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Hace una semana un grupo de científicos presentó uno de esos datos que le quitan el sueño a cualquier persona que ame el mar. El último blanqueamiento masivo de corales que se está registrando es el más grave de toda la historia.
Valeria Pizarro, investigadora del Instituto Perry de Ciencias Oceánicas, dijo una buena frase para sintetizar lo que está sucediendo en el interior del mar: “En un abrir y cerrar de ojos, una zona de arrecife poco profunda (menos de ocho metros de profundidad) se convirtió en un paisaje blanco. De nuevo, en un abrir y cerrar de ojos, empecé a ver organismos muertos; al principio solo unos pocos corales, pero los corales blandos, como los abanicos de mar o los octocorales, murieron en cuestión de días. Y el paisaje blanco se convirtió en lo habitual durante días, semanas y meses. ¿Cómo me sentí? Triste, muy triste y frustrada”.
Como Pizarro, muchos científicos deben sentirse tristes y frustrados con estos nuevos datos que presentaron la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés) de Estados Unidos, y la iniciativa Coral Reef Watch. Perder corales es poner en jaque la vida marina y, con ello, parte de la dieta de muchas personas que dependen de sus peces y crustáceos.
No es la primera vez que se hacen advertencias sobre lo que sucede en el mar por culpa del cambio climático. A finales del año pasado, WWF y la Sociedad Zoológica de Londres presentaron un informe que también debió causar más de un trasnocho. En el “Informe Planeta Vivo” recordaban que, con blanqueamientos tan frecuentes y graves, los corales no tendrán chance de recuperarse en el futuro. Ya hubo episodios similares en el pasado (en 1998, en 2002, en 2016, en 2017, en 2020 y en 2022) y aunque en algunas ocasiones estos arrecifes habían dado señales de recuperarse, hoy la situación es distinta. Incluso si mantenemos la temperatura del planeta por debajo de los 1,5 °C, señalaba WWF, entre el 70 y 90 % de arrecifes de coral desaparecerán.
Carlos Mauricio Herrera, director de Conservación y Gobernanza de WWF Colombia, lo reitera ahora: “El estatus de conservación de las especies silvestres frente al cambio climático solo ha sido evaluado en aproximadamente una pequeña fracción de estas (apenas un 6 %), siendo la gran mayoría terrestres. Sin embargo, claramente uno de los grupos más amenazados por el cambio climático son las especies de agua dulce y los corales”.
Después del lanzamiento del “Informe Planeta Vivo”, cuando le preguntamos a la ecóloga y exviceministra de Ambiente Sandra Vilardy cuál de todos los datos que mostraban un planeta en aprietos le inquietaba más, no titubeó en decir que la temperatura del océano. “Rompimos la tendencia el año pasado y, con ello, los océanos perdieron su estabilidad termodinámica”, advertía.
A lo que se refería es un punto en el que rara vez nos detenemos a pensar cuando hablamos de cambio climático: el océano tiene un rol de regulador vital para el planeta. “Ha absorbido el 90 % del calentamiento producido en las últimas décadas debido al aumento de los gases de efecto invernadero”, explica la NASA en su página web.
Una analogía que usaba la profesora Vilardy ayuda a comprenderlo un poco mejor: hay que imaginar que el océano es una olla de agua en el fuego que, al hervir, empieza a burbujear y cambia de fase. Así, al liberar calor y vapor de agua, “añade” más calor a la atmósfera.
La situación puede resumirse en una gráfica de la temperatura del océano, que Johan Rockström, uno de los profesores más respetados a la hora de hablar de cambio climático, suele tildar de “drama”.
¿Qué sucederá en Colombia?
Elkin Noguera Urbano, investigador de la Gerencia de Información Científica del Instituto Humboldt, hace una larga lista de causas cuando reflexiona sobre los responsables del cambio climático: el uso de combustibles fósiles, el cambio y uso del suelo (como la deforestación o la expansión de la frontera agrícola), la mala gestión de los residuos sólidos orgánicos o el metano que produce el ganado. Todos son culpables de que se emitan gases de efecto invernadero (GEI) que, dice Noguera, están haciendo que el “cambio climático se acelere”.
La muestra de que va a un ritmo frenético no solo está en los océanos. A principios de este año el Servicio de Cambio Climático de Copernicus dio una noticia no tan alentadora: en 2024, pese a los esfuerzos, el planeta superó un récord: la temperatura media fue superior a 1,5 °C, frente a los niveles preindustriales. Era justo lo que el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, que reúne a científicos de todo el mundo para evaluar la situación y dar recomendaciones, había pedido no hacer. El otro lamentable récord que se había “logrado” en 2024 fue sobrepasar las emisiones de GEI.
Era un panorama que también les recordó a muchos que, poco a poco, nos estamos acercando a varios puntos de inflexión, en los que el cambio climático está cumpliendo un rol esencial. Un buen ejemplo es la Amazonia. Herrera, de WWF, lo pone en estos términos: “A medida de que el cambio climático y la deforestación provoquen una reducción de las precipitaciones, podría alcanzarse un punto de inflexión en el que las condiciones medioambientales se vuelvan inadecuadas para los bosques tropicales. Se producirían cambios en los patrones climáticos regionales y globales con implicaciones para la productividad agrícola y la seguridad alimentaria e hídrica mundial. Un cambio de esta magnitud también aceleraría el cambio climático global, pues la Amazonia pasaría de ser un sumidero de carbono a una fuente de emisiones”.
¿Qué le podría esperar a Colombia los próximos años frente al aumento de temperatura? No es tan fácil moverse en el terreno de la especulación, pero hace poco más de una semana la directora del Ideam, Ghisliane Echeverry, mostró unas gráficas en uno de los consejos de ministros organizado por el presidente Gustavo Petro, que indicaban cuál podría ser el rumbo del país.
En esos “supuestos” o “proyecciones” (que la entidad había presentado por primera vez en octubre, en Cali, en la COP16) el Ideam planteaba varios escenarios en lo que resta del siglo. Había un consenso: “De aquí a 2040 los escenarios muestran que la temperatura media en Colombia será un grado Celsius más alta”, había explicado Guillermo Eduardo Armenta, profesional de cambio climático del Ideam.
Esta gráfica resume cuál puede ser la temperatura promedio en Colombia entre 2021 y 2100.
En esos cuatro escenarios de cambio climático las cosas no pintan nada bien, salvo en el primero, que es el más favorable. Para lograrlo tendría que haber un bajo crecimiento de la población, un alto crecimiento económico, gobernabilidad, desarrollo tecnológico y conciencia ambiental a nivel global.
Al segundo, la entidad lo calificaba como un escenario intermedio, y al tercero, de “fragmentación”, pues se esperaba un alto crecimiento poblacional, bajo desarrollo económico y poca conciencia ambiental. Al cuarto lo llamó “de desigualdad”. Allí la temperatura podría ser, en 2060, 1,8 °C mayor al período de referencia. En 2100 podría ser 5 °C más alta (ver mapa).
Los posibles efectos del cambio climático en Colombia se pueden traducir en diversas consecuencias. Como señala el Instituto Humboldt en uno de sus reportes, podrá haber un “incremento de eventos como olas de frío intensas, sequías prolongadas, aumentos en la temperatura y la precipitación o incluso la desaparición de conexiones vitales entre especies y comunidades biológicas
Dicho de otra manera, es posible que se impacten los hábitats de algunas especies y la manera como están distribuidas. Los ejemplos sobran: en Cocuy, Boyacá, indica el Instituto Humboldt, ya “se ha observado una disminución o pérdida de las poblaciones silvestres de 18 especies a lo largo del tiempo, así como una disminución progresiva de hierbas endémicas de la vegetación de páramo de alta altitud”. Unas de ellas, los frailejones.
Otra muestra: al estudiar qué sucedería con algunas especies de anfibios que se encuentran en la Sierra Nevada de Santa Marta, escribió Germán Forero-Medina, de Wildlife Conservation Society, notaron que varias tendrán que desplazarse a otras áreas si la temperatura aumenta. “Para 21 de las 46 especies estudiadas (3 endémicas), el 30 % de su rango actual se desplazaría hacia áreas de bajo relieve, que quedarían aisladas a medida que la temperatura aumenta. Tres de estas especies son endémicas”, explicaba un breve artículo.
Herrera también tiene otro buen ejemplo de lo que les sucedería a algunos anfibios, que, explica, “son especialmente vulnerables a los cambios en la humedad y la temperatura”: el del sapo dorado (Bufo periglenes), que habitaba los bosques del Pacífico de Costa Rica y Panamá, y no pudo adaptarse al incremento de la temperatura y a los cambios en los ciclos de lluvias. “En Colombia se proyecta una pérdida significativa del hábitat de las ranas andinas”, añade.
De hecho, de acuerdo el Instituto Humboldt, ya hay 1.536 especies de aves colombianas expuestas al cambio climático (78 % de total) y 451 especies de aves colombianas que son muy vulnerables por variaciones del clima (23 % del total).
La gran pregunta que todos nos hacemos es: ¿qué hacer? Entre las recomendaciones que suele dar WWF, hay una que repite con frecuencia: hay que hacer lo posible por reemplazar los combustibles fósiles, que “es el mayor contribuyente a la crisis climática”. La producción de energía, señala, genera el 75 % de CO2.
Por eso es que, para la organización, una de las claves para no llegar a escenarios que pondrán en aprietos a la población mundial y a la biodiversidad está en usar energías limpias y renovables.
Como escribía en el informe Global Energy, Policy Framework, el exviceministro de Ambiente de Perú y líder global de Energía y Clima de WWF: “Si abordamos este desafío global con la urgencia que exige, aún podemos alcanzar el 100 % de energías renovables y eliminar gradualmente todos los combustibles fósiles con la suficiente rapidez para crear un mundo con mayor seguridad energética y un clima estable”.
Esa búsqueda de una transición energética justa será, precisamente, uno en los que WWF pedirá avances urgentes en la cumbre de cambio climático que se realizará el próximo noviembre en Belém, en Brasil: la COP30. Planes climáticos más ambiciosos, financiados y viables que reduzcan las emisiones de GEI, movilización de fondos suficientes para ampliar las soluciones climáticas y compromisos que mejoren la resiliencia de las personas y de los ecosistemas serán otros de los ejes esenciales en los que insistirá en aquella ciudad amazónica.
Para Ximena Barrera, directora de Relaciones de Gobierno y Asuntos Internacionales de WWF, la COP30 presenta una oportunidad “histórica”, teniendo en cuenta los resultados de la COP16 y las “oportunidades de fortalecer las sinergias entre las agendas de biodiversidad y clima en el marco de las negociaciones”.
A sus ojos, la COP30 será una oportunidad única “para fortalecer la actualización de los compromisos climáticos, impulsar las soluciones basadas en la naturaleza, la eliminación gradual de los combustibles fósiles y frenar la deforestación de los bosques tropicales como la Amazonia, con el fin de evitar el punto de no retorno, así como movilizar el financiamiento climático. Después de todo, este año se cumple una década del Acuerdo de París.