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De manuales, géneros y adopciones

Un experimentado pediatra y su mirada a la educación a partir del cuerpo y a la adopción de niños por parejas del mismo sexo.

Juan Luis Figueroa Serrano *
18 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
“Lo más valioso sería inculcar el eros como insumo sagrado para vivir sano y feliz”: Figueroa. / iStock
“Lo más valioso sería inculcar el eros como insumo sagrado para vivir sano y feliz”: Figueroa. / iStock
Foto: Getty Images/iStockphoto - Joanna Jablonska

Soy pediatra y estoy por cumplir 30 años de práctica médica hospitalaria y ambulatoria. He seguido a mis pacientes durante largos años: desde que nacen hasta cuando me llegan con sus propios bebés hechos y derechos. Me he entrelazado con muchísimas familias y niños durante la crianza, la enfermedad, la vida escolar y familiar, el despertar de la sexualidad y su aproximación a la vida de pareja. Los he acompañado en sus divagaciones, incluida la tan mentada identidad de género. En algunos niños he percibido, desde muy temprana edad, la condición homosexual y, con el correr de los años, he aprendido cada vez más a llevar esta situación con total normalidad para hacerla lo menos traumática, como, generalmente, en efecto ha sucedido. Digo generalmente, pues, en diversas ocasiones, la discriminación para algunos de ellos se ha manifestado en obstáculos que ha sido necesario sortear, incluso con el desplazamiento, la desescolarización forzada y hasta el exilio.

En el caso de una adolescente homosexual, esta fue discriminada y arrinconada en el desprecio por una familia católica que, no obstante decía quererla, no le perdonaba lo que sutilmente le dijo su tío sacerdote: “Una desviación de género que dolorosamente no se puede aceptar”. También han pasado por mi vida de pediatra educador muchos casos de abuso físico, psicológico y sexual en todas las edades. He vivido de cerca la discriminación y la marginación de algunos niños y jóvenes en colegios y universidades. Han sido maltratados y humillados los obesos, los pequeños, los adoptados, los pobres, los discapacitados, las niñas con anorexia y los Lgtbi.

En general, han predominado la intolerancia y la discriminación aprendidas. En el caso de la tal llamada ideología de género, es triste lo que opinan ciertas figuras públicas y gobernantes desde sus insensatas trincheras de francotiradores. Con sotanas, curules o cubiletes, unos pocos promulgan la intolerancia, el odio y la exclusión de las minorías. Quieren limitar las opciones afectivas de muchos y además definir la familia de acuerdo con sus amaños. Se olvidan de las estadísticas y la realidad de los niños de Colombia, como que un 30 % no vive con su padre biológico y la recomposición parental no siempre se logra, aunque a veces, cuando menos, los abuelos y abuelas repiten la tarea de la crianza.

No contemplan la única legalidad en el amor, que es este mismo. Viniese de donde viniese, al igual que la moral. Hace poco tuve un caso de una pequeña que fue abusada por su padre en reiteradas ocasiones. La espontaneidad de la niña de 3 años hizo que relatara la conducta de esa, sí, desviada bestia. Acompañé a la madre y la abuela de mi paciente a concretar los pasos más adecuados para evitar la revictimización de la niña y, con psicólogos especializados, se estableció lo sucedido. Se adelantó la denuncia correspondiente y un abogado de renombre tomó el caso, pero lo abandonó al salir del país por un tiempo largo. Empezaron las dificultades, pues el victimario tenía palancas en los entes de justicia, lo que condujo a dilaciones y truculencias, buscando minimizar la afrenta. En la búsqueda de otro abogado, apareció uno especializado en casos de abuso. Pero, desafortunadamente, resultó ser el defensor de la bestia. “Vamos a tratar de ayudar al muchacho”, fue la lacónica frase con la que despachó a la madre y la abuela de la preescolar vulnerada. Muchos de estos casos no pasan a mayores y es raro ver condenados a los culpables. Lo dijo la directora de Bienestar familiar: “El 90 % de los casos de abuso queda en la impunidad”. Casi que la moral del aparato judicial los ve como delitos menores y la Iglesia, por su parte, aconseja “dejar así”.

Los manuales de convivencia tienen que contemplar, si no la sexualidad, la genitalidad de los niños y prepararlos para evitar el abuso y conocer el respeto, igual al respeto que han de tener por sus ojos, sus oídos, su cara y su cuerpo. Bien ha propuesto el Colegio del Cuerpo, de Cartagena de Indias, que se dignifique el cuerpo mediante una asignatura diferente a la educación física, por educación corporal. En esta dimensión, el cuerpo es mucho mejor valorado. Propongo contemplar un modelo para que los niños aprendan, sea cual fuere su condición de género, que dicha condición tenga opción en una sociedad civilizada. Que no sean arbitrariamente excluidos de la vida en pareja el amor y las opciones de educación y trabajo. Por supuesto, a futuro, que el niño pueda formar una familia y ser padre o madre. Esto se debe saber desde la niñez. Para eso son los manuales de convivencia y las cartillas pedagógicas.

Lo más valioso sería inculcar el eros como insumo sagrado para vivir sano y feliz. Con muy pocos conceptos y frases cortas se puede proteger a un niño desde la escuela, la familia o el consultorio médico. El trato digno, respetuoso, y la protección de los derechos constitucionales de los menores no dependen de la condición sexual de sus acudientes y familiares. Se alimentan de la ética y el amor verdadero.

La adopción homoparental

Es tema reciente de gran interés la adopción por parejas del mismo sexo. Los pediatras somos, quizás, quienes más vemos a los niños adoptados y seguimos sus vidas, desde el inicio en el seno de padres adoptantes. Existen estudios inmensos, difíciles de tergiversar, que han analizado el desempeño en diversas áreas de los niños adoptados. La experiencia de Manitoba, en Canadá, es un gran ejemplo. No hay diferencias con quienes se criaron en el seno de su familia biológica. Actualmente, tampoco se pueden establecer diferencias con los hijos de adoptados por parejas homosexuales. Aquí aconsejo revisar la declaración de la Asociación Colombiana de Psiquiatría en Colombia, disponible en su página web: http://psiquiatria.org.co/web/comunicado-acp-16-de-febrero-de-2015/

He sido sensible al tema y ejercí la medicina durante un tiempo en una casa de adopción. Allí entrevistaba a los padres adoptantes y les comentaba las condiciones de salud de los niños que les iban a ser entregados. El trámite, complejo en lo jurídico, hizo que con frecuencia interactuara por un mes o más con compatriotas y extranjeros (de varios países) y me llevara diferentes opiniones que me generaron muchas preguntas alrededor del proceso de adopción y sus ribetes éticos y emocionales. ¿Cuándo se da una adopción sana? ¿Serán estos los mejores padres para este niño? ¿Qué sorpresas genéticas le esperan a esos padres? ¿Podrá este chiquillo olvidar su pasado violento y vulnerado? En el ámbito local, he seguido por largos años la vida de niños adoptados y muchas de esas preguntas se han ido respondiendo con el tiempo.

Por otra parte, la literatura médica y la psiquiatría están colmadas de estudios que han tratado de analizar el destino final de estos niños en materia de salud mental, aprendizaje, comportamiento y desempeño profesional. Casi nada es concluyente. Por un lado, he vivido casos como el de tres hijos de diferentes estirpes, adoptados por una pareja, que lograron evadir el estigma y terminaron pareciéndose a sus padres adoptantes y entre sí, incluso físicamente. Por otro lado, he visto la niña ejemplar que en la adolescencia se marcha de la casa, arrastrada por el alcoholismo que llevaba en sus genes.

Podría extenderme por horas narrando gran diversidad de desenlaces. Así como lo podría hacer describiendo niños que se criaron en el seno de sus padres biológicos. Sea cual fuere la intención de progenitores y adoptantes, siempre hay rendijas por donde se cuelan las dificultades. Pero también en unos y otros he visto escenarios donde se dignifica la crianza y se logra el fin único de ésta: darle a un hijo amor y oportunidades para salir adelante en la vida, ubicándose armónicamente en la sociedad. Los hijos adoptados por parejas homosexuales, con los que he compartido por varios años (tres parejas), han tenido todos una excelente crianza sin que perciba en ellos, después de largo tiempo, ningún estigma de dolor o frustración. Ese es el punto esencial al que poco se refieren en los debates: la crianza de un niño conlleva una ética que no se relaciona con la orientación sexual de sus padres. Con la educación sucede lo mismo. Hay dignidad y buen trato en la crianza y educación, con homosexualidad o sin esta. Los niños adoptados tienen una triste preocupación que los asalta de cuando en cuando. Lo decía Edipo: “Tengo que conocer mi linaje”.

Es posible mitigar ese lastre con un trabajo dirigido a robustecer la resiliencia y las opciones que copen sus inquietudes alrededor de su origen, donde, para el niño, se establezca la garantía del bienestar integral, el acceso a la salud, la educación y el buen trato. Hoy en día, los aspirantes a adoptar pasan por tamices donde se evalúan su bienestar emocional y los recursos económicos. Dichas valoraciones, manejadas con rigor, dan una idea bastante aproximada del destino de un niño que, por alguna razón, se encuentra a la deriva. Allí se establece con claridad si es o no aconsejable que un niño, quien desafortunadamente no pudo estar con sus padres biológicos, encuentre parejas con necesidad de dar y recibir amor. Y en eso el sexo no cuenta. El hecho de que en los estamentos políticos contemos con personas homosexuales es un gran paso para reconocer en ellas sus grandes cualidades y altura. En la contraparte de heterosexuales, hemos visto algunos con una confusa agresividad y bajeza decepcionante, como la de los que generaron confusión con videos y revistas porno para descalificar la revisión de los manuales de convivencia y su ajuste al mandato de la Corte Constitucional. Celebraré el día en que la eficiente y, a la vez, injustamente maltratada ministra Gina Parody y su compañera reciban en adopción a un niño abandonado. Con seguridad, será un afortunado al que se le van a respetar sus derechos en la escuela y en su nuevo hogar.

*MD Pediatra.

Por Juan Luis Figueroa Serrano *

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