Seguramente desde la semana pasada ha visto fotografías de lagos secos en una zona de la Amazonia brasileña. Según registró el Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá, más de 120 delfines rosados y grises (Inia geoffrensis y Sotalia fluviatilis, respectivamente) del lago Tefé (estado de Amazonas) han muerto en medio de una sequía de condiciones que no se veían desde 2010. El día más crítico fue el 28 de septiembre, cuando se encontraron 70 delfines muertos.
La sequía ha afectado el transporte fluvial en la zona y el abastecimiento de alimentos, agua y combustible de unas 500.000 personas de casi la totalidad de municipios del estado de Amazonas; además, hay comunidades que consumen el agua directamente del Tefé. Hasta el momento el gobierno de Brasil ha destinado US$27 millones para adelantar obras de dragado.
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La mayoría de especulaciones y noticias han apuntado a que la temporada seca actual en la Amazonia es la causa de la muerte de los delfines. Sin embargo, los científicos son enfáticos en que todavía no hay claridad sobre las causas y no descartan que se trate de alguna enfermedad o infección en los animales o algún contaminante en el agua que no hayan medido.
Para situarnos un poco, el lago Tefé es parte de la cuenca del río Japura, que en Colombia conocemos como río Caquetá. Es una zona lagunar que, al tener menos corriente que el afluente principal, permite a ciertas especies tener a sus crías y posteriormente migrar. Algo similar a lo que sucede en los manglares en el mar.
Tefé se encuentra a unos 8 kilómetros de la cuenca principal de esta región, el río Amazonas. Ayan Fleischmann, líder del Grupo de Investigación en Geociencias y Dinámica Ambiental en la Amazonia del Instituto Mamirauá y PhD en ingeniería de recursos hídricos por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (Brasil), cuenta en entrevista para El Espectador que el 28 de septiembre se registró una temperatura en el agua de 39,1° C, un número que nunca se había reportado en la zona, en donde el promedio para esta época del año es de 31 a 32° C. En otras palabras, es como si se tratara de “un tubo caliente, es insoportable”, dice Fleischmann desde la sede de Tefé del Instituto Mamirauá.
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Como por ahora no hay certeza de las causas, reubicar los delfines no es una opción. El equipo del Instituto Mamirauá sigue a la espera de los resultados de análisis de muestras enviadas a laboratorios en São Paulo y Río de Janeiro, para determinar si la causa fue la temperatura del agua, los bajos niveles del agua, una enfermedad, contaminación o alguna otra.
Según un comunicado de WWF, ONG que ha apoyado el trabajo del Mamirauá en medio de esta coyuntura, una de las hipótesis apunta a que el calor y la escasez de lluvia pudo causar que el agua de algunos ríos amazónicos llegara a estas temperaturas. Mariana Frías, analista sénior de conservación en WWF Brasil y coordinadora de la Iniciativa Delfines de Río de Suramérica (SARDI, por su sigla en inglés), agrega que “estamos en el primer mes de sequía, y los dos meses que vienen son más críticos aún, porque la temperatura puede incrementar, el nivel de agua se puede bajar más, entonces realmente es un evento crítico que necesita un poco de claridad para tomar decisiones más asertivas”.
Además, explica Fleischmann, para los científicos también es clave comprender por qué la muerte de los delfines está ocurriendo en el lago Tefé, cuando “la mayor parte del Amazonas está seco”. Hasta ahora consideran dos posibilidades. Una está relacionada con que la parte superior del Tefé es poco profunda, de modo que para los delfines es difícil nadar a través de ella, aunque hay un canal que tiene dos metros de profundidad, por el que podrían pasar. Pero, cuenta Fleischmann, en el caso del 28 de septiembre, “vimos a los animales agonizando, completamente perdidos y sin capacidad de tomar decisiones, no pudieron huir de este ‘jacuzzi’, a donde hubiera una temperatura más fría”.
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La otra posibilidad que consideran es el hecho de que el lago es circundante a una zona urbana de 75.000 habitantes, por lo que “podría haber contaminantes en el agua debido al movimiento humano”.
Por ahora, mientras llegan los resultados, el equipo de seguimiento está monitoreando los delfines y adelantando las necropsias de los individuos que han muerto.
Especies sombrilla y amenazas
La situación es crítica porque, similar a los jaguares, los delfines son “especies sombrilla” en los ríos de la Amazonia y la Orinoquía, en donde hay cuatro de los ocho delfines del mundo. Las “especies sombrilla” están en la cima del ecosistema, es decir, ayudan a regular la propagación de otras especies y son indicadores de la salud del ambiente.
Federico Mosquera-Guerra, PhD en ciencias biológicas por la Universidad Nacional e investigador de la Universidad Javeriana y la Fundación Omacha, dice que son predadores que controlan a los peces piscívoros, es decir, los que se alimentan de otros peces -como las pirañas-, que incluso pueden llegar a afectar las pesquerías: si aumentan las pirañas disminuyen, por ejemplo, los bagres y las cachamas.
Los delfines evidencian, añade Frías, que el ecosistema donde habitan esté en balance. “Una vez que aparecen ciertos problemas, ellos son centinelas que van a decirnos que este ambiente ya no es saludable”. Según la investigadora, con base en la última estimación de población realizada en Tefé, la pérdida de los 120 individuos representa entre el 5 y 10 % de delfines en la zona.
En la lista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), los delfines rosados y grises aparecen como especie amenazada en peligro de extinción. Son especies con promedio de edad de 40 años, alcanzan su madurez sexual a los 10 años y tienen 30 años para reproducirse. Una hembra puede tener de 5 a 7 crías, por lo que, señala Mosquera-Guerra, perder 100 individuos implica un golpe fuerte para la población.
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Pese a que no se sabe cuál es la causa principal de lo que está pasando, Mosquera-Guerra explica que la situación está relacionada con la alteración al ciclo hidrológico de la Amazonia: “es algo extremadamente complejo y frágil, porque es un delgado equilibrio entre la evapotranspiración de la selva y también el océano Atlántico”. El problema con ese equilibrio es que actividades como la deforestación disminuyen la evapotranspiración, que se condensa y se vuelve agua, es decir, bajan las precipitaciones.
Pero además de que son una especie sombrilla, Frías agrega algo que se relaciona directamente con los humanos: si un ambiente no es saludable para los delfines, tampoco lo va a ser para nosotros, “porque ellos comen peces, nosotros también comemos peces. Ellos viven en el agua y nosotros dependemos del agua. Entonces, hay una conexión muy clara entre lo que está pasando con los delfines y las personas, porque representan toda la dinámica del río”.
Otro elemento que para Mosquera-Guerra es necesario tener en cuenta es lo que ocurre en la cuenca del Caquetá-Japura. Aparte de la deforestación en la parte alta, “en la media y baja hay un tema serio de minería ilegal de oro, de uso de mercurio para amalgamiento del oro. Si tú le sumas a un bajo nivel hídrico una alta carga contaminante producto del mercurio, se puede generar algún grado de envenenamiento”. En un reciente estudio realizado por científicos de la Fundación Omacha, se encontraron niveles de mercurio en delfines de río de la Amazonia y la Orinoquía de 2.74 μg por kilogramo, es decir, poco más de cinco veces por encima de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
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Y es que el cambio climático, dice Frías, “afecta de una manera que no se puede controlar. Estos eventos críticos pueden pasar un año, pero en el año siguiente no pasan otra vez, porque depende de la dinámica climática, entonces preverlos queda cada vez más complejo”.
Tanto Frías como Mosquera-Guerra insisten en que la situación muestra que es inminente una acción regional, y no fronteriza, sobre las cuencas de la Amazonia, así como adelantar planes para atender las emergencias en lo que respecta a la fauna y evitar el incremento de presiones sobre la Amazonia, como las proyecciones de hidroeléctricas. Según la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada, hasta 2020 había 184 planificadas en toda la Amazonia y la mayoría de los proyectos ya activos se encontraban en Brasil (el 52 %). Si esto sigue aumentando, dice Mosquera-Guerra, “se agudizará más la situación porque las hidroeléctricas van a controlar el flujo de agua artificialmente”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.