¿Tendrán límites las relaciones tradicionales de poder?

Breve repaso acerca de las tendencias de destrucción de la naturaleza, alimentadas por relaciones de poder cada vez más sutiles en países con mayores fortalezas económicas ¿Será posible frenar este proceso histórico de degradación relativamente reciente?

Francisco Leal Buitrago / Especial para El Espectador
02 de julio de 2019 - 08:45 p. m.
 El mundo requiere incorporar variables de sustentación de la naturaleza en las concepciones tradicionales de manejo de la economía. / Getty Images
El mundo requiere incorporar variables de sustentación de la naturaleza en las concepciones tradicionales de manejo de la economía. / Getty Images

Toda relación social, en particular las que se dan entre grupos organizados –instituciones económicas, políticas, administrativas, militares, etc.– expresan relaciones de poder –explícitas o implícitas–, es decir, órdenes o énfasis en propuestas o ideas de unas sobre otras. Tales énfasis son inherentes a toda institución, pues sus jerarquías –internas y/o externas– hacen parte de su carácter organizacional. Además, en grupos sociales establecidos de manera transitoria hay diferencias –acordadas o de hecho–, cuando un grupo busca que sus ideas sean aceptadas por otro u otros.

En contextos más amplios, como los de los países, también se aprecian –en muchas dimensiones– relaciones de poder. Las organizaciones gubernamentales –nacionales, estatales, departamentales, municipales, etc.– se establecieron para administrar poblaciones en sus jurisdicciones mediante normas específicas. Y, de manera informal o subrepticia en relaciones cotidianas, conglomerados sociales como clases, estratos y entornos de vida –urbanos y rurales– expresan formas de control, subordinación, dominación y obediencia propios de diferencias sociales específicas. En este último contexto se pueden presentar dinámicas de interrelaciones derivadas de reacciones de sectores subordinados que buscan empoderarse en defensa de autonomías y derechos frente a expresiones dominantes.

Las innumerables formas de organizaciones sociales, políticas, económicas y culturales expresan relaciones de desigualdad establecidas a lo largo de la historia. En la modernidad, esas formas de organización son producto de relaciones capitalistas promovidas por el movimiento de libre comercio, cuyo resultado fue el crecimiento de los mercados trasnacionales y su integración con los mercados nacionales y locales. La consecuencia principal ha sido que las relaciones de poder se han vuelto más complejas. En este mismo ambiente, propuestas teóricas para abolir las “clases dominantes” en las relaciones sociales estimularon luego búsquedas de implementación mediante reorganizaciones políticas conocidas como “revoluciones”. Sin embargo, no lograron abolir los vínculos sociales mediados por el poder. Los comunismos se convirtieron así en utopías tras el fracaso de sus objetivos. Los países regidos por partidos comunistas son ahora formas de capitalismos de Estado administrados generalmente por regímenes autoritarios.

En las diversas formas de capitalismos –vigentes en la mayoría de países– el poder se ejerce, en esencia, a través de relaciones económicas, incluso de manera indirecta en regímenes políticos identificados como democracias. La tendencia de acumulación de capital en sus diversas formas expresa relaciones subrepticias de poder. Uno de sus ejes más visibles son las entidades bancarias trasnacionales. Los emergentes y dinámicos medios tecnológicos de comunicación digitalizada tienden a llevar la batuta en el proceso de acumulación capitalista.

A lo largo de este complejo proceso histórico se expandieron de manera progresiva diversidad de medios que posibilitaron aumentar promedios de edad y disminuir tasas de mortalidad. Su resultado ha sido la expansión geométrica de la población mundial. En el año 1500 era de poco menos de 500 millones. En el siglo XIX esta población alcanzó sus primeros 1.000 millones y hacia 1930 se duplicó. En 1975 llegó a 4.000 millones y en la actualidad son unos 6.800 millones. Tal expansión ha sido desigual en continentes y naciones: China, el país más poblado, tiene cerca de 1.400 millones de habitantes. Pero India, con mayor tasa de crecimiento, cuenta con casi 1.300 millones y superará a China en 2022. Los dos países más grandes del planeta, Rusia y Canadá, tienen un poco más de 142 millones y cerca de 36 millones de habitantes respectivamente.

Este proceso se ha expandido mediante relaciones capitalistas de poder con tendencia a distorsionarse. Las desigualdades sociales han aumentado, disparando la acumulación de capital mientras numerosos grupos apenas sobreviven, incluso en países que en la época de las teorías desarrollistas se denominaron desarrollados, como Estados Unidos. Y con mayor énfasis en países que se llamaron subdesarrollados o en proceso de desarrollo. Por eso, en el seno del capitalismo profundo han comenzado a surgir ideas orientadas a cambiar las reglas de juego dominantes en la política económica.

Pero el trasfondo de este complejo panorama ha sido la devastación progresiva de la naturaleza en diferentes contextos, incluida la sobrevivencia de la humanidad. Según el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad, en información reciente sobre el mundo (www.ipbes.net) el 75% de la superficie cultivable está alterada, 66% de ecosistemas marinos sufre impactos negativos acumulativos y 85% de la superficie de humedales se ha perdido. La mitad de los arrecifes coralinos ha desaparecido en los últimos 100 años y las pérdidas se aceleran por efectos del cambio climático. Entre 2010 y 2015 se perdieron 32 millones de hectáreas de bosque primario en ecosistemas tropicales biodiversos y en los últimos 50 años el tamaño de poblaciones silvestres de vertebrados ha declinado. Desde 1970 la producción agrícola, la pesca y la deforestación han aumentado, y el aporte de la biósfera para mantener esa producción futura ha disminuido, es decir, no es sostenible. Estos efectos son resultados indirectos del crecimiento de la población y la expansión de la economía mundial. Todo lo anterior es sólo una muestra de la degradación ambiental.

Al pasar a la ecología desde una perspectiva económica (Constanza Pailamilla, El Espectador, 27-05-2019), los modelos económicos tradicionales no contemplan aspectos esenciales para la vida humana, pues se centran en intercambios económicos y ámbitos comerciales. La economía se basa en crecimientos de producción y enriquecimientos. El afán de seguir produciendo indefinidamente desembocó en reducir la vida útil de los bienes para no interrumpir el ciclo de consumo, con efectos adversos en la contaminación. Sólo un par de ejemplos al respecto: en Latinoamérica se generan 541.000 toneladas diarias de residuos tecnológicos y en la industria textil europea se desperdician seis millones de toneladas y se recicla sólo el 25%. En consecuencia, debería cambiarse la economía tradicional por una sustentable y ecológica, la producción no debería regularse sólo por la demanda sino limitarse de acuerdo con la contaminación que genera y se debería remplazar la mayor satisfacción a corto plazo por una producción sustentable. Estos eventuales cambios se dificultan frente a tendencias como el aumento de población y el afán de acumulación de capital.

Sobre esta base –que muestra sólo ejemplos destacados– no es aventurado pensar que el futuro de la humanidad está en riesgo, más que todo al tener en cuenta la tendencia de devastación del medio ambiente apropiado para la reproducción de los seres humanos y muchas otras especies, en particular por la carencia de alimentos.

Con las nuevas tecnologías y descubrimientos recientes relacionados con el universo hay evidencias acerca de la existencia de vida en planetas similares y posibilidades de comunicación, lo que abre un espacio de sobrevivencia de los seres humanos en caso extremo de degradación del planeta. Desde 1995 comenzó el descubrimiento de “exoplanetas” (fuera de nuestro sistema solar). Hay más planetas que estrellas y confirmados alrededor de 4.000. Al menos una cuarta parte son del tamaño de la tierra, ubicados en la llamada zona habitable de las estrellas (“No estamos solos”, National Geographic en español, marzo de 2019). La Vía Láctea –a la que pertenece nuestro sistema solar– tiene alrededor de 100 millones de estrellas, lo que implica que existen al menos 25.000 millones de lugares donde podría haber vida, tan solo en nuestra galaxia.

Las tecnologías previstas para las próximas décadas permiten intuir descubrimientos de vida en “exoplanetas”, comunicaciones entre sí e incluso hipótesis de posibles transportes en medios de propulsión láser, que podrían navegar al menos a una quinta parte de la velocidad de la luz. Avi Loev, investigador de la Universidad de Harvard, anota: “Si nos basamos en nuestro propio comportamiento, debe haber muchas civilizaciones que se aniquilaron a sí mismas al utilizar tecnologías que llevaron a su propia destrucción (…). Si las encontramos antes de que destruyamos nuestro propio planeta, sería muy informativo, algo de lo que podríamos aprender.”

Luego de este repaso general acerca de las tendencias de destrucción de la naturaleza, alimentadas por relaciones de poder cada vez más sutiles en países con mayores fortalezas económicas, cabe preguntarse si: ¿será posible frenar este proceso histórico de degradación relativamente reciente?, ¿será factible hacer cambios en las concepciones tradicionales de manejo de la economía al incorporar variables de sustentación de la naturaleza y limitar tendencias de acumulación de capital?, ¿el aumento significativo de investigadores y comunicadores preocupados por problemas ambientales en los últimos años influirá en los líderes políticos con mayor influencia para que tercien por nuevas alternativas al respecto?

* Miembro de La Paz Querida.

Por Francisco Leal Buitrago / Especial para El Espectador

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