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La lucha de una familia nukak por restaurar la Amazonia

Aunque la deforestación de la Amazonia colombiana sigue avanzando, una familia indígena nukak ha logrado restaurar el bioma amazónico, a pesar de estar acorralados por la ganadería, los cultivos ilícitos, la tala ilegal y los actores armados.

Alexandra McNichols-Torroledo y Christina Noriega

20 de diciembre de 2025 - 06:00 a. m.
Num Bu Jedeku en los bosques que ha restaurado con el programa de Parques Nacionales de Colombia de restauración ecológica.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

Nun Bu Jedeku, mayor indígena de los nukaks —uno de los pueblos originarios más antiguos de la Amazonia y de Colombia—, soñó por treinta y seis años volver a vivir en los bosques de Guaviare, como lo hicieron sus ancestros por más de 3.000 años, antes de que los colonos los sacaran de sus selvas, donde vivieron aislados hasta 1988.

Hoy, Jedeku, con más de cincuenta años, ha cumplido casi todo su sueño. Por su iniciativa, logró reocupar las tierras de WimPena Cha’ana, donde creció con sus abuelos Meu Muno, la gente cabeza del territorio —en lengua nukak-nauyí—, y, en menos de dos años, restauró ecológicamente más de quince hectáreas de bosques deforestados para cultivos ilícitos de coca y para potreros de ganado en el Resguardo y la Reserva Nukak.

Retrato de la mayoría de los miembros de WimPena- que en un acto voluntario y autónomo reocuparon el Resguardo Nukak-Makú. De derecha a izquierda, Oscar, Jedeku, Andrés, Mario, Shakira con Charly, Mauricio, Alvarucho, Linda, Palma, Jennifer, Neumpedia y Yarleimy en los bosques sagrados de los abuelos, Guaviare.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

Zonas de WimPena Cha’ana que antes se veían yertas ahora están llenas de vida, reverdecidas. “El nukak no tala, el nukak cuida del bosque” dice Jedeku.

Jedeku, aprendió a resistir con su madre, quien recorrió las rutas antiguas de la selva queriendo salvar las vidas de sus hijos de las enfermedades y del hombre blanco que los estaba cazando. Sin saberlo, ella llegó a Calamar, a enfrentar el contacto inicial con el hombre blanco.

Su papá y su abuelo le enseñaron a ser un guardián del bosque y a ser payé o chamán, por eso le pusieron Nun Bu Jedeku: el que vive en el mundo de abajo, donde habitan los espíritus, o takueyí: el que puede fertilizar la tierra.

A finales del 2022, Jedeku volvió a la maloca de sus abuelos en Cha’ana con su familia, conformada por quince adultos, jóvenes y niños, y construyó su asentamiento, al que llamó WimPena Cha’ana.

Alvarucho está elaborando una maleta, como ellos le llaman, con las hojas de la palma del seje. Esta es una práctica ancestral que aprenden desde la infancia.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

Fueron acompañados rn su proceso de reocupación voluntaria y autónoma al resguardo Nukak- Makú por la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), que en ha acompañado a otros seis asentamientos a reocupar el resguardo.

WimPena Cha’ana está ubicado tanto en el Resguardo como en la zona de amortiguamiento de la Reserva Natural Nukak, por eso, desde 2023, Cha’ana y otros asentamientos han recibido apoyo de Parques Nacionales de Colombia para restaurar ecológicamente sus tierras en el resguardo.

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Parques Nacionales está liderando el plan de restauración elaborado por el Instituto de Estudios Amazónicos Sinchi, que contempla la participación de los saberes ancestrales y el empoderamiento de la gobernanza nukak.

“Hoy, ¡el ritmo de restauración de WimPena Cha’ana es ejemplar!”, indicó Héctor Mondragón, asesor del Ministerio de Agricultura, quien ha trabajado desde hace décadas con los nukaks. “Restaurar es vital para el bioma amazónico, para Guaviare y sobre todo para la vereda de Gualandayes Bajo, donde queda WimPena Cha’ana, ya que sus bosques fueron deforestados en un 60%”,

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Deforestación en el Resguardo

Con la restauración, los nukaks están devolviéndole el ciclo de vida a los bosques. Esta noticia es muy alentadora, ya que el resguardo es uno de los más deforestados del país, con 47.314 hectáreas de bosques talados (FCDS, 2025) y Guaviare ocupa el segundo lugar en deforestación en Colombia.

Hay cerca de 50,000 hectáreas deforestadas en el resguardo Nukak Makú, el 60% de los bosques de la vereda Gulayandes Bajo donde queda WimPena Cha'ana fueron deforestados.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

En 2016, después de la firma del acuerdo de Paz en La Habana entre las FARC y el Gobierno colombiano, la deforestación se disparó en el resguardo. Los cultivos ilícitos de coca aumentaron, la ganadería creció de forma exponencial, surgieron otros monocultivos y se abrieron nuevos ramales de la trocha ganadera en la selva para comercializar estos negocios.

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En 2023, el resguardo ocupó el sexto lugar entre los territorios indígenas protegidos con más cultivos de coca en el país, como reportaron las Naciones Unidas. A esto se sumó el incremento del 90 % del hato bovino en Guaviare, que se extendió al resguardo, acaparando tierras en las veredas de Gualandayes Bajo y Caño Makú.

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“Guaviare está en una transición de la economía cocalera a la ganadera, que promueven la deforestación para el establecimiento de la ganadería, con un complejo entramado entre actores privados, institucionales e ilegales que promueven la ganadería”, reveló el estudio “La ganadería como el motor de la deforestación”, de la FCDS.

El paro armado, en junio, evidenció el poder que ejercen las disidencias de las FARC de alias Iván Mordisco y las de alias Calarcá, quienes paralizaron al departamento y se enfrentaron por el control territorial.

Cuando Jedeku llegó con su familia a Gualandayes Bajo, en diciembre de 2022, ya había “8565 cabezas de ganado, según el censo del ICA, y se habían deforestado 1.484 hectáreas de tierra, datos de IDEAM”, indica el estudio de FCDS.

Num Bu Jedeku (centro), su hijo Andrés (izquierda) y su sobrino Alvarucho (derecha) con cerbatanas, dardos o puyas y flechas en áreas deforestadas para pastizales o sembradíos de hoja de coca en WimPena Cha'anna.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

Para llegar a WimPena Cha’ana hay que ir por la trocha ganadera hasta que la carretera se acaba, atravesando varios hatos. Jedeku contó que pidió permiso a quienes dicen ser los dueños de las tierras para hacer el asentamiento y se lo dieron. Sonríe y dice: “Desde hace dos años hemos estado restaurando los bosques sagrados de mis abuelos”, exhala y agrega: “¡Qué tristeza: hay mucha selva tumbada en el resguardo!”.

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En 1997, el Gobierno amplió el resguardo con las mismas tierras que le titularon a los campesinos. Este problema se sumó al existente conflicto de propiedad del territorio que había entre colonos y nukaks, antes de que el resguardo fuera adjudicado, en 1993.

Jairo Vera, presidente de la Junta de Acción Comunal de Boquerón, explicó que “la actual intervención de los colonos en el resguardo tiene mucho que ver con la ausencia del Gobierno para hacer el debido control de las titulaciones de tierra que llevan a la deforestación. El pequeño campesino vende su propiedad al terrateniente que acapara las tierras del resguardo”.

Ahora, en WimPena Cha’ana, además de estar acorralados por la ganadería, hay tala ilegal de árboles, lo que tiene a la comunidad muy preocupada y le exige al Gobierno tomar acciones legales para defender su asentamiento. A la entrada y dentro del asentamiento se ven las pilas de cuyubí explotadas. Este árbol, además de ser fuente de alimento y medicina tradicional para los nukaks, controla la erosión de los suelos. En el mercado esta madera es costosa porque puede durar más de cien años, se usa para construcciones pesadas en columnas y pisos.

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Kimpe, mayora Nukak de WimPena Cha'ana, le está enseñado a los niños en el boisque restaurado cómo recoger cariaño, usado para para mezclar con achote y para otros usos ancestrales
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

Los nukaks están preservando los bosques llamados antrópicos, que han transformado y fertilizado con sus antepasados históricamente. Conocen 43 variedades de abeja, 120 especies de árboles, bejucos y palmas, de los cuales cultivan 23, que usan para alimento, materias primas y trampas para cazar animales.

La restauración ecológica implementada en WimPena Cha’ana es biocultural, pues no solo revitalizó el ecosistema y lo acercó a su estado original, sino que implicó empoderar las prácticas culturales y gobernanza de los nukaks.

Jenny Pauline Cueto Gómez, directora territorial de la Amazonia en Parques Nacionales, quien encabeza la restauración, explicó que en Cha’ana “se logró fortalecer los procesos de transmisión de conocimiento tradicional asociados al uso y manejo del territorio. Se impartió inducción técnica de siembra de plántulas y elaboración de bioabonos, y se proporcionó la logística para ejecutar el proyecto”.

Los resultados han sido tan exitosos que Parques extenderá el programa de restauración a 500 hectáreas más en el resguardo nukak con el nombre de Conservación Participativa de Ecosistemas Estratégicos del Bioma Amazónico.

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Parques contrató a la Corporación Colombia Verde para los talleres y empleó al líder Andrés Njibe de Cha’ana para monitorear la restauración y como traductor de la lengua nukak al español, creando una oportunidad laboral y de ingresos para la comunidad.

Jedeku y su sobrino Alvarucho identificaron y seleccionaron 20 especies, entre ellas batata, guapuchona, guamito y árboles como el cuyubí. Los adultos y niños fueron a la selva a sacar de raíz las especies que plantaron en los rastrojos, donde los cultivos ilícitos habían sido abandonados por un programa de sustitución de tierras. En los potreros, los huertos antiguos y alrededor de la maloca plantaron batata, yuca, plátano, piña, maíz, chontaduro, copoazú y caña.

“Las especies que sembramos ayudan a que la selva vuelva a nacer y que regresen a los bosques los animales grandes como la danta, el mico, el tigre y los pequeños como los gusanos y las abejas, entre otros”, explicó Andrés Nijbe

Por su parte, Brigitte Baptiste, experta de biodiversidad en Colombia y rectora de la EAN, subrayó que “los nukaks han creado una cultura simbólica, compleja y sofisticada a partir de la selva. Nosotros debemos aprender cómo ellos usan los recursos de la Amazonia”.

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La cultura de los bosques

En WimPena-Cha’ana, con la restauración han vuelto a sus prácticas tradicionales. Las mayoras Numpeida y KimPe en sus recorridos enseñan a los pequeños los saberes ancestrales del bosque.

Todos van a recoger seje: los hombres trepan a la palma para bajar el fruto y las mujeres y niñas lo recogen. Hombres y mujeres cortan las hojas de la palma y elaboran los canastos para transportar los frutos, con los que preparan un jugo lechoso, rico en omegas y proteínas que puede reemplazar la leche materna. Del seje también comen mojojoys: larvas de escarabajo que se sacan de la palma, después de que le han hecho incisiones, para que el insecto se reproduzca en cuatro meses.

Andrea, Kathy, Jennifer, Shakira y Charly la bebé recogen los frutos ovalados y negros del seje o pataba, una de las principales fuentes de alimento de la dieta Nukak.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

Con la fibra de palma de seje, el algodoncillo de ceiba, la cabuya de palma cumare y el bejuco de curare, Andrés y Alvarucho preparan los dardos y el veneno, mientras Óscar pesca, y Jedeku enseña a los niños y jóvenes a usar la cerbatana. También “cazan abejas”, como dice Jedeku, quemando el panal, logran espantar a las abejas y lo bajan para alimentarse con la miel.

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Las mujeres y niñas, quienes han recogido el achiote de los huertos, se pintan la cara unas a otras, ya que es su forma de comunicar al cosmos y a los takueyí que son la verdadera gente nukak: la cultura de los bosques.

“El contenido de la pintura nukak hace parte de una tradición milenaria que se ve en muchas de las pinturas de Chibiriquete. Hay una altísima posibilidad que en Chibiriquete haya todavía grupos no contactados de afiliación lingüística nukak”, explica Carlos Castaño Uribe, antropólogo y experto en el tema.

Violencia en el resguardo

Antes de llegar a Cha’ana, Jedeku y su familia, como el resto de los nukaks, padecieron la violencia de los actores armados. En 2002, cuando llegaron los paramilitares a asesinar a los campesinos y amedrentar a los nukaks, Jedeku y su familia estaban en Puerto Ahuyama. De allí, huyeron por los horrores de las masacres al cerro Cocuy, al otro lado del río Inírida, en donde vivieron los bombardeos del Ejército contra la guerrilla de las FARC, que reclutaba a niños nukaks para sus filas. Luego estuvieron en Caño Makú, en donde los paramilitares violaron a las mujeres nukaks y golpearon a los hombres para que guardaran silencio. “Fueron años muy difíciles”, evoca acongojada Numpeida, esposa de Jedeku. Paralelo a esto, sufrieron enfermedades debido a las aspersiones aéreas con glifosato sobre los cultivos de coca, sobre todo de la piel.

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Los nukaks han sido explotados como fuerza laboral desde el contacto inicial por los colonos. Jedeku cuenta que ser raspachín fue el primer trabajo que el hombre blanco le enseñó al nukak. “Al principio ni pagaban y cuando lo hacían, el nukak ponía los billetes en los árboles como decoración. No conocíamos el valor del dinero”.

El contenido de la pintura ritual nukak hace parte de una tradición milenaria que se ve en muchas de las pinturas de Chibiriquete.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

Hoy, los cultivadores de coca pagan con pasta base a los jóvenes nukaks, tornándolos en adictos, y llevando a las niñas a la explotación sexual. Jedeku siente que en WimPena Cha’ana está protegiendo a su familia de esta destrucción del pueblo nukak.

La maloca de los abuelos

A raíz de la desmovilización de las FARC, organizaciones indígenas, instituciones estatales y ONGS pudieron entrar a trabajar con el pueblo nukak. En 2017, Akubadaura, grupo de mujeres juristas indígenas, ayudó a crear el consejo de autoridades tradicionales Mauro Muno —los verdaderos hombres en lengua— con representantes y mayores de los 24 asentamientos nukak.

Después de muchos sufrimientos por la violencia que padecieron en el resguardo, Jedeku y su familia retornaron a la maloca de los abuelos, donde él creció con sus padres, WimPena-Cha’ana, Guaviare.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

“En las asambleas de Mauro Muno, los nukaks empezaron a hablar del retorno voluntario al resguardo. Hicimos recorridos por rutas ancestrales y mapas con la gente de Charras, Caño Cumare, Caño Makú y Puerto Flores. En algunos sitios, incluso encontramos minas antipersonas”, indicó la jurista Marcela Tobón Yagarí.

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Jedeku no quería vivir ni en Puerto Flores ni en Caño Makú, porque no tenían bosque y la falta de recursos estaba generando altercados entre los nukaks. Por eso, antes de la emergencia sanitaria del covid, visitó con Kelly Peña, quien trabajaba para Parques, el área sagrada de la laguna Piquiña, donde había nacido, pero descubrieron que había microfundios de coca y el área estaba muy deforestada. Al final, se fueron a la maloca de los abuelos en Cha’ana.

Bioeconomías y ganadería sostenible

Hay muchos proyectos institucionales con WimPena- Cha’ana, Chipa Imbe, Kande Jereniná y Pepe Pe’na para fortalecer sus capacidades productivas en 2026. En busca de bioeconomías que impulsen la comercialización de prácticas culturales como la meliponicultura —producción de miel por abejas sin aguijón—, los productos de la palma de seje y sus artesanías, con el fin de crear ingresos que eliminen la dependencia laboral colona.

Oscar, hijo de Jedeku, está pescando con arco y flecha, como lo hacían sus abuelos, los meu nuno o la gente cabeza del territorio -en lengua Nukak-Nauyi.
Foto: Alexandra McNichosl-Torroledo

El proyecto está siendo coordinado por el Ministerio de Agricultura y operado por la Organización de los Pueblos Indígenas Amazónicos. Las actividades productivas y de comercialización serán organizadas por Parques, Unidad de Víctimas y el Ministerio de Ambiente.

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En septiembre, fue aprobado en el Senado el Proyecto de Ley 261 de 2024 para ganadería sostenible y libre de forestación, el cual busca implementar la trazabilidad de los productos de la ganadería como la carne que se distribuye a Bogotá y otras ciudades, para saber si proviene de áreas deforestadas o no. Esta medida protegerá la selva amazónica y las comunidades que la habitan, como WimPena Cha’ana, y fortalecerá la ganadería sostenible. Se está a la espera de que el Congreso apruebe esta ley.

Al despedirse, Jedeku pide: “Antes de morirme, quiero completar mi sueño: que mis hijos y nietos tengan educación, salud, economía y que el Gobierno nos proteja. Sin bosques no hay vida, por eso los hemos estado restaurando y seguiremos haciéndolo”.

* Este artículo fue producido por Alexandra McNichols-Torroledo y Christina Noriega en colaboración con el Centro Pulitzer.

Por Alexandra McNichols-Torroledo y Christina Noriega

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