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¡A limpiar la Sierra Nevada de Santa Marta!

El programa Sierra Viva ganó el premio Latinoamérica Verde 2015 por ser la mejor propuesta para tratar basuras. Más de 22 comunidades indígenas arhuacas se propusieron desenterrar una historia de plástico.

María Paulina Baena Jaramillo
14 de octubre de 2015 - 03:24 a. m.

Rafael José Mindiola se llama Dwiawingumu Maku en lengua nativa. Ese fue el nombre que recibió del mamo de Nabusímake, el pueblo sagrado de los arhuacos en la Sierra Nevada de Santa Marta. “Dependiendo de nuestra misión en el mundo recibimos uno. El mío significa ‘comunicador’”, cuenta.

Mindiola creció en Nabusímake, estudió en Bogotá y por ratos baja a Valledupar para hacer enlaces con empresas y gestores sociales de 22 comunidades indígenas. Su objetivo, desde 2004, ha sido muy claro: limpiar la Sierra de todos los residuos sólidos.

Con esa idea en la cabeza nació el programa Sierra Viva, en el cual empresas privadas y grupos indígenas arhuacos se unieron para disponer adecuadamente más de 2.300 toneladas de residuos, de las cuales 2.000 eran materiales orgánicos y se utilizaban en sus huertas y 300 de reciclables que entregaban a recicladores en Valledupar. Hoy en día la comunidad produce alrededor de 5.000 toneladas de residuos sólidos anuales, de las cuales 750 son recuperables.

Sierra Viva se llevó el premio mayor de Latinoamérica Verde 2015 en la categoría de residuos. El reconocimiento, que se entregó el pasado 25 de septiembre en Guayaquil (Ecuador), fue una convocatoria de más de mil casos en América Latina de quienes contribuyen a la preservación del ambiente en sus prácticas personales, corporativas, institucionales o empresariales.

Pero ¿por qué llegó esta oleada de basura a la Sierra? Como explicó Mindiola, hace más de 50 años se vienen acumulando residuos debajo de la tierra. Los indígenas calculan que en el “corazón del mundo”, como llaman a su montaña, permanecían enterradas 70.000 toneladas de desechos.

Para él existen dos hechos que explican esa plastificación de la Sierra. “Inicialmente con los turistas, y posteriormente la comunidad tiene un contacto con en el mundo de consumo. El error es que, si bien necesitamos complemento de lo que consumimos, nunca nos dijeron qué hacer con esos empaques y no nos los íbamos a comer”, sostuvo.

La basura como tradicionalmente la conocemos, dispuesta en bolsa de plástico, de olores nauseabundos y recogida por un camión día a día era un contrasentido para el pueblo arhuaco. Los desechos se envolvían ancestralmente en el vástago de la hoja de guineo, que más tarde se secaría y se descompondría. Con las cáscaras de las frutas y los demás alimentos ocurría lo mismo. Esa actitud se reprodujo con los empaques. El problema es que estos tardaban en descomponerse muchos más años que los naturales.

Entonces empezaron a formarse criaderos de mosquitos, los niños presentaron brotes y diarreas, las aguas estancadas presentaban malos olores, las baterías contaminaban los ríos, lo que disminuía las poblaciones de peces, la tierra fue perdiendo su productividad y los animales se enfermaron.

Conscientes de sus problemas, los dos mamos de Nabusímake y Donachuí, las comunidades más grandes de la Sierra, se reunieron y comenzaron a involucrar a los indígenas de cuatro cuencas: la del río Guatapurí, la del río Ariguaní, la del río Jewrwa y la del río Los Clavos. En total, 64 pueblos, 22 comunidades y más de 12.500 habitantes.

El proceso consta de siete pasos: unas capacitaciones a todos los indígenas de la Sierra; un centro de acopio en el que se recolectan los residuos de cada casa; el transporte de esos residuos a los grandes sitios de almacenamiento en mulas, teniendo en cuenta que hay lugares que están a 20 minutos y otros a 10 o 12 horas de camino; el acopio en la caseta por cuenca; el transporte a Valledupar en camionetas; el tratamiento de los desechos por cooperativas de recicladores en Valledupar, y un monitoreo para evaluar todo el proceso.

La idea de Sierra Viva siempre ha sido proteger la cultura. “Las basuras hay que regresarlas a su lugar de origen, porque esto no lo producimos aquí”, dijo Mindiola. Pero tampoco quieren el enclaustramiento: “No podemos encerrarnos como cultura y cerrarnos a lo que un mercado ofrece. En la Sierra hay cosas que no se producen y que se necesitan”, remató.

Para Carolina Castelblanco, directora de la Corporación Horizontes, una de las organizaciones fuertemente involucradas en el proceso, “Sierra Viva nos demuestra que la unión por un mismo propósito da frutos: las acciones de la empresa privada, el gobierno indígena y las ONG han permitido impactar positivamente el territorio sagrado y la cultura de la comunidad arhuaca”.

Por María Paulina Baena Jaramillo

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