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Mujer de fuego

Rescate en alturas, manejo de cuerdas, soportar un tiempo en la pista de claustrofobia, además de una excelente condición física son algunas de las pruebas que tuvo que pasar la sargento Velasquéz hace 22 años para hacer parte del cuerpo de bomberos.

El Espectador
08 de marzo de 2011 - 12:56 p. m.

La alarma se ha disparado. Son las 10:30 p.m en la estación de bomberos de Puente Aranda. La adrenalina y emoción recorren las venas de la Sargento Gladys Yaneth Velásquez, quien se prepara rápidamente para incorporarse en su traje de línea de fuego completo. Un pantalón ancho negro con botas, sacón, una monja que cubre su cabello y cabeza, casco y guantes, son la indumentaria que utiliza noche tras noche cuando se presenta una emergencia.

La velocidad que puede alcanzar el carro mientras llega al sitio de la tragedia, puede pasar los 80 kilómetros por hora. Durante el recorrido se pasan muchas imágenes por su cabeza, cada servicio es diferente y nunca se sabe con qué se va a encontrar, ni cómo va a reaccionar ante las diferentes situaciones que se puedan presentar.

Esta vez el fuego se controló a tiempo y el cortocircuito en las instalaciones de una microempresa fue apagado en tan sólo 45 minutos. Caso contrario a lo que sucedió hace un par de años, cuando un incendio de grandes proporciones afectó un apartamento en el norte de la capital.
 “Había una llamarada de gran tamaño, así que procedimos a apaciguarla con agua y la reacción fue peor, tuvimos que retroceder. Se trataba de un laboratorio de alucinógenos con presencia de químicos”, asegura Gladys.”

Esta mujer de 42 años de edad, tés trigueña, delgada, de mediana estatura lleva en el cuerpo de bomberos 22 años, ingresó a la institución cuando tenía 19 años porque según ella ama servirle a la comunidad y aunque debió decidirse entre ser policía o bombera, no se arrepiente de la opción que tomó, es feliz y aunque asegura que ama su profesión, confiesa que extraña mucho compartir con sus hijos, especialmente los fines de semana como una mamá normal.

A pesar que desempeña las mismas labores de los hombres y el entrenamiento es igual para ambos géneros,  conserva totalmente  su feminidad , prueba de ello son sus manos bien cuidadas con sus uñas largas y pintadas de esmalte violeta, unos ligeros polvos y la porción necesaria de rubor para aplicar sobre su rostro acompañado del suave labial que sella el maquillaje. Nunca se ha sentido discriminada. Aunque hay trabajos específicos que requieren la fuerza de un hombre, no por eso deja de trabajar en lo que más le gusta y dice es la esencia de su oficio: ayudar a quienes la necesitan.

Su turno dura 24 horas, empieza desde muy temprano a las 6:00 a.m y termina al siguiente día a las 6:00 p.m. Mientras tanto un perrito acompaña a sus hijos especialmente el menor de 13 años que pasa la mayor parte del día solo. Sabe que su trabajo exige grandes sacrificios, pero también tiene inmensas recompensas.

Y una de ellas fue cuando rescató un felino que se encontraba atrapado en el fondo de un tubo de una casa antigua del sector de Chapinero. Velásquez afirma que nunca olvidará el rostro de alegría y agradecimiento de la dueña que por un momento pensó que nunca más volvería a ver a su mascota.
Hay otros momentos donde ha prestado gran colaboración, pero han sido situaciones muy dolorosos y desafortunadamente no han tenido un final feliz. Como cuando ocurrió la tragedia del Colegio Agustiniano y con taladros rompieron las esquineras del bus para rescatar los cuerpos de los niños muertos. “Lo primero que piensa uno es que tal que esos niños fueran mis hijos, me ponía en los zapatos de sus familiares y de verdad fue una experiencia muy triste”.

En otros servicios ha puesto en riesgo su vida. Recuerda especialmente la época de terror de Pablo Escobar cuando explotaban bombas por toda la ciudad. “Uno llegaba al sitio indicado a apagar un incendio o evacuar a las personas, pero no sabía si enseguida iba a explotar otra bomba, como pasó en muchas ocasiones, y ahí poníamos en riesgo nuestras vidas”.

Vivencias de 22 años como mujer bombera bajo fuego. Ahora, tras superar la emergencia, el corazón deja de latir rápidamente. Sabe que su turno está a punto de finalizar. Es hora de volver a casa para ver a sus hijos y a su esposo, quien también es bombero y comparte como ella la vocación del servicio por los demás. Ahora, tras superar la emergencia, el corazón deja de latir rápidamente. Sabe que su turno está a punto de finalizar. Es hora de volver a casa para ver a sus hijos y a su esposo, quien también es bombero y comparte como ella la vocación del servicio por los demás.

Por El Espectador

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