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Luego del devastador tsunami del 2011 que azotó con fuerza las costas de Tohoku, Japón, que dejó más de 15.000 personas muertas así como otras 6000 heridas, algunos científicos empezaron a notar un fenómeno particular: cerca de 300 especies de animales costeros habían utilizado restos de objetos destruidos por el tsunami para cruzar el Pacífico. Sin embargo, los avistamientos de este proceso eran difíciles de realizar.
Por esta razón, Linsey Haram, becaria postdoctoral del Smithsonian Environmental Research Center, se alió con Ocean Voyages Institute —una organización sin ánimo de lucro que recoge la contaminación por plástico en expediciones de navegación— y con Jan Hafner y Nikolai Maximenko, dos oceanógrafos de Universidad de Hawai. ¿El objetivo? Estudiar el parche de basura que se ubica en el giro subtropical del Pacífico Norte que se encuentra entre California y Hawái y que contiene más de 79.000 toneladas métricas de plástico flotando.
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De los cinco giros de plástico oceánico (zonas donde las corrientes superficiales conducen la contaminación por plástico desde las costas hacia regiones donde las corrientes giratorias atrapan los objetos flotantes que se acumulan con el tiempo), la elegida por Haram y su equipo es la que mayor contaminación contiene. Mientras Hafner y Maximenko elaboraron modelos que les permitiera predecir en qué zona era más probable que se acumulara el plástico, Ocean Voyages Institute prestó sus buques de baja huella de carbono para llegar hasta estos puntos.
Durante el primer año de pandemia, Mary Crowley, fundadora del Ocean Voyages Institute, recogió junto al equipo de esta organización 103 toneladas de plásticos en esta región y envió algunas muestras al SERC. Ya en los laboratorios, Haram y sus colaboradores descubrieron que varias especies costeras, entre esas las anémonas marinas y los anfípodos (crustáceos que parecen camarones), sobrevivían y prosperaban en el plástico marino que se había acumulado.
“Los problemas del plástico van más allá de la mera ingestión y el enredo. Está creando oportunidades para que la biogeografía de las especies costeras se amplíe enormemente más allá de lo que antes creíamos posible”, dijo Haram, autora principal del artículo que presentó los hallazgos en la revista Nature.
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Greg Ruíz, científico principal del SERC, resaltó la importancia de estos resultados “El océano abierto no ha sido habitable para los organismos costeros hasta ahora, en parte por la limitación del hábitat —no había plástico allí en el pasado— y en parte, pensábamos, porque era un desierto alimenticio”. En otras palabras, los parches de basura de plástico que se forman en el océano están siendo utilizados por animales y plantas como hábitats.
Sin embargo, aún es muy poco el conocimiento sobre las denominadas comunidades neopelágicas (neo significa nuevo y pelágicas se refiere al océano abierto). A pesar de esto, las experiencia luego del tsunami del 2011 en Japón, indica que estas comunidades podrían representar una amenaza si especies invasoras logran alcanzar costas y territorios donde nunca han habitado y cuyos efectos pueden ser negativos.