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Hemos contado muchas veces en estas páginas la creciente preocupación por el futuro de los bosques amazónicos. Los científicos están cada vez más inquietos porque podríamos estar acercándonos a lo que llaman una “transición crítica”: una pérdida irreversible de bosques a gran escala provocada por la deforestación, el aumento del calor y las sequías más intensas, factores que están alterando el clima local. Sin embargo, aún estamos comprendiendo a fondo cómo estos cambios están afectando el ciclo hidrológico amazónico — en otras palabras, el sistema natural que regula la evaporación, las lluvias y el flujo de los ríos—, en parte porque los datos meteorológicos en la región siguen siendo escasos y están muy fragmentados.
Aunque ya se sabe que el clima de la región está en transformación, los datos recopilados muestran que esos cambios no son iguales en toda la selva: mientras en el sur parece haber una tendencia hacia la sequía, en otras zonas hay señales de más humedad, con lluvias más intensas en ciertas épocas del año y temporadas secas cada vez más marcadas. El gran problema para entender mejor lo que está pasando es la falta de datos confiables. En muchas partes de la cuenca amazónica no hay suficientes estaciones meteorológicas, y las pocas que existen están mal distribuidas, operan de forma intermitente o han cambiado sus métodos de medición con el tiempo. Eso hace muy difícil tener una visión completa del clima en la región.
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Una nueva investigación publicada este martes en Nature ayuda a dar algunas luces sobre eso. El grupo de científicos recurrió a una herramienta muy interesante: los anillos de crecimiento de los árboles. En zonas boscosas, especialmente en regiones templadas, los anillos de los árboles son una herramienta valiosa para reconstruir el clima del pasado. Cada anillo representa un año de crecimiento y, dependiendo de su grosor, se puede saber si ese año fue más seco, húmedo, frío o cálido. Pero en los trópicos, como en la Amazonía, la cosa es más complicada: no todos los árboles forman anillos visibles año tras año, y los que lo hacen a veces no responden a los cambios climáticos. Esto hace que estudiar el clima la selva tropical sea todavía aún más difícil.
Los investigadores recurrieron entonces a una técnica diferente: analizar los isótopos de oxígeno que quedan atrapados en la celulosa de los anillos de los árboles analizados. Esta información no se ve a simple vista, pero se puede detectar en laboratorio. Esos isótopos funcionan como una especie de “firma” de la lluvia que cayó en el año en que se formó el anillo. En particular, reflejan cómo la humedad se movió por la atmósfera y qué tanto llovió, un fenómeno que los científicos conocen como destilación de Rayleigh. Cuanta más lluvia hay, más se alteran esos isótopos. El estudio usó dos tipos de árboles amazónicos que crecen en condiciones muy distintas: unos que viven en tierra firme (como la Cedrela odorata) y otros que crecen en las zonas de inundación (como la Macrolobium acaciifolium).
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¿Por qué importa eso? Porque cada uno crece en una temporada diferente del año: los árboles de tierra firme crecen en la época de lluvias, mientras que los de llanura aluvial solo pueden crecer cuando las aguas bajan, es decir, en la estación seca. Esto les permite a los investigadores distinguir entre las condiciones climáticas de cada estación, y construir una imagen más completa de cómo ha cambiado el ciclo de lluvias a lo largo del tiempo. Gracias a esta comparación, el estudio logró reconstruir la evolución del clima amazónico entre 1980 y 2010, revelando que las lluvias están aumentando en la temporada húmeda y disminuyendo en la seca. Es decir, el ciclo hidrológico se está volviendo más extremo y estacional, lo que podría tener efectos importantes sobre los bosques, los ríos y las comunidades que dependen de ellos.
El clima de la Amazonía está cambiando
Los investigadores encontraron que los cambios en los isótopos de oxígeno de los anillos están relacionados con la cantidad de lluvia, pero solo durante la época del año en la que cada especie crece. En los árboles de zonas inundables, el vínculo con la lluvia fue más fuerte entre agosto y noviembre, justo cuando cesan las inundaciones y estos árboles pueden crecer. En los árboles de tierra firme, la señal se alinea con las lluvias de enero a mayo, su principal periodo de crecimiento. Este desfase entre ambas especies no solo confirma que cada una responde a un momento diferente del ciclo del agua, sino que también ofrece la posibilidad de reconstruir cómo han variado las lluvias en la estación seca y en la estación húmeda de forma separada.
Para hacer este análisis, midieron un componente llamado δ¹⁸O, un tipo de isótopo de oxígeno que queda registrado en la madera y que varía según la cantidad de lluvia que cae.
El estudio mostró que, en ambos casos, mientras más lluvia cae durante el periodo de crecimiento del árbol, más bajo es el valor de δ¹⁸O. Y al contrario, cuando hay menos lluvia, el δ¹⁸O en los anillos es más alto. En los árboles de zonas inundables, esta relación se observa principalmente entre agosto y noviembre, justo cuando dejan de estar bajo el agua y pueden crecer. En los árboles de tierra firme, la señal aparece entre enero y mayo, que es su principal época de crecimiento. Esto indica que cada especie registra, en su madera, las condiciones de lluvia específicas de su temporada activa.
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Desde mediados de los años 70, los registros de estos dos tipos de árboles comenzaron a mostrar tendencias opuestas. En los árboles de zonas inundables (que reflejan la estación seca), los valores de δ¹⁸O han aumentado, lo que indica que ha llovido menos durante la estación seca. En cambio, en los árboles de tierra firme (que reflejan la estación húmeda), el δ¹⁸O ha disminuido, señal de que las lluvias en esa época han aumentado. Es decir, mientras la estación seca se ha vuelto más seca, la estación húmeda ha tenido más lluvias. Para estimar cuánto han cambiado las lluvias, los investigadores usaron un modelo basado en un proceso llamado destilación de Rayleigh, que explica cómo cambia la composición del vapor de agua a medida que va lloviendo en su trayecto por la atmósfera.
Según ese modelo, entre 1980 y 2010, la lluvia en la estación seca de la Amazonía habría disminuido entre un 5,8% y 13,5%, y en la estación húmeda habría aumentado entre un 15,5% y 22%. El coautor, Dr. Bruno Cintra, quien llevó a cabo la investigación durante su estancia en la Universidad de Leeds, afirmó, citado por esa institución en un artículo informativo: “La Amazonia es un componente clave del sistema climático de la Tierra. Comprender cómo está cambiando su ciclo hidrológico es esencial para predecir escenarios climáticos futuros y desarrollar estrategias de conservación eficaces. La próxima COP30 en Belém, Brasil, representa una oportunidad crucial para que los líderes mundiales tomen medidas decisivas”.
Ahora bien, estas estimaciones pueden variar un poco dependiendo de otros factores. Por ejemplo, si ha cambiado la cantidad de vapor de agua que llega desde el océano Atlántico, o si ha aumentado o disminuido la evapotranspiración (la humedad que devuelven los árboles al ambiente). Los investigadores evaluaron varios escenarios posibles y encontraron que, aunque estos factores pueden influir, las tendencias principales se mantienen: más lluvias en la temporada húmeda y menos en la seca.
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Roel Brienen, de la Escuela de Geografía de la U. de Leeds y coautor del estudio, añadió: “Nuestra investigación demuestra que el ciclo hidrológico de la Amazonia se está volviendo más extremo. El aumento de las precipitaciones en la estación húmeda puede provocar inundaciones más frecuentes y graves, mientras que la reducción de las precipitaciones en la estación seca agrava las condiciones de sequía, lo que afecta la salud de los bosques y la biodiversidad”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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