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Hace 10.000 años, la humanidad protagonizó la primera revolución energética del planeta al encapsular la energía del sol en una semilla, convirtiéndola en biomasa para su consumo. Esta innovación no sólo transformó la forma de habitar el planeta, sino que integró conocimientos sobre dinámicas climáticas y relaciones interespecie, dando lugar a complejos procesos de organización social. Durante milenios, comunidades afros, indígenas y campesinas han tejido vínculos profundos con la tierra, emergiendo prácticas campesinas que han contribuido al desarrollo, diseño y conservación de la biodiversidad como la agrosilvicultura, agroecología, pesca y pastoreo.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) reconoce que los pequeños agricultores como guardianes de las semillas que nos alimentan. En Colombia, la campesinada con sólo el 7% de la tierra, producen el 60% de los alimentos mediante la agricultura familiar. Sin embargo, los sistemas agroalimentarios no han escapado a la lógica capitalista; al contrario, han sido cooptados por este modelo en cada fase de su cadena, resultando en la privatización de bienes comunes, acaparamiento de tierras, homogenización de cultivos y control de las semillas, y una tecnificación artificial de la naturaleza. La campesinada fue expulsada de las mejores tierras, haciendo inviable una vida digna en el campo y la convirtió en mano de obra barata para terratenientes y empresas que devastan selvas y destruyen amplios territorios
El conocimiento que alguna vez guió la organización de la vida fue remplazado por el uso intensivo de agua, pesticidas y fertilizantes, que han degradado suelos, océanos, destruido selvas y convertido a la agricultura industrial en la actividad que más contribuye a la crisis climática, según el último informe de la IPBES.
La FAO señala que desde inicios del siglo XX se ha perdido el 75% de la diversidad genética de las plantas, ya que los agricultores en todo el mundo han reemplazado sus semillas locales por variedades genéticamente uniformes. Hoy en día, de las 6.000 especies vegetales cultivadas para la alimentación, solo nueve constituyen el 66% de la producción global. Además, el 90% del ganado criado en el hemisferio norte proviene de solo seis especies, y el 20% de las variedades ganaderas se encuentra en peligro de extinción.
La tasa de pérdida de diversidad global hoy es 1000 veces mayor que la tasa natural de extinción, registrada en cualquier otro momento de la historia humana. La tendencia aumentará, mientras que las alianzas de empresas y gobiernos sigan mercantilizando semillas, ecosistemas, cosmovisiones y conocimientos de comunidades campesinas, y tratando elementos vitales como objetos de inversión, comercio y especulación.
Según el Instituto Humboldt, alrededor del 60 % de las selvas del país están en territorios indígenas, campesinos, pescadoras o afrodescendientes. La Conferencia de las Partes de la Convención sobre la Diversidad Biológica (COP16), es una oportunidad crucial para reconocer la intersección entre biodiversidad y prácticas agrícolas y pecuarias tradicionales, y destacar el papel fundamental de la campesinada como guardianes de gran parte de la biodiversidad. Es esencial que la COP16 avance en el reconocimiento y promoción de las sabidurías tradicionales, complementadas con innovaciones y tecnologías que integren y restauren la naturaleza, y conserven y regeneren la rica agrobiodiversidad biocultural campesina de Colombia, para beneficio de la campesinada, y todas las personas.
En Colombia, figuras como las zonas de reserva campesina (ZRC) y los territorios campesinos agroalimentarios (Tecam) son clave para un ordenamiento ambiental y político que fortalezca la agroecología. Los planes de desarrollo sostenible en las ZRC y los planes de vida en los Tecam pueden establecer el vínculo entre producción campesina, alimentación, cuidado y conservación de territorios. Asimismo, los mercados campesinos y las plazas de mercado son espacios deben ser valorados como espacios que preservan la biodiversidad alimentaria y promueven la soberanía alimentaria.
Las voces y propuestas que abogan por la agroecología y otras iniciativas de cuidado y conservación de los territorios deben ser escuchadas en la COP16 para avanzar en la restauración y protección de selvas, páramos y agua, así como en el fortalecimiento de la resiliencia y autonomía del territorio. La participación de las organizaciones campesinas garantizará su voz en la toma de decisiones, asegurando que sus propuestas sean escuchadas y respetadas.
Esta será una tarea crucial en la COP16.
*Viceministra de Ordenamiento Ambiental del Territorio.