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El acceso a la educación debe dejar de ser un privilegio y reconocerse como un derecho inalienable del ser humano. Más aún, es imperativo exigir y garantizar que sea de alta calidad, con la capacidad de promover una formación integral. Históricamente, la educación se visualizó como el medio para transmitir conocimientos y experiencias; esta visión limitada de su gran potencial hoy está superada y se le reconoce como sinónimo de desarrollo humano integral, o sea, desarrollo de la gente, por la gente y para la gente, en busca de formar ciudadanos éticos, políticos, solidarios y justos, capaces de comprender, vivir y engrandecer el acervo cultural, moral y científico de la humanidad, y coadyuvar en la dignificación de la sociedad.
En occidente, desde mediados del siglo XIX, la educación se desarrolló en un ciclo cuantitativo, con la implementación de los sistemas educativos masivos, buscando superar el analfabetismo y haciendo obligatorias las tasas de escolarización, entre otros asuntos. El segundo ciclo, más cualitativo, desde los años 70 hasta ahora, se ha centrado en el funcionamiento interno del sistema educativo y el currículo; pero ha sido ineficaz y ha derivado en falta de igualdad de oportunidades, en el caso colombiano. Además, en nuestro país, por la tendencia de homogeneizar los currículos, tomando estándares mundiales, la educación de masas ha predominado sobre el contenido cultural-local con la estandarización de los significados.
Al no ser incluyente y con cobertura universal, los conocimientos y la cultura seguirán quedando en poder de unos pocos, promoviendo grandes disparidades generacionales, de género y brechas sociales que continuarán ampliándose si no la democratizamos, y así no podremos aspirar a consolidar un país democrático, justo y próspero.
Lamentablemente, el acceso a la educación de calidad en el mundo sigue siendo limitado a grupos privilegiados. Estadísticas de la Unesco, expresivas de esta grave problemática mundial, muestran, por ejemplo, que hay un total de 258 millones de menores desescolarizados, 617 millones de niños y adolescentes que carecen de las competencias básicas en lectura y matemáticas, además de 3,7 millones de niños y jóvenes refugiados que no tienen acceso escolar.
En Colombia, datos de 2017 citados en el informe “Hacia una sociedad del conocimiento”, de la Misión Internacional de Sabios 2019, indican que solo el 31 % de la población en primera infancia (cero a cinco años) tiene cobertura, el 71 % de jóvenes entre once y catorce años cursa secundaria y el 43 % asiste a la media. Por ello, los sabios recomendaron que la primera gran tarea del país sea garantizar acceso universal a educación con calidad.
El asunto es advertido en el Informe de Desarrollo Humano 2019, que plantea que las disparidades sociales y la pobreza seguirán creciendo si no se asegura la oportunidad de una educación óptima en todas las edades.
Hoy es necesario que los gobernantes y toda la sociedad nos comprometamos y dirijamos nuestra acción a construir sistemas educativos incluyentes, de excelencia y pertinentes.
La humanidad ha reconocido en grado sumo el valor de la educación y del educador, y estima al ser culto, no a quien usa su sapiencia para alcanzar la capacidad del dominio o la ventaja injusta sobre los demás.
*Rector de la Universidad Simón Bolívar.
Por José Consuegra Bolívar*
