Huirle a la democracia

Hay una estrategia política que no es nueva, pero que sorprende por lo habitual que se está volviendo: ausentarse de los debates públicos antes de las elecciones. La táctica es la misma siempre: un candidato, usualmente uno de los punteros —o el puntero— en las encuestas, se excusa en su agenda o en el silencio para no ir a los espacios de debate que no le convienen. Esto es huirle al ejercicio democrático.

El Espectador
04 de octubre de 2015 - 02:33 a. m.

Luis Pérez, candidato a la Gobernación de Antioquia; Carlos Ibáñez, a la Alcaldía de Bucaramanga; Didier Tavera, a la Gobernación de Santander; Dilian Francisca Toro, a la Gobernación del Valle, y Enrique Peñalosa, a la Alcaldía de Bogotá, son algunos de los ejemplos más notables de aspirantes que han dejado plantados a sus opositores, y a los electores, en algunos debates recientes, quizás con la esperanza de pasar de agache y evadir la discusión pública.

Si bien es cierto que los candidatos manejan agendas muy ocupadas y que a veces las invitaciones a los diversos debates son muchas o sin mucho tiempo, observar de cerca los espacios de los que deciden ausentarse permite concluir que el cálculo que hacen es mucho más sencillo: ¿para qué ir a un debate donde no hay mucho por ganar y sí mucho por perder?

Hay, en ese sentido, dos principales razones por las que los candidatos huyen del debate. Por un lado, en el caso de los más cuestionados (Pérez y Toro, por ejemplo), no les resulta beneficioso para la campaña que sus trapos sucios se ventilen ante una audiencia que no controlan. Si van tan bien en las encuestas, no tienen que salirse de sus lugares de confort, en donde la confrontación no es una opción.

Por otro lado, los candidatos buscan no entrar en debates especializados donde sus posiciones sobre ciertos temas, o donde la naturaleza política del espacio mismo, no les son favorables. No cuesta creer que eso motivó a Peñalosa a evitar el debate de Canal Capital o el ambiental que apoyó este diario hace una semana. Clara López, de manera similar, evadió un debate sobre infraestructura.

Sea cual fuere la razón, no sobran los motivos para condenar estas prácticas. Porque, aunque las campañas seguramente saldrán a decir que su única consideración es de disponibilidad de tiempo, la ausencia de los debates tiene un efecto dañino en el ejercicio democrático. Estos espacios están particularmente diseñados para confrontar las visiones y las ideas, para que las personas escuchen las propuestas y puedan educarse para ejercer su derecho al voto de manera consciente. El diálogo entre proyectos y entre contrincantes frente al electorado es una parte esencial de la democracia, y evadirlo termina saboteándola.

No sirve tampoco sólo asistir a los debates más grandes por televisión, pues ellos suelen tratar temas muy generales —por sus propias limitaciones de tiempo—. Un candidato no debe huir de las discusiones sobre las minucias de sus propuestas. En las generalidades es más o menos fácil acertar, mientras que en las decisiones particulares es donde realmente se ponen a prueba los planes de gobierno.

Escapar a la confrontación de ideas en esta etapa genera la amarga sensación de que esa será su actitud una vez lleguen al poder: lejos de las posiciones contrarias y del diálogo con la ciudadanía. Así no puede ejercerse la política.

Todavía quedan semanas de debate electoral. Candidatos, dejen de esconderse. Los ciudadanos y la democracia merecen ese mínimo de respeto.

 

 

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Por El Espectador

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