridad informaron que cuatro de las 17 cámaras, justo las que apuntaban a la plazoleta donde ocurrió todo, no estaban grabando.

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Allí estuvo Juan Carlos Quitián, que se encarga del soporte técnico de computadores en la Tecnológica y tiene las llaves del cuarto de cámaras, así que le pidieron que se presentara para permitir el ingreso.

Quitián le explicó a El Espectador que en un monitor se proyectaron las imágenes de las cámaras y cuando se percató de que había cuatro en negro, tomó fotos y se las envió a sus superiores por Whatsapp. También se lo contó al decano de la facultad, Róbinson Pacheco.

Pablo Garzón lo llamó “como a la 1:30 de la tarde”. A Quitián no le extrañó porque trabajaban juntos en varios proyectos, y precisamente le preguntó sobre uno de ellos. Pero agrega: “También me dijo: ‘Juanca, me enteré que usted tiene unas fotos de unas cámaras que no están funcionando’. Le respondí: ‘Sí. ¿Por qué, profe?’. ‘No, para que no enviara ese informe’, me contestó. Yo le dije: ‘Yo ya envié esas fotos como a las 9:00 a.m.’”. Quitián aún se pregunta cómo se enteró.

A las 5:00 p.m. los detectives interrogaron al técnico, que les relató ese episodio, no sólo porque, dice, no quería tragarse nada, sino porque el decano Pacheco le pidió que lo hiciera. Estaba en la diligencia y Garzón lo volvió a llamar. “Y me dice: ‘Sé que está hablando con la Fiscalía. Lo de las fotos era mera curiosidad. No me meta en problemas’. Le respondí: ‘No, profe, ya dije las cosas’”. Quitián seguía sin entender cómo el profesor le seguía sus pasos. Al otro día, la Fiscalía citó a Garzón para que rindiera su versión.

¿Pero exactamente por qué lo llamaron? Él lo explica de esta manera: “Al decano de turno de la Facultad Tecnológica (Róbinson Pacheco) le dio por mencionarme”, afirma. “Según los de la Fiscalía, les habían dicho que yo tenía que ver con esto”.

Sobre lo que habló con los investigadores, se muestra tan tranquilo, que incluso le facilitó a este diario una copia de esa entrevista. En ella cuenta que el día del tropel estaba en el colegio Inem, en El Tunal; que en la tarde fue al hospital a preguntar por Miguel Ángel y luego siguió el tema por los medios. Aunque en la conversación se tocaron varios temas, no le preguntaron por Quitián.

El Espectador sí lo hizo. En un primer diálogo negó que le hubiera preguntado sobre las fotos, pero días después, al precisarle la versión del técnico, aceptó que sí tocaron el tema, pero atribuye todo a un malentendido: “Lo llamé. En ese momento William Méndez (supervisor del contrato de las cámaras, que estaba con el docente) escuchó que yo estaba hablando con él y me dijo: ‘Dígale que no ha enviado unas fotos’. Yo no sabía qué fotos eran, pero le di la razón a Quitián, quien me respondió: ‘Ya las envié’. No sé si me entendió mal. Cuando me enteré, lo llamé y le dije: ‘oiga, yo le hablé de unas fotos, pero no sabía qué fotos eran’. Quizá no me expresé bien. No estaba interesado en nada”.

Al preguntarle a Garzón por qué estaba al tanto de lo que hacía Quitián, respondió: “Yo no estaba en la sede. Sólo que, como dicen aquí, el ‘radiopasillo’ es grande”. Lo que sí dejó claro es que estuvo en contacto con William Méndez, a quien, a propósito, Quitián dice que le había mostrado las imágenes.

Mientras en la Distrital se sigue especulando sobre este episodio, que algunas fuentes catalogan como uno más de las guerras internas de poder, la familia espera los resultados de la Fiscalía.

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La universidad le ha brindado acompañamiento, que María Eva, la madre, y Alexánder, el hermano, han aceptado, aunque a veces se distancian. Ella, por ejemplo, admite que no se siente capaz de ir a la universidad. “Eso todavía me duele”.

Por Carlos Hernández Osorio

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