
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los habitantes de San Andrés y Providencia llevaban solo 10 días recuperándose de los estragos que a comienzos de noviembre les causó el huracán Eta, cuando recibieron a Iota, que en la madrugada del 16 de ese mes tenía categoría 5 y dejó las dos islas devastadas. El doble golpe llegó justo cuando el archipiélago se preparaba para reabrir la actividad turística -una de sus principales fuentes económicas- tras ocho meses de cierre por la pandemia de COVID-19.
Aunque las costas colombianas suelen ser menos vulnerables a los huracanes en comparación con otras zonas del Caribe, los vientos de hasta 82,8 kilómetros por hora experimentados en el archipiélago con el paso de Iota, según los registros de la estación meteorológica de Jhonny Cay, arrastraron con casi todo. Levantaron olas de seis metros que llevaban una energía sin precedentes, dejando consecuencias desgarradoras. Tres personas muertas, miles afectadas y el 98 % de la infraestructura en Providencia y una parte importante de la de San Andrés dañada.
Otro de los impactos incuestionables a simple vista fue la destrucción de los ecosistemas terrestres. Los resultados preliminares de la Operación Cangrejo Negro, impulsada por el Ministerio de Ambiente para la restauración ecológica del archipiélago, confirmaron que el 90 % del bosque seco en las islas se vio afectado. Cerca del 80 % de los bosques de mangle quedaron sin follaje, pero continúan en pie y, en muchos lugares, se presentan procesos de rebrotamiento que potencialmente pueden aportar en un corto plazo a la regeneración natural del ecosistema. Por su parte, las playas, llenas de sedimentos, rocas, troncos, pedazos de coral, erizos y esponjas en descomposición eran parte del paisaje. Sin embargo, muy poco se conoce hasta ahora sobre las afectaciones que dejó el paso de los huracanes debajo del mar.
Las tormentas tropicales y los huracanes son considerados agentes naturales que pueden causar gran impacto en los ecosistemas marinos y costeros, y un primer reporte del equipo de biólogos marinos y buzos profesionales del Invemar y Coralina, que llegaron el 2 de diciembre a Providencia a explorar los ecosistemas sumergidos, muestra que a 12 metros de profundidad del costado oeste de la isla existe gran afectación de los arrecifes coralinos con colonias derrumbadas. De igual forma, en el costado occidental de San Andrés, tres días después del paso de Iota, el Invemar presentó el panorama bajo el agua como “desolador”.
Phanor Montoya-Maya, biólogo marino y fundador de la ONG Corales de Paz, que lleva años dedicándose a la restauración coralina del Caribe, y principalmente en el archipiélago, conoce de cerca el tema. Tras el paso de Eta hizo un reef check para evaluar los efectos del huracán en los arrecifes coralinos, y el sábado pasado hizo una nueva inmersión para ayudar a remover parte de los escombros que dejó el paso de Iota en los arrecifes. “Dependiendo de la categoría del huracán y de la salud del ecosistema van a ser los daños presentados”, explica. “El movimiento de masas de agua que están golpeando el arrecife y la energía con la que viaja el oleaje generan fuerzas destructivas. Si los ecosistemas costeros están en buen estado, la energía puede ser disipada de manera efectiva por esos mismos ecosistemas y, aunque puedan sufrir un poco en el proceso, van a reducir la energía de las olas que es lo importante”. Así cumplen su función”, añade.
¿Por qué? Una barrera coralina puede reducir hasta en un 97 % la energía del oleaje. Es un muro natural de protección de la costa. Si a esto se le suman los pastos marinos, que también reducen energía con las hojas, y los manglares, que disminuyen la velocidad del agua y atrapan cualquier ola que se haya escapado de la barrera coralina (conjunto al que se le llama un “mosaico ecosistémico”), los beneficios son muy importantes.
“Eso pasó en San Andrés y en Providencia”, señala. “En el costado este de las islas están las barreras coralinas, que redujeron significativamente la acción del oleaje y es por eso que hoy vemos que en esas zonas que se encuentran dentro de la laguna arrecifal (ese espacio entre la barrera de coral y la línea de la costa) el daño fue mínimo. Por ejemplo, nuestros corales trasplantados que están allí no se vieron afectados”. Otra historia se vivió en la zona occidental de ambas islas, donde no hay barreras coralinas. “En San Andrés hay como una especie de planchas de la plataforma continental que van formando una estructura escalonada, y en Providencia hay una pendiente con inclinación baja que permite que la ola llegue de manera más directa a la costa”. Como resultado, los sectores occidentales fueron los que más sufrieron. En San Andrés, la zona donde están varias atracciones turísticas como la piscinita y el “hoyo soplador” resultaron gravemente afectadas, cuenta.
Bajo el mar, en el lado oeste de San Andrés, colonias pequeñas y corales blandos fueron levantados por la energía de las olas. “Es como si hubiera pasado una lija y hubiera arrasado todo”, explica. Pero también da partes de tranquilidad. “Aunque es preocupante en el corto plazo, porque eran las zonas donde se hacían minicursos de buceo y eran lugares de atracción turística que ya no se ven nada atractivos, lo bueno es que geológicamente pueden recuperarse si nosotros lo permitimos”.
Otro de los aspectos que les causó gran impresión a él y a sus compañeros de diversas organizaciones locales, que están ayudando con la limpieza de los arrecifes, es la cantidad de escombros que quedaron tras el paso de los huracanes. “NUn compañero que es especialista de limpieza marina dice que, en sus 30 años haciendo esto, nunca había visto tanta basura. La cantidad es impresionante. Es como si la basura que estaba ahí guardada por décadas el huracán nos la hubiera devuelto”.
Por eso, en adelante, la respuesta para recuperar y restaurar los arrecifes tiene tres etapas. La primera, eliminar todos los escombros que queden para evitar que, con el movimiento de las corrientes, terminen de arrasar con los corales que quedan. A la segunda le llaman los “primeros auxilios del arrecife”: una vez se retiran los sedimentos, las colonias que quedaron volcadas, fragmentadas o fueron removidas por la marea, pero que siguen vivas, tratan de reubicarse nuevamente en sus sitios y se unen los fragmentos quebrados. La tercera es la respuesta secundaria, pero también fundamental para la recuperación del ecosistema. “Esas colonias que quedaron muy fragmentadas en pedazos muy pequeños se llevan a guarderías o a estructuras sumergidas para ayudarlas a recuperarse y fortalecerse, para luego ser regresadas al arrecife”, explica el experto. En estas técnicas de jardinería de corales para ayudar a en los procesos de recuperación natural es en las que ha invertido la mayor parte de su tiempo durante los últimos años.
Sin embargo, resalta, hay otros factores que hay que tener en cuenta. Por un lado, el incremento y la frecuencia de los huracanes (en las últimas dos décadas se han registrado 10 ciclones tropicales que han alcanzado la categoría de huracán y han pasado a una distancia menor de 300 km del archipiélago), y por otro, el cada vez más alarmante blanqueamiento de coral. “No es que el huracán cause el blanqueamiento del coral, pero estos dos fenómenos son derivados del proceso de calentamiento global, y todo está interconectado. Queda demostrado que tenemos que tomar acción para reducir nuestras emisiones de carbono en la atmósfera, sino nuestras acciones locales no van a tener impacto”, concluye.
