El Magazín Cultural

Viajar está sobrevalorado

Haré una afirmación que tuve que digerir antes de poder escribir: viajar está sobrevalorado. Hace nueve años compré mi primera mochila de 55 litros, la llené de comida, utensilios de cocina, le colgué una carpa y me fui a acampar a la playa.

Natalia Méndez Sarmiento @cuentosdemochila
24 de junio de 2019 - 06:47 p. m.
Afganistán, incertidumbre y riesgo para los viajeros.  / Cortesía
Afganistán, incertidumbre y riesgo para los viajeros. / Cortesía

A esa experiencia le puse un nombre: “mi bautizo mochilero”. Fue un día de enero de 2010, en el que comprendí que el mundo era inmenso en personas, paisajes y cultura, y paradójicamente tan pequeño, que podría recorrerlo si me desapegaba de los lujos y las comodidades. Desde allí no paré, o al menos mi mente no lo hizo. Físicamente hice pausas, pero en todas, el objetivo era y sigue siendo el mismo: volver a salir. 

Tras nueve años de recorrer América llegó la hora de pasar a otros continentes. Todo lo que hago hoy, es para estar mañana en Asia. Aún con ese objetivo, vuelvo a afirmar que los viajes están sobrevalorados, una cosa es salir de vacaciones y otra es vivir viajando como una especie de nómada, aunque es una palabra que no me atrevo a utilizar para describir lo que hago. 

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Cinco años atrás, me inspiraban los blogs de viaje y los libros de autores de 25, 40 y 70 años, en los que contaban historias que quería llevar a la realidad. Como el argentino que decidió demostrar que podría recorrer Medio Oriente a dedo, y que, la hospitalidad sería tal, que no lo matarían con solo pisar Afganistán como le hacían creer. O la pareja de viajeros que, también a dedo, recorrieron África desde El Cairo hasta Johannesburgo. Y la colombiana que soñaba con ver las auroras boreales y, con solo 200 euros en el bolsillo, atravesó en diferentes medios de transporte Europa, desde Turquía hasta Finlandia, para cumplir su sueño. 

¿En qué momento se ensombrecieron estas historias, y fueron reemplazadas por aplicaciones con cuadros y cuadros interminables de fotografías, que no dicen nada, pero que nos hacen creer que todos son aventureros, nómadas y felices?

Viajar se convirtió en una herramienta de marketing y trabajo a distancia. Sin intención de generalizar, no hay nada en el mundo que sea absoluto e irrefutable, la mayoría de “viajeros” que aparecen espontáneamente con cien mil seguidores y cuatro mil likes por foto, ya no son personas, son cuentas a las que les pagan por hablar bien de un lugar, aunque la pasen mal. Es un trabajo nada despreciable, sin embargo, el alma viajera que busca experiencias, historias y reencuentros íntimos con el mundo y consigo mismo, parece verse sepultada en esta marejada de sorteos, tips, información útil, vestidos, sombreros y lugares nunca antes mencionados, que ahora son turísticos. No he sido ajena a esto, he viajado a cambio de escribir y grabar videos en hoteles 5 estrellas, o en la clase ejecutiva de aviones, y he estado en tours que de otra manera no hubiera hecho. 

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Pero me cansé de tomar fotos por likes y de escribir sin alma a cambio de tiquetes aéreos. Extraño mi cámara digital compacta, que no me pesaba, en la que registraba todos los momentos para compartirlos con mi familia al regresar. Extraño escribir reviviendo el momento, sin pensar en cuánto costaba el desayuno o cual era el hostal más barato para que más personas “lean” el blog, y lo encuentren en google al buscar información útil. 

Pareciera que viajar, o “vivir viajando”, que ahora es incluso el slogan de una gran compañía, fuera perfecto, libre de trabajo, de malos ratos, de deudas, como si vivir viajando no fuera lo mismo que vivir con todo lo que implica, con los llantos, las angustias, la incertidumbre, y las dosis de felicidad que quedan registrada en milésimas de segundo en una fotografía, que al final hace creer que esa sonrisa es constante e infinita. 

Lo que se aprende viajando no se encuentra en ningún libro, ni en internet. Además de lo obvio: la geografía, porque el rompecabezas del mundo comienza a adquirir forma al viajar, también se aprende de desapego, de soledad, de estigmas sociales sin fundamentos, de la humanidad. En un momento se aprende a querer al mundo y a vernos a todos como iguales, y también es posible odiar y refunfuñar por el lugar donde vivimos, pues se vuelven incomprensible algunas acciones humanas. Es posible sentirse pequeño junto a volcanes, cataratas y nevados, y ensanchar el alma al saber que somos parte de la naturaleza perfecta a pesar de la imperfección. Esa es la magia de viajar, no lograr la pose donde el abdomen parezca marcado, y de escenario esté el mar turquesa en un destino que aparentemente nadie conoce, para cambiar experiencias valiosas por 5000 mil likes. 

Así que los viajes no son exactamente como los cuentan, mucho menos vivir viajando que está lejos de ser unas vacaciones largas, pues es la vida sin descanso. Si alguna vez usted sufre de trastornos de ansiedad o depresión, a causa de ver en redes sociales las asombrosas vidas de los nómadas del siglo XXI, sepa dos cosas: la primera, es que no todos los que dicen que viajan constantemente están diciendo la verdad. La segunda, es que hay algunos que si lo hacemos, pero también la pasamos mal, nos lamentamos, extrañamos la rutina, sufrimos de ansiedad, y hasta nos preguntamos por qué no podemos parar. 

Me atrevo a escribir en plural, porque mis angustias las he escuchado de otros, hasta cortos documentales se han hecho al respecto. Usted podría pensar: “¿Qué es lo que los hace pasar malos ratos si está cumpliendo el sueño de muchos que es viajar?”. Le voy a contar el Lado B de vivir viajando, lo que casi nadie cuenta y muy pocos quieren escuchar. 

La incertidumbre

Vivir viajando es entender que no se tiene el control de nada. Es más cómodo pensar que sí, y recibir un sueldo fijo, pagar por una casa, casarse y esperar que sea para siempre, pero todo es una ilusión. Viajando, esa ilusión ni sea soma. Justo en el momento en que todo parece acomodarse, es cuando llega el tiempo de seguir, cada vez que se parte hacia un nuevo destino llega una oleada de preguntas: ¿dónde voy a dormir?, ¿y si no puedo trabajar?, ¿y si no me gusta?, ¿y si se me acaba el dinero?, ¿y si?, ¿y si? Esto puede suceder cada mes o cada tres días, dependiendo de la frecuencia con que cada uno se vaya moviendo. Así que es necesario aprender a fluir y vivir el momento sin cuestionamientos futuros. 

El desapego

Ni las personas ni las cosas son para siempre. Duele despedirse cada semana de alguien. Las emociones viajando están siempre a flor de piel, y cualquiera que le haya pedido la sal en el desayuno del hostal, puede convertirse en familia. Las relaciones entre viajeros son muy estrechas, personas con las que hablé tres días se convirtieron en mí mejor compañía. Las historias se aceleran y cambian el curso del viaje e incluso de la vida, y se entrecruzan personas fundamentales y así mismo pasajeras. 

Las despedidas comienzan a pesar y se extrañan a los viejos amigos de la casa y a la familia. Ellos a veces también van desapareciendo porque nunca estamos, y crece la brecha entre lo que ellos hacen y lo que nosotros hacemos. Ninguno es mejor que el otro, solo son tan diferentes que no encuentran el punto medio para relacionarse, y al final la vida de viaje se vuelve un camino solitario. 

La ansiedad y el conformismo

La dualidad propia de todo lo que existe se hace presente. Me siento yo en movimiento, me gusta estar aquí y mañana allá, pero también pienso en parar, me canso de viajar y busco establecerme durante varios meses en un lugar. Luego comienzo a sentir la rutina, la comodidad, la repetición de acciones, y ya no quiero estar más allí así que busco moverme nuevamente. Es un ciclo que no tiene final, y puede confundir acerca de lo que nos hace felices, si viajar o no. La solución es un cliché: vivir el presente y disfrutar cada día sabiendo que estamos en el momento y el lugar donde debemos estar. ¿Alguien que lo logre a cabalidad siendo viajero o sedentario?

La desilusión por la realidad

Las fotografías son tan solo una porción de un gran escenario. Lugares que parecen sacados de un cuento en las fotos resultan siendo muy pequeños, llenos de turistas o rodeados por basureros. Esa desilusión pesa y aburre. 

También se vuelve rutinario ver lugares similares. Al recorrer América, por ejemplo, es pintoresco ver los pueblos coloniales, las fachadas, las calles empedradas, los colores en las paredes… 9 años después de ir de pueblo en pueblo dentro del mismo continente, torna se todo similar y se destruye el factor sorpresa, razón por la que el viaje pierde sentido. 

Por otro lado, está la realidad del mundo que a veces es chocante. Como el mes en el que conocí Cuba. Ya me imaginaba en las playas de Varadero tomando mojitos, y entrando cada día a un museo diferente para entender Cuba. Jamás me imaginé que la entendería con las vivencias diarias de acoso por parte de hombres y mujeres pidiéndome comida, dinero, u ofreciéndome sexo a cambio de un almuerzo buffet. Ser viajero de tiempo completo, no involucra hoteles all inclusive ni tours donde la realidad que vemos es la que nos quieren mostrar. Ser viajero de tiempo completo significa hacerse parte del entorno con lo bueno y lo malo que hay en él.

Trabajar mucho y viajar poco

Necesito dinero para viajar, y necesito hacerlo mientras viajo. Hay muchas formas de hacerlo, la mejor para mí es trabajar como diseñadora gráfica freelance, lo que significa que pueden pasar semanas sin levantarme de la silla de un hostal, para poder enviar los trabajos a tiempo. No todos los días estoy conociendo, ni aventurándome a visitar los destinos más paradisiacos. 

Podría seguir con muchos puntos negativos de vivir viajando, para que usted, no siga pensando que el único que no tiene una vida perfecta, es usted. Los viajes están sobrevalorados, y, sin embargo, puedo decir que son transformadores interiores, es imposible ser la misma persona antes y después de vivir una aventura nómada. Al menos una vez en la vida se puede intentar, no importa si dura 9 años o 15 días, yo seguiré viajando, aunque a veces cueste algunas sonrisas. Lo más importante para todos, es entender que no importa lo que hagamos mientras nos haga felices y nos de satisfacción, sin ningún tipo de comparación. 

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Por Natalia Méndez Sarmiento @cuentosdemochila

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