Cuando vemos un mapa de cualquier territorio colombiano, es difícil detectar algún punto que haya sido nombrado con alguna lengua indígena. La mayoría son lugares que están en español, pese a que muchos fueron —y son— habitados por diferentes pueblos. ¿Cómo empezar a cambiar eso? ¿Cuál es el camino para que esas lenguas también aparezcan la cartografía de Colombia? (Lea: Piense en la Amazonia la próxima vez que abra el grifo en Bogotá)
Con algunas de esas preguntas en mente, investigadores del Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), encargado de producir los mapas oficiales desde hace casi un siglo, empezó un proceso para generar toponimias —como se llaman los nombres de los lugares— en lenguas indígenas. Es la primera vez que hacen un trabajo de ese tipo en el IGAC.
El proyecto surgió en 2022, cuando el instituto empezó un proceso para fortalecer la Base Nacional de Nombres Geográficos. Como una de las regiones a las que buscaba prestarle mayor atención era la Amazonia, se aliaron con la ONG Amazon Conservation Team (ACT), que ha adelantado trabajos de cartografía participativa en la región. Aunque al principio fue un tema meramente técnico, cuenta Daniel Ojeda, de la Dirección General del IGAC, tras conversar, nació la idea.
Decidieron trabajar con el pueblo Cofán, ubicado en el Valle del Guamuez, en la frontera con Ecuador, en Putumayo. Según la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), alrededor de 1.200 cofanes habitan en 11 comunidades en los márgenes del río Guamuez y el río San Miguel, afluentes del Putumayo.
“Uno de los criterios principales es que la lengua cofán está en peligro de extinción”, cuenta Ojeda. Hace parte de las 65 lenguas indígenas que perviven en el país y, de acuerdo con el Ministerio de Cultura, es hablada por poco más de 600 personas. De hecho, agrega Ojeda, ese fue otro de los motivos por los que escogieron trabajar con este pueblo. “Es una lengua que los jóvenes no manejan; la mayoría habla español”.
Desde el IGAC hicieron los primeros acercamientos con las autoridades mayores cofanes y les comentaron la idea. “Ya no solamente podríamos tomar el nombre de algún río, de algún caño de ellos, sino que también nos interesaba que nos lo dijeran en su lengua y así incluimos el enfoque diferencial étnico, algo que no tiene muchos precedentes, menos desde un instituto tan técnico como el nuestro”, señala Ojeda. (Puede leer: Bolsas de plátano y yuca para detener la contaminación plástica en el Amazonas)
Al iniciar el proceso, un equipo del IGAC y ACT viajó al Valle del Guamuez para, junto a la comunidad del Pueblo Cofán del Cabildo Villanueva, identificar las coordenadas de 40 lugares sagrados alrededor del río Guamuez. Además de ubicarlas y registrar los nombres en su lengua, recogieron información de la historia de los lugares sagrados y el porqué de otros lugares simbólicos, como la casa del yagé y la de la boa; también contaron con un equipo encargado de realizar insumos audiovisuales. Luego de terminar las labores de coordinación y retroalimentación, la información será publicada en un sitio web dispuesto por el IGAC.
“Se va a ver el río, por ejemplo, y los territorios selváticos. Encima van a estar los 40 lugares sagrados; al dar clic, va a aparecer la fonética y se va a ver el video de la autoridad tradicional hablándonos. Va a ser una plataforma muy interactiva”, explica Ojeda.
Uno de los puntos claves de este primer piloto fue la participación de un equipo interdisciplinario, tanto geógrafos, antropólogos, ingenieros, una lingüista con enfoque étnico del Instituto y una profesora y traductora cofán que vino de Ecuador. Linda García, coordinadora de Proceso de Tierras, de ACT, cuenta que a través de esta iniciativa se evidenció lo “débil que está la lengua en algunas comunidades. El contraste fue impresionante al ver los cofanes en Ecuador y los cofanes con los que trabajamos acá. La gente se empezó a concientizar de que son cofanes, pero no hablan la lengua”.
El trabajo de la profesora, en palabras de García, fue “refrescarles la memoria a los abuelos, las abuelas y los niños. El ejercicio de traducción no fue tan sencillo porque, aunque tienen la lengua viva, la comunidad se dio cuenta de que le faltaba reforzar cosas”.
El sociólogo Daniel Aristizábal, de ACT, agrega que con ejercicios como el de este piloto, “también se empieza a dinamizar el porqué los nombres de muchos lugares que, incluso, pueden tener otro nombre en otra lengua indígena o por un grupo previo que estaba ahí. Entonces inmediatamente se abre una discusión sobre la historia y los nombres”.
Además, según García, que se enlacen estas iniciativas de preservación de lenguas indígenas con temas técnicos, como los que trabaja el Agustín Codazzi, aporta “al reconocimiento y la reivindicación de derechos en todo el sentido de la palabra”. En su opinión, “a través de los mapas, que reflejan la realidad de los territorios de cualquier país, se empieza a dar un nombre y una importancia”.
También es partidaria de que “nombrar las cosas de la manera en que deberían ser nombradas, en este caso a través de la lengua cofán, hace que las personas sientan un reconocimiento. Hay una importancia de que su lengua se mantenga viva y así mismo se podrá dar una preservación de su cultura”. (Lea también: El Gobierno prometió transporte sostenible para la Amazonia, pero hay desafíos por resolver)
En ese punto coincide Aristizábal. “Lo que no se nombra no existe”, dice, “y el lenguaje genera realidades. Lo que ha sido muy interesante es que durante 500 años las toponimias han sido impuestas por legiones coloniales y eso lo que hace es otorgar un poder sobre el territorio. Al poner nombres indígenas empiezas a generar el reconocimiento del lugar, a su apropiación y a la reivindicación con el legado indígena, que también es simbólica”.
De acuerdo con García, para que este tipo de proyectos se den de una forma más sistemática en Colombia, es crucial la participación de la institucionalidad, como en este caso del IGAC. También considera importante que haya una sinergia, por ejemplo, “con los ministerios de Cultura y Educación para que se fomenten estos temas desde que nos enseñan historia, haciendo énfasis en la Conquista, pero ir también más allá: los pueblos que pervivieron, y resaltar la importancia de su ancestralidad, que se ve resaltada solo en momentos muy específicos”.
En el país ya se han adelantado algunos esfuerzos por preservar las lenguas indígenas, por ejemplo, la Ley de Lenguas Nativas de 2010, o iniciativas como las Antologías de las Literaturas Indígenas, publicadas por el Ministerio de Cultura.
Desde el Instituto Agustín Codazzi, Ojeda explica que la idea es “seguir generando este tipo de proyectos, ya no tanto pilotos, sino proyectos, para lo cual estamos en proceso de selección de los nuevos territorios para desarrollarlo”.
Una de las expediciones que tienen en lista es en algún territorio indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta, como el lugar sagrado de la Línea Negra, de los pueblos indígenas kogui, arhuaco, wiwa y kankuamo. “No sabemos si van a ser 40 lugares, si serán 100, si serán dos, pero el enfoque ya está más estructurado y creo que es muy valioso y, reitero, ya no solamente visto desde lo cartográfico con levantar puntos con GPS, sino lo que implica cada uno de esos puntos y poderlo dejar documentado”. También proyectan poder trabajar con otras comunidades que tienen lengua propia, como en San Basilio de Palenque o en San Andrés, con el pueblo Raizal.
Además, considera clave incluir un “enfoque diferencial étnico en los quehaceres de las entidades”. Dice que el trabajo de toponimias “estaba en deuda con este tipo de asuntos”. Aristizábal ve otro punto importante de estas expediciones del IGAC: que Colombia “es un Estado que durante 500 años ha sido colonialista y con esto está reconociendo un legado anterior. Eso también puede ser útil para el reconocimiento de territorios indígenas y la ampliación de resguardos”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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