En la Amazonia colombiana, en Caquetá, se encuentra una cueva de 625 metros de extensión a la que los indígenas uitotos han denominado Necaeridagoda. Comúnmente, también es conocida como la Cueva de los Sueños. Está en los tepuyes del río Yarí, en la serranía del Chiribiquete, y forma parte del Escudo Guyanés, una estructura geológica de miles de millones de años con algunas de las formaciones rocosas más antiguas del planeta.
Debido a las condiciones del territorio, acceder a la caverna no es nada sencillo: se requieren alrededor de tres días para llegar desde Florencia, la capital del departamento. Aunque esa podría ser una de las razones por las que hasta hace poco no había sido estudiada, la lejanía y las complejas situaciones de orden público no fueron impedimento para que un grupo de investigadores arribara a la zona en 2023.
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En ese entonces, como informamos en El Espectador, el coordinador de Biología de la Conservación y Uso de la Biodiversidad del Instituto Humboldt, Carlos Lasso, dijo que durante tres años el equipo, que contó con miembros de la organización La Venta Esplorazioni Geografiche, estuvo trabajando de la mano con autoridades indígenas del resguardo Monochoa para, finalmente, poder llevar a cabo la exploración. Durante varios días el grupo recolectó muestras de aguas de la cueva.
Ahora, revelaron algunos de los resultados tras estudiar dichas muestras. “Las primeras veces que iba a analizarlas creí que no iba a salir nada. Eso es lo que uno piensa: es un charco, no va a haber nada interesante”, expresa Henry Gallo Martínez. El biólogo de la U. El Bosque y principal autor del artículo, publicado en la revista Boletín Geológico, se sorprendió al hallar una variedad de organismos microscópicos, conocidos como estigobiota. Aunque los investigadores suponían que la cueva era un ambiente extremo, “está lleno de vida”.
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En el agua del sistema léntico, es decir, los pozos interconectados de la cueva, los investigadores encontraron 16 especies y cuatro morfoespecies (estas últimas no tienen identificación taxonómica a nivel de especie o género). Dicha cantidad y diversidad de organismos fue mayor a la que hallaron en el medio lótico, que son los arroyos que provienen del río Yarí y que ingresan a la caverna, donde se registraron seis especies y dos morfoespecies. En general, los organismos identificados son parte de grupos conocidos como tecamebas, rotíferos, copépodos, ácaros, algas pardas, algas verdes y diatomeas.
“¿Qué es lo que pasa?”, explica Gallo: “Cuando llueve y hay una subida del río que inunda la cueva llega con estos organismos. Toda la materia orgánica que contiene viene con fuerza. Luego esa disposición de agua se va resolviendo en la caverna, se va depositando en pozos o en las que podríamos llamar “charcas permanentes”, pues siempre van a estar ahí, con la humedad suficiente para que habiten los microorganismos”.
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La razón por la que hay menos especies en los arroyos, según el investigador, es que debido a la corriente, no tienen tiempo para reproducirse, desarrollarse y alimentarse, pues están siendo arrastradas. En cambio, en los pozos los organismos tienen la capacidad para adaptarse y sobrevivir.
Energía que viene y va
Según Gallo, hay una tendencia a creer que las cuevas son ecosistemas aislados y que, por encontrarse bajo tierra, no conectan con nada superficial; que los animales del exterior no van a entrar allí. Sin embargo, lo que evidencia su estudio es que en realidad existe un flujo entre ambos ecosistemas, denominado “intercambio biótico”. Por ejemplo, algunas de las microalgas que están afuera de la caverna fueron halladas también dentro de ella. Esto no significa que vivan allí, sino que fueron traídas por medio de vías como los arroyos.
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“Hay algas que entran, y lo más probable es que no sobrevivan (por la ausencia de luz solar), pero igual serán parte fundamental para la alimentación de otros microorganismos. En este caso vemos que, a pesar de que sea una cueva, llegan estos organismos fotosintéticos que dan energía a toda la cadena”, afirma el biólogo.
Óscar Barbosa Trujillo, biólogo de la Universidad El Bosque y coautor del estudio, explica que el intercambio biótico es evidente, además, a través del “guano”, el excremento de murciélagos o de las aves conocidas como “guácharos”, que entran y salen de las cavernas con frecuencia. En los ríos subterráneos, dice Barbosa, se transportan estos desechos, cuyos nutrientes servirían de alimento para microorganismos como copépodos o algunas pulgas de agua e, incluso, para animales como los bagres de cueva.
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“Se ha logrado determinar que todas las cuevas van a depender de los ecosistemas que están a su alrededor. Así sea un río completamente hipógeo (subterráneo) y así tengan organismos cavernícolas, muy posiblemente su alimento va a provenir de especies que entren y salgan de la cueva o de nutrientes que ingresen por aire o agua”, subraya Barbosa.
El artículo, en suma, sugiere que la cantidad de guano y otra materia orgánica podrían determinar la distribución de los organismos hallados con mayor número de especies en la Cueva de los Sueños: las amebas. “Me sorprendió esa diversidad tan grande, sobre todo del grupo de las tecamebas. La mayoría tienen formas bastante bonitas y curiosas, que jamás pensé que unos microorganismos pudieran tener”.
La importancia de investigar
Cuando se habla sobre la Amazonia, por lo general, sale a relucir su gran biodiversidad de fauna y flora, pero a ojos de Gallo muchas veces se deja de lado a los microorganismos. En Colombia, dice el biólogo, no hay suficientes artículos que hablen sobre la ecología de estos organismos, sino que más bien se refieren a su presencia, su ausencia o a un factor que influye en la calidad del agua.
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De acuerdo con los investigadores, su estudio es el primero de este tipo en la Amazonia colombiana. Además de mencionar los aportes de estas especies al intercambio de energía, hablan sobre otros de sus beneficios. Por ejemplo, que regulan poblaciones de bacterias, eliminando así patógenos en el agua. De igual manera, “estos organismos son indicadores de calidad de agua, (...) descomponen lignina y celulosa, participan en ciclos de nutrientes, y otras especies pueden capturar carbono”, señalan.
Barbosa, además, resalta la pertinencia de estos estudios para el campo de la salud. Según cuenta, hay quienes hacen uso del agua de algunas cuevas porque piensan que es pura y, aunque sí esté libre de contaminantes, ahora se sabe que pueden contener organismos como las amebas, que parecen ser los que más fácilmente se adaptan a las cavernas. Ambos investigadores instan a que se sigan realizando trabajos de este estilo.
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Debido a la gran distancia entre la caverna y el laboratorio, en esta ocasión no pudieron observar a las amebas con vida, pues para ello deben transcurrir máximo 24 horas. “Ojalá en algún otro momento podamos ir, tomar muestras vivas, comparar sedimentos y comparar más microhábitats dentro de la cueva”, expresa Gallo. “Hay un mundo de posibilidades, un mundo microscópico viviendo en estas aguas subterráneas que se creían estériles de nutrientes.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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