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“Miren dónde están parados”

Con “Zipacón”, una delicada y embrujadora animación filmada en un bosque de niebla, María Paulina Ponce de León busca que los colombianos recuperen la fascinación por la naturaleza que los rodea.

Pablo Correa
09 de mayo de 2015 - 02:12 a. m.
“Zipacón” cuenta la búsqueda que emprende Nabunyi para encontrar a su novia Sué, quien cayó en un bulto de papas cosechado por campesinos. /Cortesía
“Zipacón” cuenta la búsqueda que emprende Nabunyi para encontrar a su novia Sué, quien cayó en un bulto de papas cosechado por campesinos. /Cortesía

Pensó que había perdido la imaginación. Después de terminar Lo que sabemos, la historia de una niña chantajeada por su hermano  que amenaza con contar un secreto, María Paulina Ponce de León creyó que no volvería a hacer una película. Eso ocurrió en 2009. Parecía que se cerraba un ciclo en su vida tras siete películas y casi treinta años de trabajo. 
 
Su amor por la animación comenzó muy temprano, a los 22 años, cuando cayó en sus manos un libro sobre teatrinos ingleses y usó el plano que encontró en esas páginas para construir el suyo con pedazos de cartón. Luego lo pobló con los primeros personajes que nacieron en su imaginación. 
 
Mas tarde decidió que quería filmarlos. Recuerda que lo ensayó todo para que sus manos no aparecieran en las imágenes. Palitos. Hilos. Todo. Hasta que pensó en imanes y resolvió el primero de cientos de problemas técnicos que irían apareciendo a lo largo de su carrera autodidacta. 
 
“Era un juego y se convirtió en una profesión”, dice. Se matriculó en la carrera de biología en la Universidad de los Andes para descubrir que ese no era el camino. El recuerdo es borroso pero alguien le habló de una escuela de animación en Paris. Investigó un poco y la intuición le indicó que ese era el camino. Salió corriendo a comprar más libros. 
 
La primera película se llamó Filemón y la Gorda. La terminó en 1985. Es un mundo de muñecos bidimensionales, dibujos, sombras chinas que existes por 12minutos. Lo filmó en 16 mm. Para su sorpresa, aquel primer experimento tuvo buena  aceptación. 
 
Quería estudiar en Canadá. En los años 80, Canadá se había convertido en el refugio de los mejores animadores experimentales. Era el hogar perfecto para los que tenían ideas distintas a las de Disney. Ese viaje nunca se concretó. En cambio vivió en Nueva York algunos años. Tomó un curso de animación para descubrir que no quería la academia, que ya tenía un estilo propio, una técnica, unas intuiciones y una gran capacidad para aprender a punta de errores. 
 
A Filemón y la Gorda la siguieron El susto, Llegó la hora, En-contravida, Remedios, ¿Y su perro qué tiene? y Lo que sabemos. Cada película fue el resultado de cuatro o cinco años de trabajo. De mañanas dedicadas a recortar a mano sus personajes y construirles una vida hecha de 24 fotos por segundo y de tardes dedicadas a cuidar a los hijos. Esfuerzos que terminarón concentrados en 10 o 15 minutos animados.
 
“Son los muñecos que tengo en la cabeza. Estos mundos tienen una geometría extraña. Las sillas nunca tienen cuatro patas”, responde con humor María Paulina, consciente de haber construido un universo animado con una técnica sencilla en un país en el que el cine se hace por puro amor al arte. 
 
“Zipacón”
 
Zipacón es un pequeño poblado a 50 kilómetros de Bogotá. En medio de un bosque de niebla, María Paulina y su familia construyeron una casa de descanso. Allí se refugió cuando desaparecieron los personajes de su imaginación. “Siempre tenía la cosita de encontrar la puerta a una nueva inspiración”, cuenta. Mientras tanto se entretenía cultivando un jardín vertical en un barranco, explorando las plantas alrededor.
 
Un día recibió un regalo: una libreta de apuntes con figuras precolombinas de la cultura nariño. Se quedó observándolas fascinada. Recordó que cuando era niña una tía le había mostrado unos platos de cerámica con dibujos similares: “Hice el primer muñeco esa noche. Al otro día tomé unas fotos en los jardines y me di cuenta de que acababa de encontrar todo un mundo para mí”. Así nació Zipacón, un cortometraje que cuenta la historia de amor de Nabunyi y Sué en un micromundo de raíces, musgos, semillitas, tierra fresca, agua cristalina. 
 
“La película tiene varias lecturas. Como reto de animación es un stop motion en paisajes naturales. Pero lo que más me interesa es hacer énfasis en la belleza de la naturaleza a la que tenemos acceso todos en Colombia. Que todos miren dónde estamos parados. Si logro eso con la película me sentiré feliz. Uno no tiene que amar la naturaleza, uno tiene que dejar que ella lo ame a uno. La gente en la ciudad se olvida de la naturaleza”. Eso dice una de las pioneras de la animación en Colombia luego de recuperar su inspiración.
 
 
pcorrea@elespectador.com
 
 
http://mariapaulinaponce.com/

Por Pablo Correa

 

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