A pocos metros de la plaza central de la histórica Villa de Leyva (Boyacá), en el claustro de San Agustín, se encuentra una de las mayores colecciones de historia natural de Colombia que alberga especímenes de fauna y flora que representan cerca del 40 % de todas las formas de vida conocidas en uno de los países más biodiversos del mundo.
Se trata de un sitio que respira historia, pues la colección está ubicada dentro de los muros de una edificación construía a finales de los años 1.500, que fue en su momento utilizado como un seminario para la formación de sacerdotes católicos. Este, no obstante, quedó abandonado con el tiempo hasta que a principios de los años 2000 fue dado en comodato, por la Gobernación de Boyacá, al entonces naciente Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt.
“Este fue el lugar en el que se instaló la sede inicial del Instituto, que nació en Villa de Leyva como parte de una política para descentralizar las entidades a cargo de la investigación científica en el país. Sin embargo, con el tiempo, la sede central del Instituto se trasladó a Bogotá, pero aquí se quedaron las colecciones biológicas que han ido creciendo con los años”, explica Carolina Gómez Posada, investigadora principal del centro de colecciones y gestión de especies del Humboldt.
Desde entonces, en torno al jardín central del claustro que tiene como fondo las montañas boyacenses, están ubicadas diferentes salas y cuartos que, con gabinetes de diferentes tipos, guardan más de dos millones y medio de ejemplares de especies de la biodiversidad colombiana con el objetivo de preservar una muestra de las formas de vida únicas del país.
Se trata de 12 colecciones biológicas que cuentan con más de 22.000 especies registradas, que han sido utilizadas para describir al menos 747 nuevas especies en distintos grupos biológicos.
“Nuestras colecciones biológicas ofrecen una amplia representatividad de la fauna y flora de Colombia, con ejemplares de todos los departamentos del país, especialmente de aquellos ubicados en la cordillera de los Andes y la Orinoquía. Estas representan aproximadamente el 38 % de las especies de flora y el 39 % de las especies de fauna”, precisó Gómez Posada.
La historia detrás del primer registro
Mientras sube a una escalera para revisar uno de los gabinetes de la Colección Biológica de Mamíferos (IAvH-M), el investigador Nicolás Reyes, curador de esta sección, asegura sentirse en “una máquina del tiempo”. A su alrededor, 11.100 especímenes de roedores, tigres, micos, entre otros mamíferos preservados en seco o en líquidos permanecen guardados con información sobre cómo era la biodiversidad en el pasado.
“Todos estos registros nos permiten desplazarnos en el tiempo y también geográficamente en todas las direcciones: hacia el Caribe colombiano, la Amazonía, el Pacífico o hacia los Llanos Orientales. Todo esto para ver y estudiar cómo era antes la naturaleza, compararla con lo que vemos hoy, y hacer predicciones de lo que pasará en un futuro”, manifiesta Reyes. “Es realmente algo sorprendente ser el garante y custodio de un sitio de este tipo”.
En su mano, Reyes sostiene una caja que, a primera vista, podría parecer común. Su contenido, no obstante, es fuera de duda histórico. Se trata de los restos de un murciélago pescador (Noctilio leporinus) capturado en la región Caribe y marcado con una etiqueta de un tono amarillento, muestra del paso del tiempo. Este espécimen —recolectado por el extinto Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente, INDERENA— significó la primera piedra de lo que ha sido un esfuerzo monumental por registrar la naturaleza nativa del país.
“Este individuo fue capturado por el legendario Jorge ‘El Mono’ Hernández, uno de los pioneros de la protección de los recursos naturales en Colombia, y quien puso el primer cimiento de esta colección con sus recolectas. Los detalles de estas últimas quedaron registrados en libros escritos a mano llenos de detalles de cómo se capturaron las especies y en qué partes”, dice Reyes.
Este espécimen, además de histórico, es una de las muestras de las sorprendentes formas en las que la biodiversidad ha evolucionado en el país. Esta especie, que sigue presente en varias zonas del país, cuenta con una suerte de red entre sus patas que sirven para capturar peces pequeños que nadan en espejos de agua. Para capturarlos y comérselos, por su parte, también cuenta con una suerte de cresta en su cráneo que le permite morder con más fuerza para devorar a sus presas.
“Si bien no se trata de una especie en peligro de extinción, estos murciélagos sirven como bioindicadores de la contaminación de los ríos, pues al comer peces absorben todo tipo de contaminantes que quedan como residuos en su cuerpo”, aclara Reyes.
En la misma sala, se encuentra la Colección de Aves. No se trata de un repositorio cualquiera, pues Colombia es el país con más especies de estos animales con 1.969 registros oficiales. Parte de estos se encuentran resguardados en las colecciones de aves (IAvH-A) y la Oológica Cornelis J. Marinkelle (en honor a un biólogo austriaco que donó parte de esta colección de huevos). En estas se encuentran aves de todo tipo, tamaño y color, que juntos suman 17.897 especímenes de aves, y 4.770 huevos nidados.
Uno de los objetivos de esta colección es poder comparar cómo han evolucionado, por ejemplo, el tamaño de las aves en los últimos años, así como los cambios en sus etapas de su desarrollo anatómico. “Se trata de información primaria muy poderosa para entender cambios en las especies que se dan como respuesta por ejemplo a las actividades humanas y qué tenemos que hacer para protegerlas”, explica Gómez Posada, del Humboldt.
En general, las colecciones biológicas están enfocadas en recolectar información de todas las especies, como por ejemplo las endémicas, es decir, que solo se habitan en el país. “Una de las especies que destacamos en la colección es el casique candela (Hypopyrrhus pyrohypogaster), que son aves endémicas muy sociales con una estrategia de cría cooperativa en la que siete u ocho individuos cuidan de un mismo nido para aumentar sus posibilidades de supervivencia”, explica Andrés Sierra, investigador del Instituto. “Aves como estas son joyas para nosotros, y al ser endémicas, si desaparecen aquí, lo hacen en todo el mundo. Gracias a las colecciones biológicas sabemos dónde hallarlas o sus componentes genéticos, y eso nos ayuda a desarrollar estrategias para conservarlas”.
En otra zona del claustro en Villa de Leyva, se cuenta, por su parte, con las colecciones de Anfibios (IAvH-Am) y de Reptiles (IAvH-R), que conservan especímenes en líquido y secos con estas especies que pertenecen, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) a uno de los grupos de vida más amenazados de extinción en la actualidad.
A pocos metros, también se encuentra la Colección de Peces de Agua Dulce, que además de especímenes, contiene información geográfica, así como datos ambientales de los sitios de captura.
“En este repositorio tenemos, por ejemplo, especímenes del pez graso (Rhizosomichthys totae) del lago de Tota, al parecer extinto, lo que está siendo corroborado por algunos científicos con información genética de las colecciones”, cuenta Gómez Posada, investigadora en el Centro de Colecciones Biológicas.
Un repositorio para 500 años
Una de las razones por las que estas colecciones biológicas se encuentran en Villa de Leyva es debido a sus secas condiciones climáticas que permiten conservar a los individuos sin el peligro que significan la aparición de hongos y plagas que pueden complicar su preservación en el tiempo.
Pero, ¿para quién funciona este repositorio destinado a durar cinco siglos? Como precisa Gómez Posada, investigadora principal del centro de colecciones biológicas, “se trata de una colección no tanto para la gente, sino para los investigadores y estudiantes, y brindarles una muestra de nuestra biodiversidad a lo largo de las regiones y a lo largo del tiempo. Pero al final, esa protección es para el beneficio de todos los colombianos, e incluso, del mundo”.
Uno de los puntos claves de las colecciones biológicas es que son accesibles para la comunidad científica sin restricciones y con información disponible en bases de datos abiertas al público.
“El objetivo de todas las colecciones biológicas es que duren más de 500 años, y eso implica que en ocasiones seamos estrictos en su uso para asegurar su protección”, explica John Cesar Neita, curador de la Colección de Entomología (IAvH-E) y Colección de Invertebrados (IAvH-I) mientras camina por las colecciones de especies de mariposas, abejas y, entre otros, escarabajos.
Estas colecciones biológicas son unas de las más grandes del país y contiene especímenes de todos los tamaños, con algunos que miden varios centímetros, mientras que otros tienen un tamaño de apenas unos milímetros. En el caso de los insectos se encuentran cerca de 158.000 registros mientras que los invertebrados representan 9.671.
La colección de Entomología —enfocada en el estudio de insectos— nació, de hecho, con el Instituto Alexander von Humboldt, en 1995, y ha estado organizada de acuerdo con propuestas filogenéticas evolutivas. Esto último significa que la organización de las colecciones biológicas, por su parte, no está hecha al azar, sino que sigue el orden evolutivo de los diferentes reinos, en los que se encuentran especies que se bifurcaron de manera más reciente, como las mariposas hace alrededor de 100 millones de años, mucho después que, por ejemplo, las hormigas.
Neita, quien fue galardonado con el premio del afrodescendiente del año por sus contribuciones a la ciencia, se ha enfocado en el estudio de escarabajos nativos en Colombia, y está trabajando actualmente para describir nuevas especies en el país.
“En términos biológicos, el país tiene aún muchos secretos para dar. Siempre que llegamos a zonas como la Sierra Nevada de Santa Marta, o el Piedemonte Amazónico, encontramos nuevas especies de hormigas, mariposas, chinches, moscas y libélulas que nos ayudan a completar ese rompecabezas de biodiversidad del país”, relata.
En particular, Neita destaca que el estudio de estas especies sirve como una herramienta para entender los cambios que están experimentando los hábitats en Colombia, pues son especies muy sensibles a los cambios de sus entornos, pero que también están conectadas con otras especies a través de cadenas tróficas.
“Hay escarabajos que casi nadie conoce, pero que son los encargados de enterrar los muertos. Este grupo de insectos expulsa una enzima que convierte el cuerpo de vertebrados fallecidos en alimento para sus crías, en un proceso clave en los ecosistemas”, explica Neita, entre los cientos de cajones que componen la colección.
Por su parte, la Instituto también cuenta el repositorio de plantas con el Herbario Federico Medem Bogotá (FMB) y la Colección de Semillas del Instituto Humboldt (IAvH-CS) que conservan 123.000 especímenes de plantas preservadas en seco, prensados y montados en pliegos.
En ese sentido, la forma de conservar las plantas y semillas es muy diferente a las otras especies. Esto se debe a que, en ocasiones, no se recolectan las plantas completas, sino sus partes más importantes o representativas. “Hay plantas como las palmas, que son enormes y no se pueden conservar enteras, pero se pueden separar en pliegos y con eso se da una idea de lo que es la especie y cuáles son sus características”, precisa Amalia Díaz, líder del Herbario y Colección de Semillas del Instituto Humboldt.
Como se ha descrito en otros estudios, la investigación de las plantas es sumamente importante por sus útiles prácticas y la posibilidad de hallar sustancias o componentes que pueden ser empleados en la industria o para mejorar el bienestar humano. Además de esto, también se conservan 246 especies amenazadas, endémicas y próximamente de importancia cultural con el objetivo de preservarlas.
“Sitios como este son realmente muy valiosos, no solo porque se trata de nuestro patrimonio natural, sino porque hay una cantidad impresionante de información sobre estas especies únicas en el mundo que se puede estudiar visitando la colección”, argumenta Díaz, líder del Herbario del Instituto Humboldt.
Otras de las colecciones biológicas que destaca es la de Sonidos Ambientales - Mauricio Álvarez Rebolledo que conserva especímenes digitales de audio de 1.791 especies de aves, anfibios, reptiles, mamíferos voladores y no voladores, peces e insectos y grabaciones de paisajes sonoros en diferentes ecosistemas colombianos.
“La Colección de Sonidos es el repositorio de sonidos naturales más grande de Colombia y el segundo más grande de Latinoamérica con 27.284 especímenes de audio catalogados. Estos audios han sido obtenidos con metodologías innovadoras de grabación direccional y sensores acústicos pasivos. Estos audios son de libre acceso a través de la página web de las colecciones”, explica Eliana Barona, investigadora de la colección de sonidos ambientales.
Este es solo uno de los ejemplos de cómo el Instituto Humboldt, que en este 2025 cumple 30 años desde su creación, ha aportado al conocimiento de la naturaleza en el país. “Siempre nos dicen que Colombia es el país de la biodiversidad, pero estando en la colección es cuando se dimensiona lo que implica en realidad”, concluye Díaz, investigadora del Instituto Humboldt.