El 21 de agosto de 1965, día en que cumplió 70 años, en alta mar rumbo a América, a Srila Prabhupada se le hizo realidad la predicción revelada a sus padres días después de nacer en Calcuta (India). Que a esa edad iba a cruzar el océano para encarnar una misión espiritual en Occidente. Días después, en un segundo piso en la 2ª avenida de Manhattan, entre decenas de hippies, migrantes ucranianos, mexicanos, polacos, todos cantando “Hare Krishna, Hare Rama”, comenzó una historia que hoy se expresa en 820 templos en el mundo y 60 millones de libros en 25 idiomas.
En ese grupo de jóvenes que fueron receptores de sus enseñanzas llegó uno entre canadiense y neoyorquino que, remiso a enrolarse en el ejército para ir a Vietnam, se rebuscaba entre la música y el teatro. Sus amigos lo invitaban a escuchar a Jimmy Hendrix, pero él optó por seguir a Srila Brabhupada, lo acompañó a México durante su visita en 1972 y lo hizo por el mundo en algunas de las catorce veces que el swami le dio la vuelta, hasta su deceso en noviembre de 1977 en Vrndavana. Hoy, Chitsukhananda continúa difundiendo el legado alegre, musical y misericordioso de su maestro.
Por estos días anda por Bogotá, invitado a la premier del documental Hare Krishna: el mantra, el movimiento y el swami que lo comenzó todo, que recoge la memoria de Srila Prabhupada y su revolución de conciencia espiritual entre los años 60 y 70. Un trabajo de 90 minutos del director de cine John Griesser, con imágenes y testimonios inéditos, que se presenta al público hasta el 25 de abril. Con trato amigable para todo ser viviente, como aprendió de su maestro, Chitsukhananda comparte lo que vivió, ha sido la razón de su existencia y recoge con acertado criterio el filme.
Como se sabe, en la trasescena del Bowery de Nueva York, el universo hippie de Haight-Ashbury de San Francisco o la beatlemanía en Londres, cada día fueron más los que ayudaron a Srila Prabhupada. Entre ellos, George Harrison, que años después, en solitario, grabó su éxito My sweet lord, que hizo famoso el Hare Krishna. Chitsukhananda recuerda cómo en esa época conoció a John Lennon y Yoko Ono, y con ellos compartió la idea de cantar por la paz del mundo, mientras el swami cumplía su deber de universalizar uno de los libros cruciales de la historia: el Bhagavad Gita.
“Si me has traído para bailar, hazme bailar”, oraba a Dios Srila Prabhupada recién llegado a Nueva York con apenas “una maleta, un paraguas y una provisión de cereales”, como escribió su biógrafo Satsvarupa Dasa Goswami. El devoto Chitsukhananda emula esa invocación para afirmar que él también quiere hacerlo y que, como lo aprendió de su maestro, apuesta por el amor y la compasión como pilares. Y agrega sonriente: “El documental es la visita que Srila Prabhupada debía a Colombia, donde hace cuatro décadas se conservan los templos y crecen los seguidores”.
Entre otros invitados a la premier estuvo Lilananda Dasa, iniciado en el Movimiento Internacional para la Conciencia de Krishna en 1976, y desde entonces difusor clave de la obra en su natal Brasil. “Nunca vi en persona a Srila Prabhupada, pero desde que recibí de un estudiante en São Paulo uno de sus libros, entendí cuál era mi deber”. Hoy sigue convencido de que, en un mundo lleno de problemas y soluciones entregadas a políticos, la verdadera transformación es un cambio en la conciencia, como lo demostró en abundancia su revolucionario y altruista maestro.
“Hay quienes tienen bienes materiales, pero no son felices, porque la riqueza auténtica está en el amor por todos”, comenta al tiempo que explica cómo con ocho dólares Srila Brabuphada emprendió una misión que, además de templos, comunidades agrícolas, restaurantes o centros de estudio, ha permitido distribuir más de 3.000 millones de raciones de comida vegetariana. “Cuando él empezó, su pregunta fue: ¿quién quiere ayudar?”. Con idéntica invitación, Lilananda insiste en que hoy todos son bienvenidos, pues la separación perjudica, mientras la unión construye”.
Lilananda Dasa cuenta que, a pesar de la laboriosa condición de su maestro y el alcance de su movimiento, no fue fácil que hablara de sí mismo. “Cuando John Griesser le planteó el documental, su respuesta fue que no era importante. Se lo volvió a sugerir después de seguirlo por Europa, Estados Unidos e India y contestó que más tarde. Es un privilegio ver ahora el documental y constatar cómo su conducta personal habla por él”, añade mientras destaca cómo sus 60 libros y sus explicaciones y traducciones a cada frase del Bhagavad Gita fueron dádivas para todos los tiempos.
“Si alguna vez tienes dinero, imprime libros”, fue el consejo que Srila Brabhupada recibió de su maestro Srila Bhaktisiddhanta Saravasti. Cuando lo conoció, Brabhupada oficiaba como acreditado farmaceuta, tenía esposa e hijos, su destino parecía asociado a la acomodada ruta de su padre comerciante y se llamaba Abhay Charan De. Era seguidor de Gandhi, añoraba la independencia de India y vivía en Calcuta. Pero a los 56 años, hacia 1952, lo dejó todo por hacerse predicador en lengua inglesa y llevar a Estados Unidos el mensaje de la conciencia de Krishna.
Lo hizo convenciendo a los jóvenes que consumían drogas por Lower East Side, para que las cambiaran por las frases del “Hare Krishna, Hare Rama” sintetizadas en canto y baile. Y luego, a través de libros reeditados, que sus devotos empezaron a distribuir junto a inciensos de diversas fragancias, hasta hacerse visibles en muchas ciudades del mundo, incluyendo Colombia. Una aventura espiritual de contracultura que se exalta en el documental de John Griesser, premiado en Arizona en 2017 y, junto a 170 filmes más, preseleccionado al premio Óscar 2018.
Una producción cinematográfica que ya fue exhibida en distantes latitudes, como Estados Unidos, Canadá, Australia, Singapur, Islas Mauricio o nueve países de América Latina, y que ahora llega a Colombia, donde la comunidad Krishna está de gala. Lo mismo que los ilustres visitantes que viajaron para acompañarla. “Una inolvidable experiencia, mezcla de gratitud y alegría, como hace casi 50 años, cuando Srila Brabhupada me tocó la cabeza para iniciarme en la experiencia de la misericordia”, recalca Chitsukhananda, al tiempo que destaca principios básicos de su fe.
“No practicar sexo ilícito, no intoxicarse, no comer carne y no participar en juegos de azar y, en cambio, asumir las enseñanzas de Srila Brabuphada, leer el Bhagavad Gita e invocar a Dios a través del canto de ‘Hare Krishna, Hare Rama’”, señala en medio de los recuerdos de su iniciación en abril de 1969, sus viajes en autobús con el maestro y los devotos, sus horas entre reconocidos artistas buscando un oasis personal para salir de la vanidad, y el momento en que entendió que Krishna era su mejor aliado para armonizar su vida material y su alma.
“Lo suyo fue revolución contra el consumismo, desde la perspectiva de vivir con intensidad amorosa, pero con poco. De purificar la conciencia uniendo y así entender que asuntos como la lucha contra el calentamiento global, la destrucción de la biodiversidad o la extrema pobreza, son responsabilidad de todos”, añade Lilananda Dasa, cuya labor en Estados Unidos o Brasil ha sido determinante para que el legado de Srila Prabhupada se conserve y se constituya en guía para la compleja sociedad de estos tiempos.
“No sé por qué me has traído aquí. Ahora puedes hacer de mí lo que quieras”, oraba a Krishna a su llegada a Estados Unidos, constatando como la mayoría de la gente transitaba por las modalidades materiales de la ignorancia y la pasión. Se autodenominaba “el más desdichado e insignificante de los mendigos”. Pero su obra fue grande y, como lo calificó en aquella época el New York Daily News, en la capital del mundo empezó a gestarse una alianza entre Oriente y Occidente. La que resume el documental que explica la ruta común del mantra, el movimiento y el swami.