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Un llamado urgente para investigar más a las ranas de la Amazonia

Aunque Colombia es uno de los países con mayor riqueza de especies de anfibios, hay enormes vacíos de conocimiento sobre los sapos y las ranas que viven en la Amazonia. ¿Por qué es vital conocerlas mejor?

Catalina Sanabria Devia

12 de septiembre de 2024 - 01:30 p. m.
Rana tóxica del género Ameerega. Leticia (carretera Leticia - Tarapacá, departamento de Amazonas).
Foto: Nicolás Urbina

La Amazonia es el hogar de la mayor variedad de ranas y de sapos del mundo, pero no se sabe con exactitud cuántas especies existen en la región. En algunas zonas, de hecho, los científicos, aún descubren nuevas especies. Hace un año, por ejemplo, investigadores del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad de Richmond hallaron tres nuevas especies de la familia Microhylidae.

Sus nombres científicos son Synapturanus artifex, Synapturanus sacratus y Synapturaus latebrosus y, de acuerdo con el Sinchi, tienen algunas particularidades que han impedido que se les conozca en profundidad. Sus huevos, por mencionar una, suelen ser puestos en pequeños agujeros en el suelo. Además, viven bajo las hojas secas y las raíces de los árboles del bosque amazónico.

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“Son animales pequeños y habitan ecosistemas generalmente de difícil acceso”, reseña una investigación que fue publicada hace poco en la revista Austral Ecology y que ayuda a comprender mejor el conocimiento actual sobre los anuros —como llaman a las ranas y sapos— en la Amazonia.

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Claudia Camacho Rozo y Nicolás Urbina Cardona, investigadores de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana, son los autores del estudio. Para llevarlo a cabo partieron de un hecho claro: si bien en Colombia se ha analizado la literatura científica publicada sobre, por ejemplo, aves, tortugas y anfibios de páramo, hay deficiencias en el conocimiento respecto a los anuros de la Amazonia colombiana.

Una de las primeras cosas que hicieron para hacer esta revisión, fue construir una base de datos de 161 estudios sobre este grupo de anfibios y que han sido publicados en los últimos 76 años.

Sapito de hojarasca (Familia Bufonidae). Caquetá.
Foto: Nicolás Urbina

“Encontramos 296 especies de anuros reportadas en los documentos publicados. Los departamentos de Amazonas, Caquetá y Putumayo tuvieron el mayor número de estudios, mientras que hay grandes vacíos de conocimiento en Meta, Vichada, Nariño y Cauca”, señala el artículo.

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Durante su investigación, dieron con varios déficits de la literatura científica que, según Camacho, bióloga, se relacionan entre ellos. Entre ellos menciona la falta de presupuesto y de capacidad humana para trabajar en un territorio tan amplio como la Amazonia. A sus ojos hay algunas cuestiones que es fundamental atender con urgencia.

Lo primero que es importante es conocer qué especies están allí y solventar el déficit Linneano, es decir, identificar y clasificar a las especies, dice. “Luego se debe investigar dónde se distribuyen, cuáles son sus hábitats y cuántas están allí. Así abordaríamos los déficits Wallaceno y Prestoniano”, agrega. Finalmente, hay que resolver lo que llama el “déficit Raunkiærano”, que se refiere a comprender los rasgos funcionales de estos animales.

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Un buen caso que muestra la trascendencia de estudiar mejor a estos animales son los renacuajos, que habitan en lagunas, pozas, ríos, quebradas o plantas que almacenan agua como las bromelias. Allí controlan el crecimiento de algas o son alimento para otros organismos como avispas, arañas, serpientes, tortugas y peces. También, al mover su cola, remueven los sedimentos, permitiendo que lleguen a la superficie y sirvan de alimento a algunos insectos que no se pueden meter al agua, como las libélulas o las mariposas.

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“En Panamá y en Costa Rica, donde ha habido extinciones de anfibios, esos sedimentos se quedan abajo y otras especies mueren de hambre”, dice Urbina.

Rana arborícola (Familia Hylidae). Caquetá.
Foto: Nicolás Urbina

Sin embargo, pese a ese papel clave en los ecosistemas, los autores del estudio detectaron que hay muy pocas investigaciones sobre los renacuajos. “La mayoría de los estudios de anuros de la Amazonía colombiana se han concentrado predominantemente en la etapa de vida adulta. Este enfoque tiende a pasar por alto la importancia ecológica de los renacuajos”, apuntan los autores en el artículo.

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Pero el papel de los anuros, por supuesto, no termina allí. Al salir a la tierra, por ejemplo, la orina de las ranas y sapos, alta en nitratos, opera como un fertilizante del suelo. También ayudan a controlar poblaciones de insectos que pueden transmitir virus a los humanos (como el Aedes aegypti, portador del virus del dengue) o que pueden poner en aprietos a un cultivo.

Investigar para conservar

Hay otro motivo por el que Urbina y Camacho creen que hay que sumar esfuerzos para llenar esos vacíos de conocimiento sobre los anuros amazónicos: entre mejor los conozcamos, se pueden enfocar mejor las acciones para conservarlos. Como señala Urbina, para definir si una especie se encuentra en riesgo de extinción, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza se basa en su distribución geográfica y en sus datos de abundancias.

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“En la Amazonía, la mayoría de especies de anuros tienen distribuciones muy grandes y su evaluación se hace con base en eso”, dice el ecólogo, y por eso puede que no se contemple que están en riesgo. “Sin embargo, no tenemos información sobre sus poblaciones. Sabemos que hay muchas amenazas, pero no tenemos los datos para comprobarlo”.

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Hoy los anuros son uno de los grupos más amenazados del planeta. El 93% de las presiones a estos anfibios tienen que ver con las transformaciones del territorio. En el caso de la Amazonia, una de las principales es la pérdida de selva húmeda tropical a causa de la deforestación.

Rana arborícola (Familia Hylidae). Caquetá.
Foto: Nicolás Urbina

“Los impactos más negativos los estamos viendo en zonas puntuales a donde las investigaciones de campo no han llegado”, asegura Camacho. Y es que las expediciones suelen realizarse cerca a los centros poblados, pero no en lugares remotos de la Amazonia, que por lo general concentran actores y actividades ilícitas.

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Según la investigadora, los anuros no se movilizan de igual manera que otras especies (como las aves) y, debido a su piel desnuda (carente de pelos, escamas o plumas), son más sensibles a la degradación y a la pérdida de su hábitat.

¿Qué hacer, entonces? Para los autores del estudio, es urgente, escriben en Austral Ecology, “desarrollar estrategias específicas para guiar las expediciones hacia sitios a donde no han llegado y aumentar el financiamiento para estudios enfocados en llenar los vacíos de conocimiento para especies poco estudiadas y temas de investigación que han sido ignorados”.

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Urbina agrega otros puntos más: desarrollar una lista taxonómica de estos animales, incrementar el número de mapas de distribución y datos poblacionales disponibles. Lo ideal es que se prioricen aquellas especies que presentan una mayor sensibilidad a la deforestación y pueden correr un mayor riesgo de extinción. Para ello, dice, se deben hacer estudios participativos con comunidades locales sobre genética, rasgos funcionales y dinámicas poblacionales a largo plazo.

*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.

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Por Catalina Sanabria Devia

Periodista con interés en temas de género, medio ambiente y construcción de paz. Ha colaborado en medios como Rutas del Conflicto y Mongabay Latam. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (2022) y el Premio al Periodismo Social y Ambiental de Constructora Capital (2023).@catalina_sanabrlsanabria@elespectador.com
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