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En medio de los Montes de María, en el sur de Bolívar, el ñame espino es uno de los cultivos más promisorios para la subsistencia de más de 125 familias campesinas. Las afectaciones del conflicto armado en las décadas de 1990 y 2000 dieron paso a la pérdida de sus cultivos de aguacate por una plaga que arrasó con su cultivo. Para estas familias, la siembra del ñame ha sido no solo una forma de salir adelante, sino una bendición en la que ISA, mediante su programa Conexión Desarrollo, les ha permitido soñar incluso con la exportación de sus cultivos.
Diana Fernández, representante legal de la Asociación de Emprendedores Agropecuarios de los Montes de María (Asoagroemprender), y madre de dos hijos, es la cabeza de una de estas familias. Una mujer que vivió en carne propia el conflicto entre las Farc y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en su terreno en El Carmen de Bolívar para luego ver la muerte de sus cultivos, presenta actualmente sus productos en ruedas de negocios en todo el país y busca poner en los supermercados del mundo bolsas de harina de ñame hecha en su municipio.
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“Al quedarnos sin los cultivos, que eran el sustento de nuestra economía, tuvimos la necesidad de sustituir el aguacate y vimos el ñame como una alternativa. De esa forma nace Asoagroemprender, de una necesidad de agruparnos para poder comercializar este producto”, dice Fernández a El Espectador.
El ñame, de Colombia para el mundo
Uno de los principales productos agrícolas en la región Caribe es el ñame. Aunque su siembra es mayormente un tema de minifundios y cultivos de subsistencia, más de 33.500 hectáreas tuvieron cosechas de este tubérculo en 2019, según el Ministerio de Agricultura. Los principales departamentos de producción son Bolívar, Córdoba y Sucre.
Aunque Colombia es uno de los diez países con mayor producción de ñame a nivel mundial, la productividad y el pequeño tamaño de los predios ha hecho que esta producción no haya sido industrializada. La cosecha de unas 410.000 toneladas al año se consumió, en 2019, en su gran mayoría en fresco dentro de la región Caribe, pero también se llevaron unas 20.000 toneladas para exportación hacia países como Estados Unidos y Puerto Rico. Detrás de la búsqueda de espacios de exportación hacia estos países nació Asoagroemprender.
La desconfianza
En una región con las dificultades de los Montes de María, el apoyo de la empresa privada ha sido notorio por su irregularidad. “Uno pierde la fe, porque ve unas grandes promesas y grandes proyectos, pero cuando va a ver resultados, no existen. Y esto no es más sino la falta de acompañamiento en los procesos productivos. Eso fue lo diferente que hizo ISA para acompañarnos: la empatía era muy grande, aunque teníamos nuestras reservas”, resalta Fernández.
Desde su fundación hispánica en 1776, El Carmen de Bolívar ha sido uno de los centros agrícolas del Caribe colombiano, con la siembra de tabaco como principal fuente de ingresos hasta la década de 1970, cuando fue reemplazado por el aguacate. Su ubicación geográfica hizo que fuera un centro de toda la región con conexiones que permitían el traslado de sus cosechas a Cartagena, Medellín y Barranquilla, aunque las comunidades rurales sufren la falta de buenas vías a la cabecera municipal.
La situación de los Montes de María como territorio apto para el cultivo de coca y amapola, así como su ubicación estratégica para la exportación de la droga, motivaron una guerra a muerte que durante 20 años asoló los campos del Carmen. Sus corregimientos, como Macayepo y El Salado, sufrieron algunas de las peores masacres y desplazamientos masivos de la historia colombiana.
A esta situación se sumaron las dificultades de la naturaleza. Los árboles de aguacate fueron gravemente afectados por las fumigaciones aéreas con glifosato para acabar con los cultivos ilícitos. Una breve remontada tras la firma del Pacto de Ralito con los paramilitares, que se extendió hasta el 2008, culminó con la llegada de los hongos Phytophtora, que en otros territorios son plagas para cultivos como papa, tomate, soya y árboles madereros.
Aun así, si una palabra identifica a los carmeros es la resiliencia, según Fernández. “El Carmen de Bolívar es un pueblo que, aunque fue muy golpeado, es berraco, es resiliente. Nunca se queda, siempre avanza, y yo creo que donde se produce comida, se produce vida; el Carmen produce mucha comida”, asegura.
Conectando con la resiliencia
ISA, como parte de su programa Conexión Desarrollo, ofrece a las organizaciones de campesinos de las áreas donde opera su apoyo y acompañamiento para mejorar sus procesos con ideas como la fabricación de harina de ñame que pueda ser utilizada a nivel industrial, así como la certificación de buenas prácticas por parte del Invima para permitir su comercialización a gran escala.
Este no fue un proceso sencillo, pues a pesar de la fortaleza de las comunidades, las múltiples promesas fallidas de los actores públicos y privados hacían que hubiera un rechazo a esta propuesta. “Ni siquiera quisimos reunirnos por primera vez en el centro de acopio o en los terrenos, sino en un sitio donde venden café en el Carmen, por esa desconfianza”, recuerda.
Al iniciar el proyecto, el acompañamiento constante y la atención a las solicitudes de las comunidades, como la contratación de profesionales del territorio para ejecutar el trabajo, fue uno de los elementos que permitió romper con el recelo de estas comunidades. Este proceso concluyó con un reconocimiento mayúsculo: la certificación del Invima.
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“Nosotros, solos, no hubiéramos podido hacerlo; soñábamos, pero hasta ahí hubiéramos quedado. El acompañamiento y la insistencia del equipo fueron claves. El día que logramos la certificación del Invima, creo que no quedó una persona sin llorar. Fue no solo decir que los sueños se cumplen, sino que nos transforman, y aunque son acciones pequeñas para una institución, son grandes para un territorio”, reflexiona Fernández.
Aprendiendo con la conexión
Más allá de una certificación, ISA ha acompañado un proceso que le ha permitido a la comunidad ser mucho más unida y pensar más allá de pequeños planes. “Cuando nos reunimos a soñar, a pensar ideas, eso nos permitió ir más allá. Empezamos con un molino de martillo que nos regalaron en una rueda de negocios, y una deshidratadora que nos cedió otra fundación porque no la utilizaba. Ahora tenemos una planta transformadora y 12 jóvenes trabajando en ella”, recalca.
También resalta la experiencia de salir a ferias de negocio como Expoagrofuturo en Medellín, donde no participaron como expositores, sino a conocer otros casos para implementar en su territorio. Esta experiencia les permitió acceder a otras entidades públicas como el Ministerio de Agricultura y la Agencia de Desarrollo Rural, que han apoyado en los últimos dos años el proyecto.
Finalmente, este apoyo en la transformación con la harina mejora la vida. Hay muchos esfuerzos pendientes para buscar nuevos aliados, exportar sus productos y contar con un terreno propio para la planta transformadora, pero Fernández y el resto del equipo siguen trabajando para crecer y soñar en grande. “Me puse el reto de que los jóvenes volvieran al campo y miren la tierra; con este proyecto siento que podemos hacerlo”, concluye.