“Todo lo que se conoce actualmente sobre la atmósfera de la Amazonía, se ha investigado en el centro de la región, en Manaos, Brasil”, dice Luis Ladino, químico especialista en física de nubes y contaminación atmosférica. Para Ladino, esto puede ser una paradoja, pues las amenazas que enfrenta la selva húmeda tropical más grande del mundo se encuentran, principalmente, en sus fronteras, donde hay unos vacíos de información muy importantes. Es por ello que el experto se interesó en ampliar los estudios en dichas áreas.
La institución en la que él es profesor e investigador, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se alió con el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas Sinchi, la Universidad Militar Nueva Granada y la Universidad Nacional de Colombia, en un proyecto llamado Spring NOrthern aMazon Aerosol eXperiment (Snomax). La investigación, que no se ha publicado pero arrojó unos resultados preliminares, se desarrolló en la estación experimental del Sinchi “El Trueno”, en el municipio de El Retorno (Guaviare).
“Ese lugar es bastante estratégico porque allí converge la Amazonía con la Orinoquía. Es muy interesante desde el punto de vista científico”, explica Ladino. Jaime Barrera, Subdirector Científico y Tecnológico del Sinchi, cuenta que el grupo de investigación se propuso analizar ese punto de transición de la vegetación entre las regiones y su interacción con la atmósfera. Para hacerlo, se concentraron en los aerosoles: pequeñas partículas suspendidas en el aire, provenientes tanto de fuentes naturales como el polvo y el polen, como de actividades humanas, que pueden influir en la calidad del aire. La pregunta que guió el estudio fue simple: ¿Cómo son los aerosoles en una región amazónica de Colombia?
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Así, en marzo de 2024, los investigadores empezaron a hacer las respectivas pruebas. Sabían que querían iniciar durante el primer trimestre del año, la que suele ser una temporada de sequía e incendios. Ladino había examinado la calidad del aire en Villavicencio durante esa época y encontró en la ciudad altos niveles de contaminación, específicamente de partículas PM10 y gas ozono, asociados con los incendios forestales de las llanuras venezolanas. Pero, ¿cómo llegan allí los efectos de las llamas del vecino país? El experto explica que a través de la corriente en chorro de bajo nivel del Orinoco.
Esta cadena de vientos sopla desde el Caribe, pasando por Venezuela, luego por las llanuras colombianas y termina en el noroeste de la Amazonía, es decir, en Guaviare, Caquetá, Putumayo y puede llegar, incluso, a Ecuador. La idea de Snomax era evaluar si la corriente arrastraría consigo los gases y partículas contaminantes, como PM10 o PM2.5, de los incendios hasta el área de “El Trueno”, como sucede en Villavicencio. Además, la revisión tenía que hacerse antes de abril, pues con la llegada de las lluvias, se limpiaría el ambiente.
Los investigadores utilizaron unos equipos que, de manera automática y continua, midieron las condiciones de la atmósfera: su composición química, la cantidad y el tamaño de las partículas, la tipificación de gases, entre otros aspectos. Para su sorpresa, hallaron altos niveles de contaminación. “Vemos que San José del Guaviare, que no tiene más de 60.000 habitantes, está respirando la misma calidad del aire de lugares como Bogotá o Ciudad de México, lo cual genera una alerta importante”, afirma Barrera.
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“Al principio no lo creí, pensé que el equipo estaba mal, que se había equivocado, pero teníamos otros tres que midieron algo similar. Realizamos esa comparación directa y vimos que sí era real. Desafortunadamente, los niveles de contaminación son extremadamente elevados para un lugar tan remoto”, señala Ladino. En Ciudad de México, dice el profesor, la razón de la contaminación radica en las empresas productivas y los millones de habitantes y carros que se movilizan. En cambio, en esta parte de la selva tropical, los datos indican que proviene de una fuente externa que se transporta hacia allá, como los incendios.
Sin embargo, Ladino enfatiza que este es un proyecto piloto, por lo tanto, es necesario seguir investigando para llegar a conclusiones robustas y determinar si se trata de un patrón interanual. En marzo del próximo año, los científicos volverán a “El Trueno” para hacer nuevas mediciones. Por ahora, desde julio, están monitoreando los efectos que tienen los gases de efecto invernadero.
“Esto nos va a permitir intercambiar datos y ver cómo las diferentes partes de la biomasa de la Amazonía están siendo afectadas en lo que es la fijación, por ejemplo, del dióxido de carbono (CO2)”, apunta Barrera. “Queremos entender cómo las plantas responden a esa situación, si van a hacer mejor uso del agua, si se van a adaptar o si van a desaparecer y cómo la biodiversidad va a tener un impacto producto de esas atmósferas enriquecidas con CO2 durante esa época, cuando hay todos esos incendios y quemas”.
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Por otra parte, en el sur de la Amazonía, particularmente en Brasil y Bolivia, el bosque se ha visto afectado por los incendios forestales en meses recientes. De acuerdo con Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la Unión Europea, en agosto se registraron 152.383 focos de incendios en Brasil. Además, imágenes de su satélite Sentinel-3 del pasado 9 de septiembre, mostraban una gran nube de humo sobre ese país, además de Argentina, Bolivia y Paraguay. ¿Podrían los estragos llegar hasta el noroeste de la Amazonia en Colombia?
Por medio de estudios de retrotrayectoria de las masas de aire, es decir, de aplicación de modelos para ver de donde proviene el aire, es posible determinarlo. A ojos de Ladino, puede que sí haya vientos de sur a norte que estén trayendo gases y partículas de esos incendios. “Lo que queremos es tener al menos un año entero de datos para poder entender si marzo es el único mes del año que realmente está bajo peligro o hay otra época”, dice el experto.
De lo que sí tienen certeza los investigadores es que, además de gases contaminantes, en el Guaviare también hay presencia de microplásticos que, aunque no es muy alta su concentración, es la suficiente para ser detectada, de 1.1 microplástico por metro cúbico de aire. Pese a que una gran fuente de microplásticos son los océanos (ya que los desechos plásticos arrojados al mar se descomponen en partículas más pequeñas por la acción de las corrientes, la luz solar y otros factores), los científicos no creen que en el caso de la Amazonia se deriven de allí.
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Puede ser, una vez más, que se relacionen con los incendios. “En muchos de estos lugares tan remotos, donde no hay rellenos sanitarios, se acostumbra a quemar las basuras. Ha pasado, por ejemplo, en México, que la gente tiene esa misma práctica y encontramos que altos niveles de este tipo de partículas provienen de la quema de desechos”, subraya Ladino.
Por el color del microplástico o por su forma, si es una fibra o si es un fragmento, se puede intuir de dónde viene. Sin embargo, lo que realmente lo determina es un análisis químico, que para este caso, se está llevando a cabo en un laboratorio de España. “Esperamos que pronto estén disponibles los resultados para tratar de entender un poco mejor de dónde provienen estos microplásticos”.
También a través de la recolección de muestras, el equipo de investigación busca identificar y caracterizar los microorganismos presentes en el aire de esta parte de la Amazonia. Así lo explica Lizeth Russy, cuyo trabajo de grado de la maestría en biología está enfocado en Snomax. Según cuenta, desde la Universidad Militar se encuentran investigando microorganismos cultivables para que, a medida que vayan creciendo, se puedan describir sus propiedades, como su forma o su color.
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“Hicimos un periodo de muestreo por 10 días a una altura específica, a 6 metros sobre el nivel del suelo, porque queríamos ver qué podíamos captar utilizando un equipo de succión de aire de 100 litros por minuto para que impactaran las esporas de hongos y de bacterias que estaban suspendidas en el aire”, dice.
Omar Ramírez, ingeniero ambiental y sanitario y profesor de esa universidad, agrega que el objetivo de analizar estas biopartículas es entender las interacciones entre los microorganismos y también con el ecosistema, con la formación de nubes y con enfermedades en la población expuesta. Hasta el momento, los investigadores han encontrado mayores unidades formadoras de colonia de hongos, aproximadamente 19.000, que de bacterias (4.000).
“El Amazonas es un bioma muy particular, tiene condiciones de humedad relativa, de temperatura y de radiación solar que permiten que un hongo, principalmente una seta, libere desde el suelo esporas hacia el aire: son muchísimas y son transportadas para poder reproducirse. Allí hay bastantes de estas especies reportadas y creemos que esta es la razón. Los hongos son los que les dan la vida a los árboles debajo del suelo y esto en esa región es primordial”, explica Russy.
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En el caso de las bacterias, aunque no buscan como tal reproducirse, tienen la capacidad para adaptarse a las condiciones de la selva y así permanecer suspendidas durante mucho tiempo, hasta llegar a un sustrato que le permita desarrollarse. Además, señala la bióloga, hay unas bacterias específicas, del género Bacillus, que tienen un recubrimiento en la capa externa de su membrana celular. Se trata de una proteína que facilita la formación de hielo en las nubes, lo cual contribuye a la formación de precipitación.
“Debido a la particularidad del momento del muestreo, quizá sí puede haber una relación entre la concentración de microorganismos y eventos de incendios o de quema de biomas. Entonces, ahí se podría hallar un punto en común entre la parte química y microbiológica, asociado a actividades antropogénicas. Eso también estará por verse”, plantea Ramírez.
En opinión del ingeniero, este proyecto mantuvo una mirada integral con aproximaciones desde la química, la física y la biología. “Será un reto integrarlas, pero por ahora, contamos con estos resultados”, dice. Ramírez subraya la relevancia de seguir adelantando estudios en la Amazonia, comprendiendo las particularidades de esta gran región, como la transición de ecosistemas en el Guaviare. “Es muy complejo lo que se está estudiando, pero supremamente importante”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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