En el Libro rojo de plantas de Colombia hay una larga lista de especies que se encuentran en algún tipo de amenaza. Entre ellas está el cedro negro, cedro nogal o nogal, como se le conoce comúnmente a Juglans neotropica, un árbol que, aunque se conoce como cedro, no lo es. Su nombre es una equivocación de los españoles que lo descubrieron, quienes lo confundieron con el cedro del líbano, (Cedrus libani), de la familia botánica Pinaceae, por el olor de su tronco que se asemeja al de la cebolla, como explica Boris Villanueva Tamayo, ingeniero forestal, curador general del Jardín Botánico de Bogotá y presidente de la Asociación Colombiana de Botánica.
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Este árbol, que solo se encuentra en los bosques andinos y altoandinos de Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, en realidad hace parte de la familia de Juglandaceae, que tiene 60 especies. Pese a este error, este no es el aspecto que preocupa a los biólogos que le han hecho seguimiento.
En 1998, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la catalogó En Peligro de extinción. En Colombia está en la misma situación debido a que el 52 % de sus poblaciones enfrentaron un proceso intensivo de explotación maderera, y, por lo tanto, de disminución poblacional, como indica el Libro rojo de plantas de Colombia, del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI).
“Es una especie con presiones históricas como la ampliación de la frontera agrícola”, dice William Bravo, biólogo y especialista en restauración de la organización ambiental Wildlife Conservation Society (WCS). “Cuando llegaron los colonizadores a las montañas de los Andes, empezaron a tumbar bosque y abrir potreros para ganadería o zonas de cultivo. Conforme iban abriendo los bosques, también iban aprovechando árboles como el cedro negro, muy usado para la construcción de casas y para hacer estacones, corrales, por tener una madera súper resistente”.
Este árbol crece en franjas altitudinales que oscilan entre los 1.600 y 3.100 metros sobre el nivel del mar, y se adapta fácilmente a las condiciones ambientales. En algunos lugares, como en Bogotá, es posible verlo erguido en alamedas y bordes de avenidas, por eso es considerado el árbol de la ciudad.
Sin embargo, también se puede ver algunos ejemplares de esta especie en zonas productivas, por ejemplo, donde hay ganadería, pues al ser árboles tan grandes generan sombra para el ganado. Esta es su nueva presión, pues como explica el biólogo, es muy difícil que los individuos lleguen a una etapa adulta en un potrero, pues se deben someter a condiciones muy adversas como al ramoneo o pisoteo del ganado y cuando son más visibles deben sobrevivir a los procesos de limpieza de los potreros que se hacen con guadaña.
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¿Cómo recuperar el cedro negro?
Por esto, desde 2021, en el marco de la alianza “Río Saldaña, Una cuenca de vida”, de la cual hacen parte WCS, Parques Nacionales Naturales, Cortolima y Fundación Grupos Argos, con el apoyo de la Fundación Frankilia, iniciaron un proyecto con el que buscan aportar a la conservación de este árbol en tres municipios del sur de Tolima: Chaparral, Roncesvalles y Planadas. Lo primero que hicieron fue indagar qué tanto conocían las comunidades sobre la especie para iniciar con un proceso de educación ambiental y posterior propagación de la especie.
El especialista en restauración recuerda que al principio las personas de la comunidad les decían que el cedro negro no tenía semillas, ni frutos, aunque en realidad sí tienen; su fruto es como un durazno con una pulpa blanda y en el centro una almendra dura, donde se encuentra el embrión, que es lo que genera la plántula.
Al tiempo, empezaron a identificar los ejemplares en los tres municipios. En corregimientos como San José de las Hermosas, Chaparral o Bilbao, situados en Planadas, encontraron una buena cantidad de estos árboles, pero predomina una distribución dispersa, asociada a sitios abiertos y no a coberturas de bosque. En otros lugares, como en las veredas aledañas al casco urbano de Roncesvalles, solo hallaron dos árboles de esta especie. Sin embargo, tras una intensa búsqueda, el equipo de WCS, con la ayuda de las personas de la comunidad, encontraron una población de esta especie en la parte baja del cañón del río Cucuana, en límites con el municipio de San Antonio.
Una vez identificadas sus ubicaciones inició el proceso de caracterización de la especie en estas zonas y la recolección de semillas para poder propagar el cedro negro. “Este es justamente uno de los retos: conseguir las semillas. Esta es una especie muy vulnerable a los cambios medioambientales. Durante el transcurso del proyecto enfrentamos el fenómeno de la Niña y del Niño. Las lluvias muy altas hacían que se cayeran las flores, y si pasaba esto no había frutos, o no se alcanzaban a madurar bien”, recuerda Bravo.
Aun con estas dificultades, pudieron hacer una buena colecta de semillas y en cuestión de dos meses les demostraron a las personas de la comunidad que sí brotaban, aunque solo el 60 %, más o menos, lograban germinar.
El paso a seguir fue establecer las estrategias de reintroducción de los individuos en áreas con protección, bajo acuerdos de conservación. Esto quiere decir que, WCS habló con los propietarios de las fincas, quienes firmaron un acuerdo de conservación en el que se comprometieron a liberar áreas de ganadería para sembrar el cedro negro y las especies asociadas como las Asteraceae, de la familia de los girasoles, las cuales crecen rápido y generan una cobertura que protegen de cierta forma esos sitios. “Son especies que encontramos dentro del bosque acompañando al cedro negro”, dice el vocero de WCS.
Para que estos árboles lleguen a una edad adulta ahora hay que esperar entre 25 y 30 años. Sin embargo, para que empiece a producir flores y frutos, lo cual es considerado como el éxito del proceso de reintroducción, tendrán que pasar cinco o seis años más, dependiendo de las condiciones medioambientales.
Aunque el tiempo de espera es largo, el cambio en la mentalidad de las comunidades ha sido más rápido. Michell Barragán, ingeniera forestal oriunda de Roncesvalles, y una de las colaboradoras del proyecto, recuerda que en su comunidad habían escuchado del cedro, pero como tal el cedro negro lo conocieron hasta que llegó el proyecto de WCS.
“Este trabajo ha servido mucho para resignificar el valor del cedro negro y de las especies que lo acompañan, porque en algún momento las personas lo veían solo como madera”, recuerda. “Involucrarnos en el proyecto ha generado sobre nosotros una conciencia sobre todo lo que acarrea cuidar un árbol de esos. Ahora las personas valoran el hecho de que haya cedro negro en sus fincas porque saben que son muy escasos”.
Si bien con este trabajo no se puede lograr que las poblaciones de la especie vuelvan a su condición original, sí se está logrando la misión del proyecto: que las personas se enamoren de estos árboles, reconozcan su importancia, y se sientan orgullosos de tenerlos en sus fincas.