El Magazín Cultural

Willie Colón y una época en la que la salsa fue resistencia

Entre basura, puños y peligros surgió el sonido de la trompeta que Willie Colón recibió por parte de su abuela.

Andrés Osorio Guillott
11 de diciembre de 2018 - 01:24 a. m.
Willie Colón se dio a conocer a los 17 años tras hacer parte de la Fania All Star.  / EFE
Willie Colón se dio a conocer a los 17 años tras hacer parte de la Fania All Star. / EFE

Hacía un par de años se había terminado la Segunda Guerra Mundial. Europa estaba devastada mientras que Estados Unidos se proclamaba como una de las grandes potencias tras haber sido protagonista en el fin del nazismo. La confianza de la nación estaba por los cielos, su porvenir no podía ser más esperanzador. Tan fue así que muchos de los europeos que migraron a esa tierra lo hicieron con la seguridad de obtener un futuro próspero y afín con los ideales de grandeza que venía promoviendo el país norteamericano. 

En la llamada capital del mundo, empezó a aglomerarse la clase obrera proveniente de Europa. Ese fenómeno masivo de migración traería un contexto de pobreza y de conflictos entre las diversas nacionalidades que empezaron a convivir en un mismo espacio. Debajo de la línea del metro y en aquellos edificios de apariencia poco favorable empezaron a instalarse aquellas personas que fueron ajenas a Estados Unidos, que convirtieron el Bronx en una zona marginada, olvidada e ignorada. 

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Y allí, pero específicamente en el sur de este condado, nació el 28 de abril  de 1950 Willie Colón. Creció sin su papá. Se educó con su mamá y su abuela, dos mujeres que trabajaron por ofrecerle el mejor de los caminos posibles. Sabían que el contexto no era el mejor. Colón, como todos nosotros, creció con inocencia, pero con mucha efervescencia. En sus primeros años no entendía que jugar a escarbar en la basura no era el mejor de los mundos posibles, pero también habría que decir que ese mundo marginal fue el mal necesario para que Willie Colón interactuara con las raíces latinas que también habitaban y crecían entre la mugre y la aparente desesperanza. 

"La pobreza y el hambre son grandes motivadores. Nos gustaba buscar en la basura de otros. Con esos artículos descartados fabricábamos juguetes. Esto me ayudó a desarrollar la habilidad de crear cosas y no depender de lo prefabricado", afirmaba el artista en una entrevista para el Excelsior. 

Su carácter lo construyó a pulso. La ausencia de una figura de autoridad que lo acompañara en el transcurso del día se vio, afortunadamente, traducida en una independencia que arrojó autonomía, creatividad y obstinación. Tocó la trompeta primero que el trombón. Ese instante en que su abuela decidió regalarle una trompeta fue determinante para un destino que soplaba buenos vientos en el mundo de la música. Juntos aprendieron español leyendo periódicos y lograron consolidar su gusto por los sonidos estridentes de aquel instrumento de viento. 

Los días fueron pasando y Willie Colón ya estaba por lanzar su primer disco con tan solo 15 años. Las influencias de los sonidos latinos y afroamericanos que surgían del son cubano y del jazz dieron como resultado a un adolescente que empezaba a contagiar con su liderazgo y virtud en la música a muchos contemporáneos. El reconocimiento a su don estaba a punto de cambiar. Ya había escrito lo más difícil, pues esos primeros años rodeado de riesgos y contextos vulnerables fueron superados con creces. El legado cultural de grandes referentes como Louis Armstrong o Barron William Rogenstein, más conocido como Barry Rogers, fueron decisivos para que Colón conquistara todo tipo de adversidades dedicándose al goce y al paso que le dictaba el sabor de la música latinoamericana.

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En Estados Unidos el rock empezaba a tomar fuerza. En los bares sonaban constantemente las nuevas revelaciones de uno de los géneros musicales más icónicos de la desobediencia civil y de la protesta. Los solos estruendosos y las letras revolucionarias de The Doors, Jimi Hendrix o Bob Dylan se adueñaban de las emisoras y las disqueras. Sin embargo, desde New York un género que también hablaría de lo que nadie quería saber o escuchar le estaba siguiendo los pasos a las canciones preferidas por la audiencia. Con unos sonidos característicos de lo tropical, la salsa empezaba a hacerse para los hispanos, para esa población que muchas veces había sido discriminada y que ahora encontraba en la música una salida a ese callejón en el que estaban encerrados e invisibilizados. 

Johnny Pacheco, flautista y salsero, convenció a Willie Colón para que hiciera parte del proyecto que marcaría un hito en la historia de la salsa y de la música a nivel mundial. Colón apenas cumpliría 17 años, pero su gusto por la música lo había catapultado a tal punto que se convertiría en uno de los referentes de la Fania All Stars, el grupo que reunió a los artistas más importantes de la salsa desde su creación en 1967 y que impulsaría al género musical en la década de 1970. 

Las revoluciones culturales estaban en plena primavera. La música se convertía en aquel entonces en el mejor de los vehículos para hablar de las luchas, de la contracultura, de las injusticias, de las verdades de los suburbios que no llegaban a las altas esferas del poder. La voz de los indignados, de los de abajo hablaba de la calle como esa selva de cemento en el que surgían personajes como Juanito Alimaña, un símbolo de esa cuna de la injusticia que desencadena episodios de violencia a causa de pasiones primitivas.

Colón llevó su temperamento a la música. Y por eso empezó cantando proclamándose "El malo", pero un malo que tiene corazón, y por eso mismo Héctor Lavoe lo llamaba "El diablito". Su desconfianza por los que se llamaban políticamente correctos y por aquellos que veían la música como una industria -tal como es ahora- y no como un medio artístico para aliviar tristezas y provocar alegrías e idilios, lo llevó a fuertes discusiones y a amplias diferencias que, de una forma u otra, reafirmaron su coherencia, su vehemencia y su amor por la música. 

Aunque el pasado del artista pareciera oscuro, el mismo Willie Colón afirmó que no cambiaría para nada lo que ha vivido. Y asumir esa entereza para aceptar que todo lo que ha experimentado ha sido necesario para reinterpretar la música, lleva a resignificar su temple como ser humano que vivió de arrastres y de empujones que fueron vitales para reforzar su camino y así empuñar el trombón con la convicción con que soñó ser un músico al servicio de su comunidad y como uno de los tantos artistas que, con su corazón guerrero, construyó su obra como una posibilidad de asumir una pelea por la dignidad de los menos favorecidos.

Por Andrés Osorio Guillott

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