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Afros del río Naya reciben 177.817 hectáreas

La histórica entrega coincdió con el homenaje a las mujeres de la región liderado por el Ministerio de Agricultura e Incoder, y financiado por la Unión Europea y ONU mujeres.

Jorge Muñoz Cepeda

18 de diciembre de 2015 - 11:53 p. m.
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Día 1. Las mujeres

Las veo llegar. Vienen del río y del monte. Ya no son las que fueron cuando sus padres y sus maridos y sus hijos huyeron de las veredas para escapar de los agobios de la guerra. Ya no son las mismas que enterraron , entre alabaos y lágrimas de rabia, a los suyos muertos por las balas y los machetes. Son distintas, porque a pesar de que nunca han dejado de ser mujeres, campesinas y negras, ahora ya no se ven a sí mismas como las víctimas inmóviles de la violencia, del desamparo estatal, de la discriminación, del maltrato de sus propios hombres y de los ajenos. Hoy, cuando se miran al espejo, saben que existe en ellas un poder que surge del orgullo , de la sabiduría y de su capacidad para no olvidar. Las veo llegar, con sus sonrisas blancas y las uñas pintadas de colores, y sé que asisten a este encuentro para ver y para escuchar, pero también para que las veamos así, hermosas y negras y campesinas y mujeres que son dueñas, al fin, de su destino.

Son cientos de ellas, casi mil, que llegaron de los departamentos de Cauca, Nariño, Chocó y Valle del Cauca para asistir a “Cultivando saberes, hilando culturas, tejiendo paz”, un homenaje a la mujer rural afrodescendiente. El Bulevar de Buenaventura, un espacio cercado por hoteles, es el lugar elegido para que las visitantes escuchen las conversaciones que sostendrán las consultoras internacionales del Programa de Desarrollo Rural con Enfoque Territorial, liderado por el Ministerio de Agricultura e Incoder y financiado por la Unión Europea y ONU mujeres.

Heriberta Angulo Caicedo se sienta en la silla de plástico, justo antes de la lluvia, y no mueve ni un músculo mientras transcurre la charla en la que participan Susana Baca, María Lool y Altagracia García, las tres invitadas que comparten opiniones, como si estuvieran en la sala de sus casas en Lima, Ciudad de Guatemala o Santo Domingo, acerca de experiencias exitosas de organizaciones de mujeres en América Latina, desde la cultura, el desarrollo sostenible y el ejercicio de derechos de género. Heriberta está atenta porque sabe que cualquier dato será útil para que el trabajo comunitario que lidera en el río Napi, en Cauca, sea cada vez mejor, más organizada la siembra del arroz, más productiva la de maíz, más eficiente la panadería en hornos de barro y más viable el proyecto de gallinas ponederas. El gesto impasible de esta negra caucana, joven y enjuta, contrasta con las carcajadas de algunas de las asistentes al evento; quizás lo que sus ojos han visto desde que era una niña en este territorio emblemático de todos los conflictos colombianos, no permita que vuelva a reír; tal vez la risa no regrese a su rostro jamás, ni siquiera cuando las gallinas, en las que piensa todas las noches antes de dormir al lado del río de sus mayores, comiencen a poner los huevos más grandes del mundo.

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Día 2. El título esperado

Rodrigo Castillo está a punto de llorar. Tiene el puño en alto mientras sostiene en la otra mano el título colectivo que le acaba de entregar uno de los funcionarios de Incoder. Rodrigo sabe que el documento, firmado por los representantes del Estado, no es un regalo del Gobierno a las 52 comunidades representadas en el Consejo Comunitario del río Naya, que él lidera; 3.780 familias campesinas; 18.570 hombres, mujeres y niños que habitan desde hace más de 300 años este territorio que se extiende desde Buenaventura, en Valle, hasta Micay, en Cauca. Se trata en todo caso de un tardío reconocimiento jurídico a estos descendientes de esclavos que han vivido, trabajado y sufrido en esas tierras por tres siglos; una formalidad, una herramienta para actuar como grupo, para que los demás entiendan que ellos son los dueños legítimos del que ha sido su territorio desde siempre.

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Rodrigo Castilllo les habla a sus compañeros, presos por la euforia. Les recuerda que hoy es el día de la justicia, les pide agradecer a quienes los ayudaron a terminar con éxito este proceso de tantos años, los incita a la sensatez y al trabajo duro; también les habla de la masacre, de los 200 amigos y familiares muertos y torturados en 2001, cuando la sombra atroz de la violencia intentó apoderarse de su dignidad y expulsarlos de nuevo hacia la incertidumbre; les dice que no olviden quiénes han sido ni cómo llegaron sus mayores al Pacífico de Colombia, apiñados en barcos de miseria, despojados, humillados; pero también los invita a no quedarse en el pasado, a no contentarse con ser las víctimas eternas que, aún después de ser libres, siguieron padeciendo los coletazos de la discriminación.

Las 177.817 hectáreas tituladas a las comunidades afro del río Naya son un ejemplo de que la organización, la persistencia y la conciencia de los derechos propios, son herramientas eficaces para vencer la adversidad enquistada, a fuerza de costumbre, en las vidas de quienes han decidido no ser más los amilanados de este país. Por eso están felices y suben a la tarima del Bulevar de Buenaventura y se abrazan y ríen y se retratan para perpetuar este momento soñado desde los tiempos felices de África. Saben que el territorio no sólo es un río, ni un puñado de veredas, ni el lugar de la siembra, ni el mineral que arañan de las bateas, ni el pescado apilado en las canoas; es mucho más que el título que se rotan como un trofeo esta tarde lluviosa de noviembre; saben que el territorio está en el alma.

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Epílogo. Chirimía

Terminan al atardecer los eventos que aglutinaron a las mujeres del Pacífico y a la comunidad del río Naya. Fueron dos días de felicidades y de intercambios de ideas y de testimonios de vida y de esperanza. Ahora bailan juntos al ritmo de la chirimía. Heriberta Angulo ha dejado por un momento la seriedad de su semblante y demuestra que no ha perdido del todo la sonrisa. Rodrigo Castillo llora por fin un par de lágrimas de felicidad y de orgullo. Los veo bailar y abrazarse con sus amigos en esta fiesta en la que celebran su oportunidad de ser felices, de encaminarse hacia un futuro de paz en esta bendita tierra que ha sido suya y será la de sus descendientes para siempre. Son los hombres y las mujeres de Colombia, reunidos para decirle al mundo que están vivos y que esta es su tierra.

Bailan mientras llueve en Buenaventura. Bailan los negros y las negras y yo bailo con ellos.

Por Jorge Muñoz Cepeda

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