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Adiós a la tradición de las plantas en el Caribe

En San Basilio de Palenque los abuelos conocen en promedio 64 alimentos propios, mientras sus nietos apenas saben de 36. Mientras tanto, aumentan la desnutrición y los costos por importaciones.

Mariana Escobar Roldán
25 de septiembre de 2013 - 10:00 p. m.
Niño en San Basilio de Palenque cortando hojas de bleo, planta con alto valor nutricional que cada vez es menos conocida por los jóvenes palenqueros.   / Cortesía Cider
Niño en San Basilio de Palenque cortando hojas de bleo, planta con alto valor nutricional que cada vez es menos conocida por los jóvenes palenqueros. / Cortesía Cider

“Todo mundo necesita comer de la agricultura. El papa, el obispo y el cura. Plateros y ebanistas, vendedores de prendas, aquel que tiene tienda y ganaderos también. ¿Quién puede ampararnos, quién, si el agricultor no siembra?”. Así le canta Domingo Rocha, agricultor de San Basilio de Palenque, 50 kilómetros al sur de Cartagena, a la nostalgia causada por que su oficio importe cada vez menos.

Como muchos abuelos del primer pueblo libre de América, a Rocha, más conocido como Mingo, le preocupa que las nuevas generaciones hayan perdido la vocación de campesinos y, peor aún, que desconozcan la infinidad de plantas y frutos que nacen en este lado del Caribe.

La realidad es que las personas mayores de Palenque conocen, en promedio, 64 plantas comestibles propias de su territorio, mientras sus nietos apenas saben de la existencia de 36, la mayoría de las cuales no consumen por considerarlas desagradables.

Los jóvenes de Palenque admiten su desconocimiento sobre lo que crece en los montes y bosques secos de este corregimiento de Bolívar, el cual fue analizado en la investigación Historias afrocolombianas sobre plantas comestibles, del Centro Interdisciplinario de Estudios del Desarrollo (Cider) de la Universidad de los Andes.

Margaret Pasquini, directora de la investigación, dice que “rescatar los saberes y tradiciones culinarias es de vital importancia, teniendo en cuenta que esas plantas pueden aportar a la seguridad alimentaria y nutricional de las comunidades y, adicionalmente, contribuir al fomento de la identidad cultural de los afrodescendientes de Bolívar”.

Sin embargo, el consumo de estos alimentos en Bolívar es bajo y, de acuerdo al estudio del Cider, la tendencia, que se replica en varios municipios, como María La Baja, podría explicar los preocupantes niveles de desnutrición que caracterizan al departamento.

Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 2012 la tasa global de desnutrición entre menores de 5 años en Bolívar (de 9,9%) era superior al promedio nacional (7%). Esto quiere decir que casi 10 de cada 100 niños presentan peso moderado y severamente insuficiente.

“¿Por qué se ha ido perdiendo esto?”, se pregunta Guillermina González, palenquera de 68 años. “Porque tus abuelos hacían esto, tu mamá no lo hizo y ahora las hijas de tu mamá tampoco. Antes salían las mujeres en grupo al monte a sacar las plantas; ahora se tienen que ir a trabajar. Las mujeres piensan que la comida no tiene gusto si no le echan un cubo de caldo de gallina, cuando antes bastaba con ají y culantro. Ahora a uno le preocupa que se necesite un ajo y haya que salir corriendo para la tienda porque ya no se cultiva nada en el patio”.

Aunque en San Basilio de Palenque crece espinaca, una planta de cuyos frutos se prepara un jugo para aumentar las defensas; zapote, pepino, ahuyama, guásimo, aguacate, ñame, mamey y caraotas para la alimentación diaria; cinco llagas y balsamina, plantas tradicionales que mejoran la salud, y el famoso bleo, hoja con alto valor nutricional que los abuelos solían añadir a las sopas, según cuenta Josefa Hernández, palenquera y asesora de lenguas del Ministerio de Cultura, “la pizza llegó a Palenque y se quedó. Ahora todos quieren cosas fáciles de preparar y prefieren comprarlas en la tienda que cultivarlas y cocinarlas”.

Hernández explica que, si bien el legado de las plantas tradicionales de su pueblo se ha perdido por cuenta de rupturas culturales, tampoco hay incentivos para que los campesinos conserven sus saberes. “Cuando los agricultores van a vender sus productos se encuentran con que el mercado pone precios muy bajos que no alcanzan ni siquiera para subsistir, ¿y quién sigue cultivando así?”, añade.

“Vivimos una crisis alimentaria”, dijo Hilson Baptiste, ministro de Agricultura de Antigua y Barbuda, al Times. “Cada país está preocupado por ella. ¿Cómo podemos producir nosotros mismos? ¿Cómo podemos alimentar a los nuestros? , agregó”.

Por esa razón, en Jamaica, Haití, Bahamas y otras naciones, los habitantes reclaman su pasado agrícola.

El primer país, por ejemplo, en vista de que entre 1991 y 2001 las importaciones de alimentos y bebidas se duplicaron y los campesinos quebraron, las tiendas de comestibles marcan los productos propios con grandes avisos para incentivar su compra, el Gobierno ha dado miles de kits de semillas para fomentar el cultivo doméstico y 400 escuelas tienen jardines productivos a cargo de estudiantes y profesores.

En Bahamas, que invierte anualmente unos US$350 millones en la importación de alimentos (esto es un 80% u 85% del total que consume el país), se construye una institución de ciencias de la alimentación que pretende entrenar a unos 80 estudiantes en mejores prácticas agrícolas.

Según Erecia Hepburn, coordinadora de desarrollo en el Instituto de Ciencias Marinas y de la Agricultura de la Universidad de Bahamas, el programa académico incluye orientación en agricultura y ganadería, producción pesquera, gestión agrícola, conservación del medio ambiente y agroindustria.

En Palenque, por lo pronto, los colegios tienen un programa de patios estudiantiles y un grupo de mujeres intenta comercializar postres con plantas tradicionales. A Joaquín Valdez, habitante del corregimiento, la desaparición de este legado milenario lo alarma y lo hace preguntarse hasta dónde van a soportar los pueblos del Caribe la pérdida de su identidad, que no sólo los afirma como culturas, sino que les ha permitido sobrevivir por décadas. “El primer escenario que nos dio seguridad a los afrodescendientes cuando llegamos de África a América fue la selva y el monte, donde encontramos la solución a nuestros problemas de salud y de alimentación. Allí pudimos poner en práctica lo único que nos dejaron traer de nuestro continente: el conocimiento”.

 

 

mescobar@elespectador.com

@marianaesrol

Por Mariana Escobar Roldán

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