El Magazín Cultural

Viajar para romper prejuicios

Una semana antes de emprender mi viaje por Centroamérica, con la idea de empezar en Panamá y llegar a Norteamérica por tierra, me hice un chequeo médico.

Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila
19 de julio de 2019 - 01:56 a. m.
Plaza principal de Ciudad de México, lugar de múltiples historias y centro cultural y religioso de los mexicanos. / Cortesía
Plaza principal de Ciudad de México, lugar de múltiples historias y centro cultural y religioso de los mexicanos. / Cortesía

El doctor, joven y sonriente, me preguntó la razón por la que quería hacerme todos los exámenes posibles. Le conté que viajaría sin tiquete de regreso y que el objetivo principal era llegar a México, de manera que necesitaba asegurarme que físicamente estuviera en perfectas condiciones. 

“¿A México?” El chequeo médico pasó a segundo plano, y la charla la protagonizó mi idea deschavetada de viajar por países que a muy pocos les interesa conocer, porque suenan muy peligrosos. 

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Yo estaba emocionada contando la historia, sintiéndome empoderada y feliz de haber tomado esa decisión, pero el doctor hacía cara de terror y no pudo evitar preguntar: “¿no tienes mucho miedo?”. No estaba segura de la razón por la que debería tener miedo, pues este cuestionamiento me lo habían hecho unas treinta y cinco veces por diferentes motivos: por viajar sola, por no tener mucho dinero, por recorrer Centroamérica, o por tener como objetivo México. Finalmente dijo: “no te quiero asustar, pero México está catalogado como uno de los países más peligrosos del mundo. Hay narcotráfico, secuestros, asesinatos de inocentes a los que cuelgan en los puentes de las carreteras para infundir miedo, además son pobres y en la calle roban y hasta matan por dinero.” Como si eso fuera poco, prosiguió: “y si vas a Ciudad de México podrías terminar con cáncer en los pulmones, porque es una de las ciudades más contaminadas del mundo. No puedes respirar”. Pasaron tres segundos de silencio en los que pensé si alargaba la conversación, teniendo en cuenta que solo tenía 15 minutos para ser atendida antes de que me echaran del consultorio (era la EPS), o si prefería ser tajante. Me incliné por la segunda opción: “ah… igual que acá”, contesté con una sonrisa intencionalmente irónica.    

La conversación terminó, se quedó sin palabras. Es posible que se haya indignado por la comparación entre México y Colombia, o, por el contrario, que se haya dado cuenta que estamos encapsulados en burbujas de miedo que no nos permiten actuar, ser, vivir y ver el lado maravilloso de las cosas. 

El hombre no estaba del todo equivocado, en México existen tantas mafias como estados, hay secuestros, hay extorsiones, hay descuartizados. En El Salvador hay Maras, en Colombia hay paramilitares y hampones que matan por robarse una bicicleta, en Perú hay ladrones y en Brasil hay favelas, es la realidad y no existen ni la manera ni las razones para esconderla. Lo que no es cierto, es que estas realidades sean el absoluto de un país.

Es fácil caer en este estado de terror colectivo, si cada vez que prendemos el televisor buscamos los canales de noticias, o, si en el celular descargamos aplicaciones que notifican cada diez minutos la última información mundial. Si nuestro cerebro todos los días escucha palabras al azar, como: muerte, secuestro, extorsión, robo, Colombia, peligroso, México, narcotráfico, bombas, explosión, corrupción, Suramérica y otras más, es lógico que las relacione entre sí, y el mundo parezca un lugar tan aterrador, que el instinto de conservación nos invite a quedarnos encerrados viendo en una pantalla lo que pasa alrededor. 

Hay un morbo aparentemente natural por la desgracia. Estamos acostumbrados a lo negativo y acomodados a frases que ya perdieron el sentido: “este mundo está muy mal”, escuchamos y decimos a diario. ¿Y cómo no va a estar mal?, si nos encargamos de hacer virales los videos de dementes disparando contra una multitud; y nos tomamos el café de la mañana buscando en internet los detalles del último atentado, en un país que ni sabíamos que existía, pero que ya lo catalogamos como peligroso; o incluso antes de salir de las cobijas, ya ponemos las noticias a todo volumen para saber cuántos borrachos causaron accidentes en la madrugada. 

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Lo intangible como el alma y las conexiones cerebrales que desembocan en miedo, dicha, placer o tristeza, necesitan alimentarse de manera positiva para que podamos sobrevivir y no matarnos de estrés y angustia. Consumir en exceso lo negativo es como comer todos los días Coca Cola, papas fritas y media botella de vodka, así como el hígado se enferma y deja de filtrar el alimento, el páncreas deja de producir insulina, y las arterias se atascan hasta producir un paro cardiaco, nuestro cerebro y nuestras emociones se van enfermando al punto en que llegamos a tener miedo de viajar por lo que nos pueda suceder.    

¿Qué tal si en cambio de buscar cuántas muertes hubo en el atentado de ayer, buscáramos cuando es la temporada de bioluminiscencia en el Caribe? O, ¿cómo nadar con el tiburón ballena en agosto? También les propongo buscar: ¿por qué la comida mexicana fue nombrada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco? O puede ser: ¿cómo llegar a las paradisiacas islas de Roatán y Utila en Honduras? Y si no quieren viajar, hay videos que explican cómo no vivir enojado, o cómo aprender a respirar, e historias de personas que están haciendo algo positivo por ellos y por el vecino. Intenten al menos una vez al día enfocarse en buscar todo lo posible acerca de una noticia positiva, eso es “super food” para la vida. 

Ahora, ¿por qué digo que los viajes son un peligro para los prejuicios?, porque los aniquilan al   convertirnos en espectadores en vivo de la otra mitad de la realidad, y revientan la burbuja del miedo que decanta en discriminación, xenofobia y estigmatización.

  ¿Qué es lo primero que piensan si les nombro un país?, por ejemplo, ¿El Salvador? Es muy probable que tengan registrado en su cerebro a pandilleros, pobreza, o que ni siquiera sepan dónde queda. Para quienes no han ido, tal vez les cueste creer que en El Salvador están las personas más amables que jamás haya conocido, nunca me han tratado con tanto cariño y respeto en otro país; que los paisajes son de película, hay playas de arena totalmente negra y volcanes a los que es posible subir a ver el cráter; que es un país de gran importancia para las competencias y los entrenamientos de surf; y que su comida es la mejor de Centroamérica, empezando por las pupusas, una especie de mezcla entre arepa colombiana y tortilla mexicana, con rellenos de todo tipo, guisados y una cantidad de queso que se sale del plato. Y sí, por supuesto hay Maras Salvatrucha y algunos lugares de El Salvador son peligrosos, es justo viajar con prudencia pero no con miedo, y siempre escuchar a los locales para saber hacia dónde ir y hacía donde no. Estas recomendaciones no son solamente para viajar al “Pulgarcito de América”, sino para salir incluso a la esquina, y hasta a Islandia, donde no hay pandilleros, pero puede que tengan un accidente si no saben dónde se están metiendo. 

Para hablar de otros países más turísticos, se dice mucho que ir a Perú es un robo seguro, ¿qué tal si les cuento que he viajado dos veces por periodos de varios meses allí, y nunca me han quitado mis cosas? También se dice que los argentinos son muy arrogantes, antipáticos y se creen seres superiores de la Tierra, ¿han ido a Argentina?, son tan amables que si uno pregunta una dirección casi que lo llevan hasta la puerta.  “¿México?” preguntó el doctor, la verdad es que en este tiempo viviendo aquí he sentido mucho más miedo de caerme de la bicicleta que de un secuestro. ¿Les cambia en algo el panorama?

Cambiemos de zapatos 30 segundos. Cómo se sienten cuando un extranjero les pregunta: “¿si se puede ir a Colombia?, porque con todo lo que pasa con Pablo Escobar siento que no saldré vivo”. Ese es un cuestionamiento que me han hecho tantas veces que ya olvidé el número, y lo primero que se me pasa por la cabeza es: ¿qué tan desinformado puede estar este personaje que piensa que Pablo Escobar todavía está vivo? Preguntas absurdas como esta son el reflejo de una persona que consume información irresponsablemente. Es igual que preguntar: “¿es verdad que todas las cubanas son prostitutas?”, o afirmar: “yo no quiero ir a Guatemala porque me dijeron que no hay baños y tengo que utilizar letrinas”. No son preguntan ni afirmaciones que me estoy inventando, me las han dicho más de una vez. Son ofensivas e ignorantes. Hagamos algo para no caer en los prejuicios debido a la desinformación y el miedo. 

Los invito a consumir más frutas y menos papas fritas de información. A ver el 100% de la realidad tanto de lo positivo como de lo aparentemente negativo. A aprender a mirar desde otra perspectiva antes de juzgar y decir sandeces que pueden ser muy ofensivas. Una buena dosis de viajes puede reventar cualquier burbuja.

¿Cuál es la cultura que desprecian? ¿cuál es el país al que le tienen terror?, como ejercicio de vida les propongo que leamos más sobre ese lugar y su gente, que entendamos los porqués de sus acciones, viajemos a ese país y hablemos con las personas que viven allí, busquemos argumentos para sustentar lo que decimos, y después hagamos una lista de cuántos prejuicios logramos aniquilar, y de cuánto descendió el nivel de miedo que le tenemos al mundo. 

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Por Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila

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