Las cicatrices de la Gran Depresión, en los Estados Unidos, dejaron en Mary Lou Higgins un estilo de vida que la marcó para siempre. Su madre, a partir de valores austeros heredados por la crisis y de cuidado por los recursos, la fue educando y quizás, sin saberlo, encaminando hacia una vocación en la que la pervivencia de los ecosistemas y el respeto hacia el planeta fueran primordiales.
En la Universidad de Pensilvania se tituló como bióloga y posteriormente se graduó como doctora en Entomología (estudio de los insectos) de la Universidad de California, en Berkeley. Los microorganismos, las alternativas de alimentación sostenible y el estudio de interacciones de insectos y plantas acaparaban sus días; sin embargo, su vocación estaba a miles de kilómetros de sus raíces.
Según Luis Germán Naranjo, director de conservación y gobernanza de WWF Colombia, la pasión de Higgins por los Andes tropicales del norte de Sudamérica hicieron que a temprana edad profesional, la bióloga pensara en esta zona del mundo, y particularmente en Colombia, como el lugar al que le dedicaría su vida.
Sus mismos oficios en Estados Unidos la fueron acercando al objetivo final. Tras culminar sus estudios, Higgins se fue a Washington con una beca de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias para trabajar en la Agencia Interamericana de Desarrollo, específicamente en la Oficina de Asuntos Ambientales para América Latina. Desde allí no le perdió el rastro a los avances y debates que se centraban en la región, relacionados con la conservación del medioambiente y los inminentes estragos ocasionados por el cambio climático. Tampoco desestimó el sinfín de factores culturales, sociales y naturales que compartían las costas estadounidenses con la diversidad andina. Y llena de sueños por delante, decidió así que debía continuar sus labores en Santiago de Cali, la tercera ciudad más poblada de Colombia y una puerta de entrada a la biodiversidad que alberga el Pacífico nacional.
En 1990 hizo sus primeras visitas al país con WWF, tanteó terreno y encontró una oportunidad para abrir la primera oficina de WWF Colombia en la capital del Valle, en 1993. Con apenas dos personas, el naciente equipo se enfocó en apoyar procesos con la gente y sus territorios. Empezaron a trabajar en el fortalecimiento de la participación ciudadana en el contexto de la nueva Constitución de 1991, ayudando a las comunidades afro a consolidar sus territorios del Pacífico, al pueblo Awá a lograr la titulación de sus territorios ancestrales, y a la creación de la Red de Reservas Naturales de la Sociedad Civil, una figura con la que los privados pueden destinar sus predios a la conservación de la naturaleza.
Hoy, después de 28 años de trabajo, su equipo suma casi 100 personas de diferentes disciplinas y regiones del país, y ha hecho importantes contribuciones a la conservación como el apoyo a la creación de más de 8 millones de hectáreas de áreas protegidas, la ratificación del Convenio de Minamata (un tratado mundial para proteger la salud humana y el medio ambiente de los efectos adversos del mercurio), el reconocimiento de los humedales por la Convención Ramsar, y la movilización de la sociedad civil hacia estilos de vida más sostenible, entre otros. Todo como resultado del trabajo colaborativo con aliados en todo el país.
Higgins llegó a Colombia con la idea de combinar toma de decisiones con ciencia, pero los años y la experiencia le fueron mostrando que en los bosques, mares, ríos y montañas colombianas cualquier tarea era inacabable y siempre había cosas por hacer. Carmen Ana Dereix, colega y amiga entrañable de la entomóloga estadounidense, resume que la calidad de su trabajo como ambientalista se entiende desde sus cualidades humanas. “Siempre nos ha enseñado que la perseverancia con amor es un motor de largo alcance”, afirmó Dereix.
La vocación interdisciplinar de Higgins también la ha forjado como una humanista que habla sin tapujos y con sentido crítico hacia las autoridades y sus decisiones. Durante su gestión ha sido meticulosa con los análisis de contexto sobre las poblaciones con las que trabaja; las condiciones dignas de vida de las personas son la vara con la que se le ha medido de forma irrenunciable a estudiar modelos de desarrollo que les puedan servir a las comunidades en las regiones colombianas para vivir en armonía con su entorno natural y tengan calidad de vida.
De hecho, con sus planes estratégicos para WWF Colombia y su lectura del país, ha rechazado que los modelos de desarrollo para Colombia sean a expensas del patrimonio cultural y natural del país. Hoy considera inadmisible pensar hacia futuro a expensas de la calidad de vida y la transformación irresponsable de los ecosistemas.
“Me enseñaron a trabajar contra la inequidad y a luchar por los derechos civiles. Esto nunca lo he desprendido de la conservación y las múltiples formas que tenemos para llevarla a cabo. Por eso, al dejar mi cargo me quiero dedicar a cosas que son cercanas a mi corazón, como los estudios sobre la salud y el ambiente, y los temas de alimentación sostenible”, le dijo Higgins a este diario.
Para ella lo correcto es que se respete la vida en todas sus expresiones. Con el corazón en la mano, ha denunciado la violencia homicida sistemática que se ejerce en Colombia sobre los ambientalistas; ahora mira con recelo a los congresistas que le dieron la espalda al Acuerdo de Escazú, y por eso comulga con la idea de que los cambios estructurales hacia un mundo sostenible llegan desde la acción de las bases.
No cree que sueña más de la cuenta, por el contrario ha buscado en estos 28 años que sus equipos de trabajo sean ejemplo de disciplina y arraigo por lo social; aterrizados en las necesidades reales de las personas. Jamás renunció a la idea de que contratar a alguien con amplios conocimientos sobre un área no tiene sentido si no existen cualidades humanas o sentido por lo colectivo, alegando que el individualismo consigue poco o nada, y por eso le agradecen sus más cercanos.
En su paso por Colombia, la entomóloga siempre ha tenido un mantra que se plantea todos los días: ¿Estamos trabajando en hacer las cosas bien o estamos haciendo lo correcto? Ni los años o el desgaste de vivir noticias tenebrosas como el asesinato de amigos campesinos que fueron silenciados en los noventa por querer cuidar reservas en distintas zonas del territorio nacional le han quitado la ilusión, más propia entre novatos, de querer explorar y reconectar al medio ambiente con la felicidad y el respeto entre las personas.
Mary Lou Higgins le cederá su cargo a Sandra Valenzuela, actual directora de Operaciones, Alianzas y Desarrollo de la organización y a quien define como la expresión de la fuerza de su equipo. A su vez, es a ella a quien invita a seguir creyendo que la solidaridad entre todos es lo que va a recuperar y restaurar todos los entornos dañados por el ser humano y su indiferencia.
Desde su casa a las afueras de Cali persisten sus deseos de romper brechas en Colombia desde la sostenibilidad y el anhelo constante para que en el país pululen ideas de innovar y crear mecanismos para mejorar el mundo. Quiere seguir aprendiendo a vivir y, aunque está cerca de un descanso que esquivó centenares de veces durante 28 años, lo último que quiere es quedarse inmóvil teniendo la opción de continuar un legado que a nivel ambiental es prácticamente inacabable. Seguirá trabajando por el país: quienes la conocen y han trabajado con ella, aseguran que, a pesar de conservar su nacionalidad estadounidense con orgullo, es tan o más colombiana que ellos. (Lea: Después de casi 30 años, WWF Colombia tendrá nueva directora)