Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Imaginemos, por un momento, que el sistema eléctrico es el corazón del país: late sin descanso y bombea energía a todas las regiones para que cada sector se desarrolle y cumpla su función de acuerdo con las necesidades de la sociedad moderna. Básicamente, está diseñado para correr con eficiencia la carrera que le corresponde, pero, de repente, se le impone correr para una maratón sin la preparación que le ha permitido mantener el ritmo constante durante más de treinta años.
Entre las altas metas del Gobierno para la transición energética solo con fuentes no convencionales se materializan fuertes presiones sobre el sistema que, en el mediano plazo, podrían llevarlo a perder su ritmo.
Contexto: el mundo, la región y Colombia
El Índice de Transición Energética (ETI por sus siglas en inglés) del Foro Económico Mundial que mide a 118 países en seguridad, equidad y sostenibilidad, es un insumo de análisis que evidencia la importancia del tema. Según el informe 2025, el mundo avanzó apenas un 1,1% en su camino hacia una transición energética que, si bien todos reconocemos como necesaria, no logra consolidarse. La seguridad energética, es decir, la capacidad de tener energía estable y a precios razonables, apenas mejoró un 0,4%.
Los países nórdicos, representados por Suecia, Finlandia, Dinamarca y Noruega, están a la cabeza de la lista y no es casualidad: invierten, planifican y ejecutan con precisión el plan que los impulsa hacia el propósito de transición. América Latina, en cambio, se mueve con lentitud, y es que aunque la región cuenta con una alta penetración de renovables, carga con la inestabilidad política, los retrasos en infraestructura y las brechas de financiación.
Colombia aparece en el puesto 38 del ranking global, y cuarto en la región, detrás de Brasil, Chile y Uruguay. El puntaje total de 67,5, supera el promedio mundial, pero también evidencia un descenso de tres puestos frente al año anterior. La fotografía es clara: el país tiene una base sólida para materializar la transición, pero su avance no tiene paso firme.
Seguridad energética: carrera y maratón no son lo mismo
Natalia Gutiérrez, presidente de ACOLGEN, lo dice sin rodeos: “Sin seguridad energética, no habrá transición energética”. Y tiene razón. Muchas veces se piensa que la transición es sinónimo de instalar paneles solares o turbinas eólicas, pero el proceso es más complejo: no se trata de reemplazar de golpe unas tecnologías por otras, sino de sumarlas para contar con un sistema resiliente y confiable.
Colombia tiene una gran ventaja de base: más del 80% de su capacidad instalada proviene de la hidroelectricidad, que es limpia, renovable y con precio eficiente. Además, cerca del 6% de la capacidad ya corresponde a proyectos solares. Es decir, la matriz colombiana ya es en su mayoría, verde. Pero aquí viene la paradoja: aunque este potencial es real, no se puede acelerar el cambio a la fuerza.
La seguridad energética depende de la disponibilidad de energías firmes, aquellas que superan la variabilidad que traen consigo las fuentes no convencionales. En Colombia, ese papel lo cumplen la hidroelectricidad con embalse y la generación térmica. De hecho, en agosto de 2025, el 80,8% de la energía provino de hidroeléctricas con embalse. Sin embargo, el país también enfrenta señales de alerta: por primera vez en treinta años, se registra un balance negativo de energía firme (-1,6 % en 2025, proyectado a -2% en 2026 y -3,5 % en 2027). En palabras sencillas: el sistema está produciendo menos energía firme de la requerida para cubrir con suficiencia los picos de demanda.
¿Cuál es el riesgo? Un posible racionamiento con altos costos. El Banco de Bogotá estimó en un informe de 2024 que un corte de seis horas diarias durante un mes costaría 35 billones de pesos, el 26% del PIB de ese periodo. Además, se perderían más de 230.000 empleos y miles de familias caerían en pobreza extrema. En resumen: sin seguridad energética, no solo se apagan la luz y la economía, también se apaga la transición.
¿Qué tan preparada está Colombia para la transición energética?
Según el ETI 2025, Colombia obtiene 52 puntos en preparación para la transición, por encima del promedio global (47). En el papel es un puntaje respetable, pero que esconde fragilidades.
En los últimos años, el país ha avanzado con decisión hacia los proyectos de energía solar, sin embargo, la naturaleza intermitente de esta fuente obliga a contar con Sistemas de Almacenamiento de Energía Eléctrica con Baterías (SAEB) para hacer más eficaz su aprovechamiento, sobre todo para cubrir las horas pico de consumo entre las seis y las nueve de la noche. El problema es que la regulación aún no está vigente.
De otro lado, la oferta de energía crece a paso lento: apenas 1,8% en lo corrido del año, mientras que la demanda sube al 2,6% anual. El retraso en la entrada de proyectos representa más de 3.000 megavatios, lo que presiona aún más el equilibrio oferta-demanda. En otras palabras: estamos gastando más de la oferta que entra al sistema.
Sin reglas claras, no hay inversión
Si algo repite el ETI 2025 es que la incertidumbre regulatoria e institucional es uno de los mayores frenos en América Latina, y Colombia no es la excepción. Los inversionistas necesitan reglas claras para hacer las inversiones que traigan nueva energía al sistema, pero las señales del Gobierno en los últimos años han retrasado esa materialización de capital nacional y extranjero.
Para cerrar la brecha que tiene el país actualmente entre oferta y demanda, se requieren aproximadamente entre 10 y 13 billones de pesos de inversión anual. No es poca cosa, y sin ese músculo financiero no habrá cómo sostener ni la seguridad energética ni la transición. Mientras otros países despejan el camino para atraer el capital necesario, Colombia no debe quedarse atrapada en discusiones.
Una transición con cabeza fría
Un error común es pensar que las hidroeléctricas y las plantas térmicas son el pasado y que deberían desaparecer, pero es algo lejano a la realidad. La hidroelectricidad no solo es limpia y renovable, sino también confiable y de costo eficiente; es la columna vertebral de nuestro sistema. Y la térmica, cumple un rol irremplazable como respaldo en situaciones extremas.
La clave entonces no está en reemplazar, sino en diversificar: sumar solar, eólica, hidro, térmica y almacenamiento. Ese compendio de tecnologías hará que la matriz sea más resiliente frente a los cambios climáticos y las variaciones de demanda.
La conclusión es evidente: Colombia no puede acelerar la transición a ciegas. Tenemos una base importante, pero estamos en riesgo inminente de perder seguridad energética si no hay inversión y ejecución en generación e infraestructura, y además, si no se garantiza una regulación estable.
Si forzamos una transición acelerada, podríamos quedar sin aire en medio de la carrera. Pero si planeamos con responsabilidad y coherencia, asegurando cada paso, Colombia puede consolidar una matriz confiable y sostenible, acorde al propósito de transición.