En la costa norte del Pacífico colombiano, entre selvas húmedas, aguas cálidas y montañas que se sumergen en el océano, la vida pulsa con fuerza en un ecosistema único: la Ensenada de Utría. Este lugar es hogar temporal de ballenas jorobadas, refugio de tortugas marinas, peces, aves, y más de 600 especies de plantas. En este territorio biodiverso y ancestral, comunidades afrodescendientes e indígenas han convivido durante generaciones con los ritmos del mar, subsistiendo de la pesca artesanal.
Hoy, esa forma de vida enfrenta nuevos desafíos: el cambio climático, la degradación de hábitats y la falta de infraestructura adecuada para las faenas de pesca artesanal, han puesto en riesgo tanto los recursos marinos como la sostenibilidad económica de los pobladores. En respuesta, el Parque Nacional Natural Utría —que protege 64.380.65 hectáreas de esta región— impulsa una ambiciosa estrategia: el proyecto “Buenas Prácticas Pesqueras”, una apuesta por la pesca responsable, la participación comunitaria y la conservación de los ecosistemas acuáticos.
Esta iniciativa hace parte del Programa Áreas Protegidas y Diversidad Biológica (PAPDB), respaldado por la cooperación financiera alemana a través del Banco de Desarrollo KfW y el Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo (BMZ), que desde 2015 ha canalizado más de 35 millones de euros para fortalecer 37 áreas protegidas al cuidado de Parques Nacionales Naturales de Colombia. Con este impulso, el Parque Nacional Natural Utría ha logrado integrar a pescadores artesanales, organizaciones comunitarias y autoridades ambientales en un modelo de gobernanza que busca equilibrar la conservación con el bienestar social.
La pesca artesanal como cultura y sustento
Las comunidades de El Valle (municipio de Bahía Solano) y Jurubirá (municipio de Nuquí) son protagonistas clave del proyecto. Más de 100 pescadores artesanales han sido beneficiarios directos del proceso, que combina capacitación, dotación de equipos, fortalecimiento organizativo e inversión en infraestructura.
“En nuestras comunidades la pesca no es solo un trabajo, es parte de nuestra historia, de nuestra cultura. Pero también sabemos que, si no la cuidamos, puede desaparecer”, comenta Martín Alonso Mosquera, representante del Consejo Comunitario El Cedro.
Por eso, uno de los pilares del proyecto ha sido promover buenas prácticas pesqueras, entendidas como aquellas que respetan los ciclos biológicos de las especies, usan técnicas no invasivas, y aseguran que las próximas generaciones puedan seguir pescando. A través de jornadas de formación, los pescadores han recibido conocimientos sobre gobernanza, ecología del territorio, normativas ambientales y técnicas sostenibles de pesca.
“Lo que hacemos aquí es cuidar la vida. No solo la de los peces y las ballenas, sino la de las personas que viven de estos ecosistemas y que ahora entienden que conservar también es producir, también es vivir mejor”, concluye Martín Alonso Mosquera, del Consejo Comunitario El Cedro.
A quienes demostraron mayor compromiso, disciplina y participación, se les entregaron kits de pesca responsable, que incluyen cuchillos, neveras portátiles y otros elementos básicos. “Se convocó a todos los pescadores. Finalmente, se quedaron los más constantes, y a ellos se les reconoció su esfuerzo”, explica María Ximena Zorrilla, jefe del Parque Nacional Natural Utría.
Acuerdos de manejo: conservar desde lo comunitario
Este esfuerzo no ha surgido de la nada. El Parque Nacional Natural Utría lleva más de dos décadas construyendo acuerdos de uso y manejo con las comunidades afro e indígenas del área de influencia. Con el Consejo Comunitario General Los Delfines, por ejemplo, se suscribió el acuerdo de uso y manejo, y un Régimen Especial de Manejo (REM) con el Resguardo Indígena Jurubirá – Chorí – Alto Baudó, que aportan en la regulación del uso de los recursos naturales, incluyendo la pesca, de forma concertada.
Otros acuerdos similares existen con el Consejo Comunitario General Los Riscales, que está en actualización y se avanza en planes de trabajo conjuntos con comunidades indígenas como el Resguardo Alto Río Valle Boro - Boro.
En ese contexto, el proyecto priorizó acciones relacionadas con la pesca artesanal, reconociendo su importancia económica, cultural y ambiental. No se trata solo de mejorar la técnica de pesca, sino de construir un modelo de gobernanza comunitaria donde las decisiones se toman de manera participativa, con respeto por las particularidades de cada grupo. En este sentido, las actividades en el marco del proyecto han aportado a fortalecer los acuerdos suscritos y los planes de trabajo concertados con las organizaciones etnicoterritoriales.
Piqueros: una organización que resiste y se transforma
Una de las experiencias más destacadas ha sido el fortalecimiento de la Asociación Piqueros, con sede en El Valle (Bahía Solano). Los pescadores del Consejo Comunitario El Cedro, en el año 2001, promovieron la creación y puesta en marcha de la asociación de pescadores artesanales Los Piqueros, que hoy cuenta con 19 socios y una estructura organizativa con más de 20 años de trayectoria, esta organización ha vivido momentos difíciles, pero también ha demostrado una notable capacidad de resiliencia.
Gracias al proyecto “Buenas Prácticas Pesqueras”, Piqueros se encuentra en proceso de organización para recibir apoyo y rehabilitar su infraestructura, adquirir un cuarto frío y una salmuera, elementos fundamentales para conservar el pescado en condiciones óptimas. “Teníamos estos equipos, pero estaban dañados. Ahora vamos a poder volver a ofrecer servicios a los pescadores, mejorar nuestros procesos de comercialización y generar ingresos para la comunidad”, explica Amir López, presidente de la asociación.
La instalación de estos equipos no solo mejorará la calidad del producto final, sino que permitirá a los pescadores negociar en mejores condiciones, evitar pérdidas por descomposición, y fortalecer una cadena productiva que permanece en manos locales.
El tambo de los pescadores: historia de tensiones y acuerdos
Otro componente fundamental de la cooperación alemana en el Parque Nacional Natural Utría, ha sido la atención a la infraestructura de descanso y tránsito de los pescadores. En particular, el tambo de la Ensenada de Utría, una construcción tradicional usada históricamente como refugio temporal por quienes realizan faenas de pesca o se desplazan entre comunidades costeras.
La historia del tambo refleja la complejidad del territorio. El primero fue construido entre 1990 y 1993 con diseño indígena, pero su uso compartido generó tensiones entre comunidades afrodescendientes e indígenas. En 2000, se edificó un nuevo tambo exclusivamente para pescadores, con reglamentos claros sobre ingreso, permanencia y uso de los espacios.
Sin embargo, el paso del tiempo, la falta de mantenimiento y los riesgos naturales del lugar han deteriorado la estructura. Hoy, el tambo representa un riesgo para quienes lo utilizan, al punto de que Parques Nacionales Naturales y las comunidades acordaron buscar una nueva ubicación, más segura y funcional. Esta decisión fue respaldada por el comité Asoclima, que ha liderado acciones de exigencia de derechos de los pueblos indígenas en la zona.
“Uno de esos puntos, fue solicitud de una de las comunidades del Resguardo Alto Río Valle Boro Boro y era tener un espacio de paso en el PNN Utría, que realmente siempre se ha tenido. El tambo antiguo siempre se ha utilizado, pero de alguna manera sentimos que también lo que se estaba pidiendo era tener un espacio más grande, de hecho, en algún momento pensamos en ampliar el antiguo tambo o hacer dos, uno para comunidad indígena y otro para comunidad afro, pero finamente lo que se determinó fue construir el que tenemos ahora”, concluye María Ximena Zorrilla, jefe del Parque Nacional Natural Utría.
Retos pendientes: incluir a las comunidades indígenas
Aunque el proyecto ha tenido un fuerte enfoque en comunidades afrodescendientes, el equipo del parque reconoce que uno de los retos pendientes es la inclusión activa de las comunidades indígenas Emberá, que en los últimos años han incrementado su presencia en actividades pesqueras dentro del área protegida.
“Históricamente, su actividad pesquera ha sido menor, pero eso está cambiando. Debemos estar preparados para integrarlos en futuros proyectos, con respeto por su cultura y su visión del territorio”, concluye la jefe del Parque Nacional Natural Utría.
La experiencia acumulada en estos años será clave para avanzar en esa dirección. El enfoque diferencial, la participación intercultural y la flexibilidad institucional son herramientas indispensables para construir una gestión verdaderamente inclusiva y sostenible.
Más allá de Utría: un modelo replicable
La experiencia del Parque Nacional Natural Utría y las comunidades de El Valle y Jurubirá ofrece valiosas lecciones para otras zonas del país. Demuestra que la conservación no tiene por qué estar en contraposición con el desarrollo local, y que la pesca artesanal puede ser una aliada de la biodiversidad si se hace de forma planificada y responsable.
Además, evidencia que la cooperación internacional bien dirigida, como la de Alemania a través del PAPDB, puede generar transformaciones reales y duraderas cuando se articula con las necesidades de las comunidades locales.
Con su cierre previsto para 2026, el programa Áreas Protegidas y Diversidad Biológica, deja no solo inversiones, sino un legado institucional y comunitario. Un camino recorrido a través del diálogo, el respeto y la acción compartida.
Una alianza por la vida
“La pesca bien hecha no solo protege a los peces: protege la vida de quienes dependen de ellos. Nos permite seguir viviendo aquí, sin destruir lo que nos da de comer”, reflexiona Martín Alonso Mosquera Palacios, miembro del Consejo Comunitario El Cedro.
En un país donde los conflictos por el territorio son frecuentes y la presión sobre los recursos naturales es creciente, el caso del Parque Nacional Natural Utría demuestra que es posible construir alianzas entre el Estado, las comunidades y la cooperación internacional para cuidar lo más valioso que tenemos: la vida en todas sus formas.
Porque conservar no es congelar el territorio, sino aprender a vivir con él, a cuidarlo mientras lo habitamos. Y eso es precisamente lo que están haciendo los pescadores de la Ensenada de Utría, en el Chocó, con redes, saberes y compromiso.