El eterno pendiente de Bogotá

El Espectador
08 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.
El problema del Día Sin Carro es que cuando los capitalinos se enfrentan al sistema de transporte público recuerdan por qué decidieron en algún momento evitarlo. / Foto: Cristian Garavito
El problema del Día Sin Carro es que cuando los capitalinos se enfrentan al sistema de transporte público recuerdan por qué decidieron en algún momento evitarlo. / Foto: Cristian Garavito

Bogotá cumplió 19 años celebrando el Día Sin Carro y Moto, con síntomas de estar estancada en las soluciones para enfrentar sus grandes retos. Tanto en el control de los efectos ambientales que tienen los vehículos sobre la salud de los bogotanos, como en la calidad de las alternativas de movilidad que ofrece el sistema de transporte público, abundan los asuntos pendientes y no son pocas las quejas ciudadanas. Aunque la administración de Enrique Peñalosa tiene la intención de dejar andando varios planes ambiciosos de intervención a algunos de los peores problemas de la capital, siguen faltando respuestas.

El Día Sin Carro y Moto se creó con el propósito de reducir la contaminación en la ciudad y, además, mostrarles a los capitalinos que pueden hacer los mismos trayectos diarios que hacen en vehículos propios, utilizando el sistema de transporte público. Este año, se estima que dejaron de circular más de medio millón de carros y cerca de medio millón de motos. Los resultados son evidentes: además de que se reduce el tráfico de manera considerable, las estaciones de monitoreo del aire de la ciudad dan cuenta de menos material particulado.

Cercanos a cumplir dos décadas de este experimento, los capitalinos ya deberían tener interiorizada la lección: por nuestra salud y por nuestra calidad de vida, es mejor una ciudad con un sistema de transporte público fuerte y que abandone la afición por los vehículos particulares. En Bogotá pareciera, en horas pico, que no cabe un carro más, y aun así el problema sigue creciendo.

El problema del Día Sin Carro es que su capacidad de persuasión se ve reducida porque, cuando los capitalinos se enfrentan al sistema de transporte público, recuerdan por qué decidieron en algún momento evitarlo. Rutas que no cubren sus necesidades, estaciones que están muy lejos y buses a reventar hacen que la experiencia se torne negativa. Cuando deberíamos estar mostrando las virtudes del sistema, lo que hay es un recordatorio de todo lo que nos falta.

Los retos en movilidad de la ciudad siguen siendo enormes. Uno, por ejemplo, es la incapacidad del Distrito (y aquí también lleva la culpa la falta de visión del Gobierno Nacional) para regular y aprovechar las alternativas privadas de transporte. Al bien sabido problema de Uber y similares, se suman ahora las nuevas aplicaciones de micromovilidad. Diseñadas para el primer o el último tramo del viaje de cualquier bogotano, hay emprendimientos tecnológicos que buscan solucionar, por ejemplo, la enorme distancia entre la residencia de una persona y la estación de Transmilenio más cercana.

Hoy, los capitalinos pueden alquilar, a través de estas aplicaciones, bicicletas o patinetas eléctricas, pero, como le explicó Camilo Rueda, cofundador de BiciCo, a El Espectador, “los emprendimientos y necesidades de los usuarios están yendo más rápido que la regulación pública”. ¿Qué estamos esperando?

Finalmente, no deja de ser preocupante que, cuando se habla de querer reducir la contaminación en la ciudad, la compra de nuevos articulados para Transmilenio opte por tecnologías mandadas a recoger. Si el Distrito no da ejemplo, ¿cómo les pide a los ciudadanos que apuesten por la evolución al transporte amigable con el medio ambiente?

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Por El Espectador

 

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